La historia, a veces, resulta sorprendente. Tras siglos y siglos a nuestras espaldas, la humanidad ha ido evolucionando hasta ser lo que somos hoy en día, aunque en algunos aspectos, lejos de avanzar, hemos retrocidido. Así, nuestro pasado está plagado de guerra, paz, conquistas, reinos, imperios... Y precisamente el Imperio Romano sentó las bases de lo que hoy en día es Europa, el viejo continente.
Pese a que nos dejaron el cristianismo como herencia, en realidad no fue hasta el 380 d.C cuando el Imperio lo adoptó como religión oficial. Antes, el sistema de creencias se basaba en un politeísmo inspirado en la Grecia clásica. Y como reza el dicho, "con la Iglesia hemos topado".
Con la instauración del cristianismo, la Iglesia impuso un férreo sistema de conducta que señalaba y demonizaba todo aquello que se saliera de su dogma o de lo considerado correcto. Y entre las cosas que se convirtieron en pecado, como todos sabemos, se encuentran las relaciones homosexuales. Antes, estas eran vistas con naturalidad y no escandalizaban a nadie.
Las relaciones homosexuales, signo de valentía
Las relaciones homosexuales llegaron a gozar de tal aceptación en la antigua Roma que llegaron a convertirse en algo casi sagrado, un ritual entre hombres para estrechar vínculos. Uno de los ámbitos donde más solían darse, como es natural, era en el ejército.
En el ejército romano encontramos la figura del Hastatus, los más jóvenes de la infantería en época de la República que tenían que demostrar sus habilidades con la espada, en combate sin armas o de estrategia militar. Pero para ser considerado un verdadero soldado de élite tenía que probar su hombría. ¿Y cómo lo hacía? Tragando semen.
El Hastatus, según relata CromosomaX, tenía que felar a cuatro luchadores en el Coliseo hasta tragarse el semen de todos ellos antes de que saliera el sol. Además, los penes de todos ellos debían tener un tamaño mínimo de 20 centímetros y haber pasado diez días sin eyacular.
La prueba no era fácil, ya que debía satisfacer a los cuatro y tragárselo todo en unos 15 o 20 minutos. Si no lo conseguían, eran ejecutados con la espada.