Que el bloqueo a la investidura de Pedro Sánchez está generando un cisma en el partido de Pablo Iglesias es una evidencia. La implacable postura mostrada por sus dos apuestas para la negociación (Ione Belarra y Pablo Echenique) ha dejado una profunda enemistad entre dos líderes políticos, Sánchez e Iglesias, que bien harían en recordar que "cualquier tiempo pasado fue mejor".
Si bien es cierto que el PSOE no parece apostar excesivamente por las cesiones, nadie puede olvidar que el líder socialista ofreció a los morados tres ministerios y una vicepresidencia que rechazaron. Hablamos de una representación excepcional para un partido con cinco años de historia, en plena ebullición interna y que acaba de verse relegado a la cuarta formación política.
La apuesta de Sánchez era arriesgada, puesto que el presidente del Gobierno en funciones no quiere a Podemos sentado en el Consejo de Ministros por una larga lista de razones más o menos cuestionables.
A pesar de que las carteras que ofreció el PSOE no gozaban de un gran presupuesto, Podemos podría haber optado por el papel de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, que pisando los talones al PP y con solo cuatro escaños de diferencia, ha optado por controlar tan solo el 30% de la caja a cambio de obtener la portavocía. Gracias a sus carteras menores, sus cargos disponen de mayor tiempo para prodigarse en los medios, adjudicarse los logros del gobierno e incluso optar por el papel de oposición como en el caso de Avalmadrid. ¿Cinismo regeneracionista? ¿O la vía correcta para un partido que necesita consolidar un papel institucional?
La oferta que Pedro Sánchez realizó fue una propuesta a la desesperada con el sueño de que Podemos finalmente declinase. Porque, ahora, los morados deben cargar con el sambenito de la repetición electoral que les coloca hasta el recién moderado líder de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. Y a todo ello se suma la performance escenificada en La Rioja por su lideresa Raquel Romero, a punto de dinamitar la salida del PP tras 24 años ininterrumpidos de gobierno porque quería tres consejerías con un solo escaño.
Riesgo de desintegración
El futuro de Unidas Podemos se encuentra en serio riesgo como consecuencia del cortoplacismo y la excesiva ambición que ha evidenciado Pablo Iglesias y que se palpa en la trayectoria de esta corta legislatura.
Frente a él, Íñigo Errejón ha conseguido establecer una magnífica relación con el líder socialista en la Asamblea de Madrid, Ángel Gabilondo. Aunque las circunstancias no son las mismas (el carácter dialogante de Gabilondo y la ausencia de batallas por el reparto de poder pesan), lo cierto es que Errejón ha evidenciado cómo actuaría un hipotético Más Madrid nacional en la situación que ahora empaña a los de Iglesias. E incluso lo ha aprovechado en varias ocasiones para sentar doctrina en los medios a través de varios dardos a su excompañero.
El líder morado no es consciente de que Errejón le está pisando los talones y que, con él, se irán todas las confluencias con las que ya ha mantenido demasiadas disputas. De hecho Compromís ya ha pactado un escaño en el Senado que ha terminado cediendo a la formación errejonista y el papel de Iglesias está consiguiendo algo anteriormente impensable: que la líder andaluza Teresa Rodríguez, del sector anticapitalista, empiece a mirar con buenos ojos a la persona cuyo sector combatió en las primarias.
A todo ello, se suma el papel que adoptará Izquierda Unida, que vive sentimientos encontrados. Primero, porque la firma del 'pacto de los botellines', en el que se cerró la coalición con Podemos, fue el marco en el que se dinamitaron todos los puentes con el errejonismo, que vio en este gesto la pérdida de un papel transversal. Segundo, porque la formación comunista no apoya en ningún caso el bloqueo de Iglesias y quiere un acuerdo programático sin la entrada en el Gobierno. Y hay serias posibilidades de que el partido desista de repetir la lista conjunta en las próximas elecciones, aunque por el momento se exhiba unidad en el discurso hasta conocer el final definitivo de las negociaciones.
El juego de la ruleta rusa
Sin duda, la estrategia que ha emprendido Pablo Iglesias es toda una muestra del juego de la ruleta rusa, un todo o nada en el que su partido tiene mucho que perder. Y en el que se ha embarcado después de minar la cúpula de críticos de la talla de Luis Alegre, Carolina Bescansa o el propio Errejón.
Podemos se ha convertido en una herramienta crucial para el bloqueo político en España, en el 'juguetito' de la derecha, a ojos de muchos electores. Un relato que pudo tener fisuras en el pasado pero que cogió fuerza tras el rechazo a la oferta de coalición de Pedro Sánchez. Y en una época tan convulsa en lo político, cualquier herramienta considerada como inútil en la política puede terminar relegada a la nada, como ya vivió UPyD tras negarse a unir fuerzas con Ciudadanos.
El partido ya hizo lo propio en 2016 con el objetivo de superar al PSOE y, entonces, comenzó su declive. Aquello implicó una pérdida de poder e influencia, pero habría que ver hasta qué punto podría superar el partido un nuevo embite de estas características, con riesgo de fragmentación interna, en cuarto puesto, con las confluencias mirando a Errejón y con una nueva pérdida de subvenciones por representación en un momento en el que han comprado una nueva sede y se están preparando para reformarla de arriba a abajo.
Quizás el mal menor para Podemos sea el de apoyar un gobierno desde fuera, una postura que reconciliaría a Iglesias con sus confluencias, con Izquierda Unida y hasta con Gabriel Rufián. Y, desde ahí, exprimir al máximo su necesario apoyo a los presupuestos bajo la amenaza de un adelanto electoral, evidenciarse como un instrumento influyente y necesario en la política. A Ciudadanos, por ejemplo, le ha ido bien en este sentido. ¿Por qué no a Podemos?