Resulta que los abusos en el seno de la Iglesia no se ejercían solo contra menores. Recientemente han saltado a la palestra mediática numerosos casos de monjas que denuncian agresiones sexuales perpetradas por curas. Poco a poco, decenas de víctimas de todo el mundo están visibilizando sus casos. Se trata de un nuevo varapalo a la reputación de la Institución.
Las denuncias abarcan todos los continenetes. En Chile se han hecho públicas las denuncias de seis Hermanas del Buen Samaritano. En Italia, al menos una religiosa confesó que había sido agredida por uno de sus confesores. En India, otra hermana denunció a un obispo por violarla hasta en 13 ocasiones.
La revista Vaticano se ha hecho eco de algunas de estas denuncias después de que se publicara una investigación y pusiera contra las cuerdas, una vez más, a la Iglesia. No tenían otra escapatoria que explicarlo. La lista es extensa y aunque a priori puedan parecer casos aislados, estas denuncias probablemente supongan la punta del iceberg de la lacra sistémica que asola a la Iglesia Católica en relación a abusos sexuales y de poder.
"Muchas de las religiosas creen que el abuso es algo habitual"
Uno de los testimonios más destacados es el de Rocío Figueroa, una teóloga peruana que sufrió abusos desde los 15 años. Ha sido clave para poner bajo los focos los comportamientos depredadores de Luis Fernando Figari, fundador de una sociedad de vida apostólica de derecho pontificio llamada Sodalicio de la Vida Cristiana.
"Muchas de las religiosas creen que el abuso es algo habitual", subraya en el diario El Comercio. En la mayor parte de los casos, la inmunidad con la que han actuado durante siglos los curas hace patente la total incapacidad por parte de la jerarquía católica de proteger a sus diferentes miembros.