Hubo un tiempo en el que los españoles sintieron que entrar a formar parte de la Comunidad Económica Europea -hoy Unión Europea- era un paso decisivo para que España pudiese ponerse a andar por la senda del fortalecimiento institucional, el asentamiento de una democracia en pañales, el crecimiento económico y la relevancia internacional. Eran otros tiempos, sí, en los que se recurría al siempre noble Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid para firmar el Acta de Adhesión, algo que hizo el por entonces Presidente de Gobierno, Felipe González, ante la atentísima mirada del Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, y el encargado de las relaciones con las Comunidades Europeas, Manuel Marín. Si parafraseamos a Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor, esto es lo que pensarán los españoles y, por lo tanto, europeos, cuando recuerden tan solemne acto celebrado en 1985. Porque mucho han cambiado las cosas, entre otras, el sentimiento de pertenencia a la Unión Europea y la valoración de la utilidad de sus Instituciones.
Si la Gran Recesión iniciada en el año 2008 en los Estados Unidos ya puso a prueba el proyecto común europeo, la actual crisis del coronavirus no va a poner en menos aprietos a las Instituciones que han de dar respuestas rápidas y contundentes ante la pandemia. A finales de la década pasada hablábamos de desempleo, inflación, prima de riesgo, desahucios, rescates, etc., pero ahora hablamos de vidas, algo mucho más tangible y finito que lo anterior, hablamos de la salud, de frenar la maldita curva que pone a prueba la resistencia de los pueblos del mundo.
Sur vs. Norte
Hace escasos días surgió la polémica por la postura de algunos países antes la petición de España, Portugal, Francia e Italia, entre otros, para paliar los devastadores efectos de esta crisis. Ya es famoso el corto diálogo que mantuvieron Pedro Sánchez y Charles Michel, Presidente del Consejo Europeo:
- Michel: "¿Tenemos acuerdo, Pedro?"
- Sánchez: "No. Así es inaceptable".
Así comenzaba la rebelión del sur contra el norte, las viejas divergencias elevadas al máximo exponente.
¿Por qué el ciudadano percibe en estos momentos que, a la hora de la verdad, la Unión Europea siempre falla? Probablemente por el profundo desconocimiento sobre el funcionamiento de sus Instituciones, por parecer algo tan extremadamente lejano y ajeno que nunca interesa, salvo cuando no se puede más, y por una falta de pedagogía sin precedente por parte de las autoridades competentes. Todo esto sumado provoca que cuando las cosas van bien nadie se acuerde de la Unión, pero cuando las cosas van mal todo el mundo eche las culpas a esa misma Unión. Un sinsentido con base en el desconocimiento.
En lo que va de año, a saber, la Unión Europea ya ha dado dos gigantes, colosales batallas: en enero, la consumación del Brexit; ahora, la crisis del COVID-19. Pero si buscamos una explicación a la supuesta "no actuación" de la Unión, extremo absolutamente falso, la encontramos en los Tratados Constitutivos, más exactamente en el artículo 168 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, donde se expone de manera cristalina que la función de la Unión es complementar, fomentar la cooperación, establecer orientaciones e indicadores, etc. En suma, su papel está muy limitado, pues también se dice que "la Unión (...) respetará las responsabilidades de los Estados miembros en política de salud...", entonces, ¿qué puede hacer la Unión y no está haciendo? La respuesta es sencilla: nada, está haciendo todo lo que puede, cuando puede y como puede.
No obstante, es de máximo interés aclarar que no todas las Instituciones que componen la Unión están paralizadas, es más, todas están a máximo rendimiento. Todas menos una. Veamos. El Parlamento Europeo se ha pronunciado abogando por una mayor solidaridad de la Unión Europea para ayudar a sus ciudadanos. La Comisión Europea, con su Presidenta, Ursula von der Leyen, a la cabeza, está haciendo unos esfuerzos titánicos a pesar de sus limitaciones prácticas, uno de los últimos ha sido anunciar un fondo para frenar la sangría de despidos por el coronavirus, dotado con 100 mil millones de euros. Así mismo, el Banco Central Europeo está tomando medidas, probablemente más de las que sus propias competencias permiten, actuando como dique de contención.
Nacionalismos, fronteras e insolidaridad
El problema central se encuentra en la fórmula para financiar la salida de la crisis provocada por el coronavirus. Si los países anteriormente mencionados, prácticamente todos los del sur, abogan por compartir los costes mediante la emisión de eurobonos (coronabonos) y pudiendo acceder a fondos del mecanismo Europeo de Estabilidad; otros, especialmente Alemania, Holanda y Austria siguen rechazando estas propuestas. Así, ¿dónde está realmente el problema? En el Consejo Europeo, formado por los Jefes de Estado y/o de Gobierno de los 27 Estados Miembros. Volvemos pues a nacionalismos, fronteras, insolidaridad e incapacidad de actuar como una auténtica Unión consciente de la necesidad de remar todos en la misma dirección.
La deducción es sencilla, probablemente las Altas Instituciones de la Unión hayan actuado tarde, sí, al igual que prácticamente todos los gobiernos nacionales, pero todas las que tienen competencias para paliar esta crisis han actuado, a excepción del Consejo Europeo, en el cual se exacerban los egos nacionalistas y patrióticos frente al interés general.
La Unión tiene una oportunidad magnífica para salir reforzada frente a sus ciudadanos, hoy escépticos pero necesitados de dosis de políticas efectivas y esperanzadoras. Las rencillas recelosas con origen en arcaicos pensamientos nacionalistas han de desaparecer y convertirse en puentes por los que transite un sentimiento único, de comunidad, de unión, el sentimiento de orgullo por ser europeos.
No olvidemos que Monnet, Adenauer, Bech y Mitterrand, entre otros, están observándos para que no demos ni un paso atrás en la conformación y consolidación del proyecto europeo, la Historia juzgará a los gobernantes por sus acciones, pero también a los ciudadanos, a todos nosotros, por nuestro coraje y arrojo para no permitir que un proyecto de paz y unidad sea devorado por egoísmos nacionalistas y decisiones cortas de mira.
La globalización es imparable, y en un mundo interconectado, 27 países con una sola voz, la europea, se convertirán en decisivos, mientras que separados, no seremos más que viejos Estados-Nación que esperamos a que llegue nuestra hora para ser fagocitados por los que sí decidieron unirse para ganar.