Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos hemos conocido numerosas noticias en las que varios ciudadanos estadounidenses recriminan a otros, hispanoamericanos que hablen en castellano. Y es que el lema que llevan por bandera se resume en 'English Only'.
Bajo esta idea discriminatoria, una maestra de Nueva Jersey les dijo a sus alumnos hispanoparlantes que en Estados Unidos se luchaba por defender el derecho de hablar en 'americano' "porque no hay nada más natural que darle a una lengua el nombre del país en que se habla". 'English only' retumba en la cabeza de aquellas personas que quieren hablar en su idioma materno pero no lo hacen por miedo a represalias.
Sin embargo, aunque estos episodios racistas los estamos conociendo sobre todo desde la llegada de Trump, siempre han existido en este país y en todo el mundo. Uno de los casos que más destacó por su crudeza y su sinsentido fue el que tuvieron que soportar el alumnado de la escuela de Balckwell (Texas) el pasado siglo. Y es, a pesar de que eran hispanohablantes, el gobierno local deseaba enterrar el español de manera literal y por ello obligaron a los alumos a escribir en un papel 'We will not speak Spanish' (no hablaremos español) para que después lo depositaran en una caja con forma de ataúd. Tras ello, se ofreció un funeral con toda la escuela en el que despedían este idioma.
Debemos saber que el pluralismo lingüístico que vivimos en España nos proporciona una riqueza inigualable, ya que con cada lengua vienen implícitas diferentes culturas que nos proporcionan palabras nuevas y nuevas formas de mirar el mundo. Nos hacen acercanos más los unos a los otros. En definitiva entender e incluir, en lugar de excluir.
Derecho a hablar en cualquier idioma
La idea de una lengua única para todo un territorio se desarrolló durante el romanticismo nacionalista del siglo XIX que igualaba la lengua y la nación. No tuvieron en cuenta que en el mundo existen más de seis mil lenguas y más de 190 países, en los cuales no sólo se habla un idioma. Así que esta idea sólo ha traído desgracias a la humanidad, porque unos siempre se han creído con la potestad de imponer su lengua sobre otras, cuando no hay nada más natural en los pueblos que la coexistencia de las lenguas.
Lo que un Estado nunca puede hacer es imponer la lengua que desean que se hable en su país y como consecuencia prohibir la libertad de expresión que todos y todas tenemos por el simple hecho de existir, en el idioma que deseemos. ¿Qué tiene de malo si hago una llamada telefónica a mi madre desde Nueva York y me dirijo a ella en castellano, o si una mujer marroquí se comunica con su marido en árabe o bereber en España? Como dijo Michael J. Sandel, premio princesa de Asturias 2018: no se pueden sacrificar derechos individuales en beneficio del bien común.
Por eso, los más de 50 millones de hispanohablantes en Estados Unidos tienen derecho a hablar en su idioma materno, al igual que todo el mundo tiene el derecho de poder hacerlo en el lugar más remoto del mundo. Y es que la diversidad lingüística no implica la renuncia de proyectos comunes, sino que pueden sumar a esos proyectos, pues como hemos dicho antes, proporciona otras perspectivas que desde otras culturas no se tengan porque quizá una palabra no existe en esa lengua. Y ya se sabe, lo que no se nombra no existe. Por eso debemos defender la diversidad, para no acabar en un pensamiento único que rechace a los demás por no pertenecer a la mayoría hegemónica que quiere acabar con todo.