La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto un auténtico giro de 180 grados en toda la política exterior de Estados Unidos. El nuevo presidente imprime un nuevo prisma que podría dinamitar el consenso surgido tras la II Guerra Mundial, consolidado con el paradigma de la Guerra Fría y la alianza transatlántica como un mundo compartido de valores y visión del mundo.
El mandatario planteó inicialmente la presión de los aranceles como una herramienta de presión a sus socios para forzar al cumplimiento de algunos compromisos, como la autonomía militar de Europa o el control migratorio en su frontera sur, pero las políticas dibujan pasos hacia un nuevo orden mundial.
En su plan de desmontar toda la herencia de Joe Biden y reforzar los ejes de su primera legislatura, primero Donald Trump mantiene su intención de dinamitar una alianza clave como la OTAN. Así se puede apreciar en la ruptura del consenso sobre Ucrania, a cuyo presidente Volodímir Zelenski humilló en plena Casa Blanca en lo que aparentaba una performance para dinamitar las relaciones entre ambos países.
Pero la escena tiene consecuencias. El mandatario ha suspendido la ayuda militar a Ucrania y sitúa a Kiev en una postura de mayor debilidad. Mientras esta mano dura con Ucrania se intensifica, Washington se prepara ahora para eliminar algunas sanciones contra el régimen de Moscú bajo el mantra de forzar un acuerdo de paz sobre una guerra de la que se quiere desentender.
El conflicto con China y su mano dura con los socios tradicionales
Si en los prolegómenos de la II Guerra Mundial la política de concesiones a Hitler solo engordó al régimen nazi y el combate frontal terminó con la victoria en 1945, surge la duda sobre qué ocurrirá en un momento en el que Washington se plantea un acuerdo de paz con amplias concesiones al régimen instaurado en el Kremlin.
Donald Trump muestra un claro acercamiento a Moscú, precisamente cuando las sanciones internacionales han engrasado la pinza de Putin con Pekín, este último, en realidad, el verdadero enemigo de Estados Unidos, el que le puede hacer sombra en la carrera tecnológica y por liderar la economía global. Un acercamiento que podría debilitar un eje antioccidental que tiene como aliados a Irán en materia energética o a Corea del Norte en materia de seguridad.
Pero en todo caso, la política del 'abrazo' a Moscú lleva aparejados palos para países que tradicionalmente se han situado en la órbita de Estados Unidos o con notables lazos comerciales. Entre ellos, México y Canadá, a los que ha impuesto aranceles del 25% con la amenaza de golpear a las importaciones de sus vecinos, tan solo con la excepción de la energía canadiense, que grava al 10%. Un anuncio que ha provocado fuertes caídas en los mercados.
Esta política también se produce contra China, a quien dobla los aranceles hasta llegar al 20%. Precisamente, Pekín ya ha reaccionado con nuevos aranceles del 10% a las importaciones agrícolas desde el país norteamericano. "Los aranceles son fáciles. Son rápidos, son eficientes, aportan justicia", ha sostenido el mandatario estadounidense.
En esta ocasión parece complicado que Canadá y México tengan capacidad de reacción, como ocurrió hace un mes, con la firma de un acuerdo 'in extremis' que permitió lograr concesiones a cambio de algunos movimientos como el refuerzo de la frontera con México y un mayor control en el tráfico de fentanilo.