Desde hace tiempo la orientación sexual de las personas es un tema que se pone cada vez más sobre la mesa. Aunque para recodar cuándo empezó a hablarse de orientación sexual, debemos remontarnos mínimo a 1948 cuando el sociólogo y sexólogo norteamericano Alfred Kinsey comenzó a hablar de la escala Kinsey: en la búsqueda de romper la concepción dual que se tiene de la orientación sexual, afirmó que existen grados intermedios entre la heterosexualidad y la homosexualidad.
Así, esta escala sitúa en el grado 0 a las personas heterosexuales; al otro lado, en el grado 6, a las personas homosexuales y, entre medias, del 1 al 5 una fluctuación de personas bisexuales. Fuera de esta escala Kinsey también se encuentran las personas asexuales.
La bisexualidad como punto medio de la escala
Tras una investigación que duró más de 15 años, las conclusiones apuntan a que todos podemos tener una parte bisexual que puede o no ser evidente, aunque más que definir una identidad, estas orientaciones sólo son es una simple preferencia con umbrales o límites no siempre demasiado claros.
Pero, ¿cómo se dio cuenta? Muy pocas personas del estudio se identificaban totalmente con los extremos, homosexualidad y heterosexualidad, por lo que concluye además que la orientación sexual no es tan inflexible ni estática como se plantea habitualmente.
Eso si, esta escala no se puede tomar como un test que mida nuestra orientación sexual, sino como una herramienta académica que ha dado lugar a otros estudios de la sexualidad humana mucho más actuales.
Según los últimos estudios realizados por el CIS, un 12% de las mujeres de entre 18 y 24 años se considera bisexual, mientras que en ellos el porcentaje disminuye al 5%. En todo caso, si nos fijamos en datos de la comunidad LGTBI, el 52% total de los que la conforman se declaran bisexuales.
