Alfonso Basterra cumple condena en la cárcel de Teixeiro por el asesinato de su hija Asunta. Una condena que también se había impuesto a su expareja, Rosario Porto, que el pasado miércoles 18 de noviembre se sucidó en la cárcel de Brieva (Ávila).
La relación entre ambos siempre ha sido motivo de controversia. A él siempre se le ha definido como una persona fría y a Rosario como una mujer con un perfil más dependiente a nivel emocional, según el criterio de los peritos encargados de la causa.
En un primer momento hubo duda sobre si reaccionaría siguiendo esta línea, pero Instituciones Penitenciarias optó por imponer el protocolo antisuicidios por si seguía el mismo camino que su empareja. A partir de aquí llega el relato de cómo se enteró de la noticia.
Los funcionarios de la cárcel fueron muy escrupulosos a la hora de transmitirle la muerte de Rosario Porto. Alfonso Basterra se encontraba en un taller ocupacional y fue trasladado a una estancia para comunicarle la noticia antes de que la viera en televisión o algún recluso pudiera comentársela.
Los trabajadores que se encargaron de este trasladar esta información señalan que no tuvieron prácticamente que realizar ningún esfuerzo, ya que Basterra prácticamente cazó todo al vuelo: "¿Qué pasó? No me digan. ¿Rosario?", exclamó, según publica La Voz de Galicia.
Inmediatamente, comenzó a llorar y los responsables del centro activaron el programa de prevención de suicidios que ya había previsto Instituciones Penitenciarias. Él ya sospechaba qué podía haber sucedido con su expareja porque ya había intentado arrebatarse la vida en anteriores ocasiones.
De preso sombra a preso vigilado
El protocolo antisuicidios es fundamental para garantizar la vida de los presos en situaciones complicadas, sobre todo cuando la cárcel en un estado de derecho se contempla como una herramienta de reinserción social y no de simple castigo. Sin embargo, Instituciones Penitenciarias considera que supone una doble pena porque limita aún más la libertad de los presos y por ello no extiende indefinidamente estos períodos.
Esto, sin embargo, es lo que ha supuesto el final para Rosario Porto. En el caso de Alfonso Basterra, ha supuesto una vuelta a la tortilla. Hasta hace poco, él era quien vigilaba a otros presos a los que se aplicaba este protocolo. Con cierto carácter altivo en la cárcel, puesto que se considera superior al resto de reos por su formación, ahora se tiene que ver constantemente vigilado y controlado tras lo sucedido con Rosario Porto, al menos durante un tiempo que todavía no se ha concretado.
Ese protocolo que se le ha impuesto incluye, además del preso de apoyo, un seguimiento minucioso del equipo psicológico del centro y el vaciado de cualquier elemento de riesgo que pueda encontrarse en su celda. A pesar de todo, nunca se le han detectado síntomas que indiquen un deseo de suicidio, pero la medida tiene un carácter evidentemente preventivo.
La situación con Rosario Porto era distinta. En varias ocasiones había intentado el suicidio, aunque en su caso llamaba inmediatamente a otras presas, por lo que los psicólogos de la cárcel nunca llegaron a tomar del todo en serio sus advertencias. En ocasiones pensaron que iban más encaminadas a las llamadas de atención o a una estrategia para rebajar las condiciones de su pena. En A Lama, en una ocasión, simuló su ahorcamiento colocándose un cordón alrededor del cuello. Dijo que era una broma. El tiempo ha demostrado que iba en serio.