Donald Trump no había sido, hasta ahora, un Presidente al uso. Durante sus tres años de mandato acostumbraba a mantener sus rallies con seguidores como si estuviese en una campaña electoral permanente. Y, cuando le apetecía, cogía el Air Force One hasta su resort de Mar-a-Lago donde combinaba partidas de golf con recepciones internacionales. Tras las críticas iniciales, la sociedad ya se había acostumbrado al peculiar -y nada normal- modus operandi del Presidente.
Pero la buena marcha de la economía lo aguantaba casi todo y su reelección no parecía descabellada pese a sus escasos logros gubernamentales e innumerables escándalos auto-provocados a lo largo de su presidencia.
Y entonces llegó el coronavirus. Como todo el mundo, Trump ha acabado encerrado en su casa. La Casa Blanca. Una residencia a la que nunca ha demostrado demasiado aprecio. Cuenta The New York Times que el Presidente se levanta a las 5 de la mañana, aunque no aparece por el Despacho Oval para empezar a trabajar hasta pasado el mediodía.
Pegado a la tele desde las 5 de la mañana
La seis primeras horas de la mañana las dedica al único hobby que puede seguir manteniendo: ver la tele. Y ya no lo disfruta tanto como antes, porque hasta su ojito derecho Fox News empieza a colar críticas entre sus habituales alabanzas. Pasar por CNN y MSNBC le horroriza. Está deprimido porque tampoco puede recibir casi visitas y su contacto con el staff de la Casa Blanca se reduce al mínimo indispensable.
No se pierde las ruedas de prensa diarias del Gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, y busca desesperadamente una alabanza para poder destacarla en sus tweets.
Hasta el pasado viernes, su único rayo de luz en el día eran las ruedas de prensa diarias que montaba en la Casa Blanca. Aunque rodeado de expertos, despachaba las novedades en unos minutos, y entonces daba paso a las preguntas de los periodistas.
Ahí montaba su show, que algunos días se extendía más allá de las dos horas: insultos a los periodistas, divagaciones varias... y mucha desinformación. Era su nueva versión de los rallies. Un día recomienda la hidroxicloroquina como tratamiento y al día siguiente el medicamento se agotaba en las farmacias.
Y así día tras día, para horror de una cada vez más creciente parte del Partido Republicano que contemplaba estos shows horrorizados: mientras millones de americanos se apuntaban a las listas del paro, su Presidente parecía más preocupado por su imagen personal que por el bien del país.
Y entonces llegó la lejía...
El punto de no retorno llegó el pasado viernes, cuando Trump empezó a delirar hasta tal punto que recomendó inyectarse lejía y desinfectantes para matar al virus. Todas las agencias de su propio Gobierno tuvieron que salir a desmentirle, lo que no evitó más de un centenar de hospitalizaciones en todo el país de gente que había ingerido lejía por recomendación de su Presidente.
Como de costumbre, Trump intentó echarle la culpa a los medios, diciendo que estaba hablando de broma. Pero las declaraciones fueron tan contundentes que le han forzado a cancelar sus ruedas de prensa diarias. Por ahora, al menos.
Paralelamente, Trump ha ido reduciendo su núcleo de confianza que le asesora. No soporta las críticas y durante la crisis del coronavirus ha ido apartando o dejando de llamar a aquellos que no le seguían el juego, consistente básicamente en decir que él no tenía ninguna responsabilidad de todo lo que estaba pasando. En la práctica, significa rodearse casi exclusivamente de sus dos escuderos más fieles: su hija Ivanka Trump y el marido de ésta, Jared Kushner.
Sus horas de verdadero trabajo se reducen a un par al día. Junto con el vicepresidente, Trump recibe un briefing de seguridad nacional, toma algunas decisiones y pasa el resto del día hablando por teléfono: desde conversaciones con Gobernadores de los Estados, alguna que otra llamada a líderes internacionales y muchas a su equipo de campaña, que le informe de las últimas encuestas. La decisión de suspender temporalmente toda inmigración al país fue fruto de la bajada en los sondeos, aseguran fuentes cercanas al Presidente. Y es que en muchos Estados clave donde ganó en 2016, muchos sondeos empiezan a arrojar victorias para Joe Biden.
El día acaba como empezó
Antes de las ocho de la tarde, Trump ha terminado ya su jornada laboral. Recluido en su comedor privado con alguno de sus ayudantes, vuelve a encender la televisión, donde repasa una vez más lo que los medios dicen de él acompañado de patatas fritas, hamburguesas y Coca-Colas. Así hasta que se acuesta, para volverse a levantar al día siguiente antes de las 5AM. Y vuelta a empezar...