Los quesitos son y han sido uno de los alimentos más populares entre los pequeños, tal vez por su textura, blanda como la mantequilla, y un sabor tan suave que es hasta adictivo. Pero hay un problema: los quesitos se venden como algo que no son, porque no son queso. El envoltorio de muchos de ellos ni siquiera los define como tal.
Un queso es un producto elaborado a partir de leche, cuajo, fermentos lácticos y sal, aunque la ley española también permite que consideremos queso a otros productos elaborados con nata o suero de mantequilla e incluso aquellos que incluyan otros ingredientes como colorantes o cultivos microbianos y levaduras y especias.
En algunos etiquetados de los quesitos se indica que son "quesos fundidos", que son el producto obtenido por molturación, mezcla, fusión y emulsión de una o más variedades de queso con o sin adición de leche, productos lácteos y otros productos alimenticios, según el Real Decreto 1113/2006 que regula el etiquetado de quesos y quesos fundidos, como los quesitos o los tranchetes.
Para elaborar estos productos, la industria suele utilizar sales fundentes, que permiten mezclar diferentes ingredientes. Más concretamente, los quesitos suelen incorporar almidones y otros ingredientes no deseables que provocan que los ingredientes saludables disminuyan considerablemente. Por tanto, los quesitos son alimentos ultraprocesados de los que se nos recomienda huir.
Además, debemos valorar que los lácteos no son alimentos imprescindibles. Aunque siempre se ha pensado lo contrario, los expertos aseguran que podemos vivir sin ellos y absorber el calcio mediante la ingesta de otros alimentos, como los frutos secos.
No obstante, los lácteos también contienen una serie de ricos nutrientes como los minerales, especialmente el calcio y las vitaminas. Por ello, los quesitos pueden sustituirse por quesos de mayor calidad; es decir, aquellos que no son ultraprocesados y contienen los ingredientes justos: leche, cuajo y fermentos lácticos. De esta forma, la proporción de alimentos beneficiosos será alta porque no habrá ningún otro alimento de relleno.
La importancia del etiquetado
Sin embargo, los quesitos no son los únicos alimentos que nos confunden. Por ejemplo, el queso rallado para gratinar tampoco es queso realmente, sino que por lo general es un producto lácteo fabricado a base de grasas vegetales más económicas; por ello, en ocasiones nos es complicado fundirlo e incluso llega a quemarse al gratinarlo.
Pero no todo es sobre el queso: en ocasiones, los calamares que compramos en el supermercado no son en realidad pota, sino que proceden de una especie parecida que es más dura, y que se trata con fosfatos y agua para ablandarla. Por otra parte, los palitos de cangrejo únicamente imitan su sabor, ya que están hechos de surimi, una sustancia inventada en japón que se consigue gracias al lavado de pescados o aves de corral hasta conseguir una masa gelatinosa que luego se mezcla con aditivos.
Por ello, debemos tener cuidado con lo que compramos y tener en cuenta lo que dice realmente el etiquetado.