En plena ofensiva relámpago, la oposición siria ha conquistado el poder y derrocado al dictador Bashar al-Asad tras 14 años de guerra. El depuesto presidente se ha marchado a Rusia después de que el Kremlin le haya concedido "asilo por motivos humanitarios".
La caída de al-Asad es totalmente inesperada, en un presidente que cayó en el ostracismo internacional durante una década y que recientemente estaba siendo reintegrado internacionalmente, en instituciones como la Liga Árabe, se planteaba el retorno de los refugiados y se le daba sin duda como el ganador virtual de la guerra.
Al-Asad era hasta ahora el único superviviente de una Primavera Árabe que estalló en 2011 reclamando el final de las dictaduras panarabistas, el socialismo árabe que en el pasado aglutinó a otros dirigentes como Gaddafi en Libia, Ben Alí en Túnez o Mubarak en Egipto.
Los regímenes fueron cayendo con cuentagotas y de diferente modo. Gaddafi fue brutalmente asesinado durante las protestas, Ben Alí se marchó a Arabia Saudí y Mubarak terminó encarcelado en un juicio organizado por la oposición. Unas revueltas que llamaban a la democratización del mundo árabe, aunque solo resultaron efectivas durante un lustro en Túnez.
Mientras todo esto sucedía, Siria se vio enquistada en una guerra civil en la que pronto entraron a operar actores internacionales, incluyendo el apoyo ruso a Bashar al-Asad y la introducción de las milicias del Daesh para instaurar el autodenominado 'Califato'.
La caída de Bashar al-Asad supone, por tanto, el cierre de una convulsa etapa en el mundo árabe que se había extendido únicamente en este país de Oriente Próximo, pero que ahora levanta multitud de incógnitas pero toma como referentes las experiencias de otros países. ¿Qué puede ocurrir ahora en Siria?
Repliegue ruso e iraní
La concesión de asilo a al-Asad en Moscú, al que Rusia ha mantenido como un firme aliado dificulta que el Kremlin pueda establecer lazos con el nuevo gobierno que resulte. Vladímir Putin siempre mantuvo a al-Asad como su principal valedor en el Mediterráneo, entre otros motivos porque le ofrecía salida militar al Mediterráneo en sus bases de Tartus (naval) y Khmeimin (aérea), manteniendo un estatus de potencia global.
La salida del presidente puede suponer ahora un vuelco, puesto que no se puede dar por garantizada la continuidad de las bases. Las fuerzas rebeldes han garantizado su protección, pero resulta complicado que Rusia pueda continuar con una salida al Mediterráneo.
Estas bases militares se encuentran en territorio sirio desde la época de la Unión Soviética, y permitían a Moscú reparar y mantener una flota permanente en el Mar Mediterráneo, pero también en un punto de acceso a África y una zona sensible en el tráfico, en las inmediaciones del Mar Rojo, donde hacia el sur intenta alinearse con los hutíes de Yemen para tener todo el control del Golfo de Adén.
La caída de al-Asad lleva a Rusia a una posición de mayor debilidad internacional, con una pérdida de influencia como potencial global, pero también a la demostración de que la guerra de Ucrania no ha supuesto un camino de rosas para su ejército, puesto que ve debilitada su capacidad de actuación.
Esta debilidad también la comparte Irán. El régimen de Teherán se había garantizado un corredor hacia el Mediterráneo al contar con un Ejecutivo chií aliado en Irak. Denominado el 'eje de la resistencia', Irán contectaba su territorio con puntos sensibles como Líbano, facilitando de este modo el sostenimiento de las milicias de Hezbolá para extender sus tentáculos por Oriente Próximo. Ese corredor se ha roto ahora.
De este modo, el régimen ayatollah ve muy debilitada su capacidad de combatir a Israel en la guerra regional que hasta ahora se había levantado tras los ataques de Hamás y la invasión de Gaza. Y esto también puede alimentar a su enemigo acérrimo, Arabia Saudí, con quien mantiene una guerra fría y que Yeda escenifica en un pacto antinatural con Israel.
El espejo de Afganistán o Libia
Los gobiernos en Siria han respondido tradicionalmente a las injerencias externas y el resultado en estos momentos es una incógnita. Al frente de los rebeldes se encuentra ahora Abu Mohammed al-Julani, un líder carismático entre sus seguidores que funciona como un prisma, capaz de liderar al movimiento yihadista cuando se encontraba en auge y ahora presentarse como un moderado estadista al frente de la toma de Damasco.
Un giro que recuerda, en cierta medida, al movimiento talibán en Afganistán, que aparentó moderación tras la última conquista de Kabul renegando del pasado, pero que ha emprendido tras la retirada de las tropas internacionales un progresivo endurecimiento de la represión interna. Sobre la sombra de Siria se encuentra el temido autodenominado Califato, que extendió la sombra del terror, imponiendo ejecuciones sumarias y torturas, con el epicentro de Raqa.
Siria tiene como característica que es un país con amplias minorías (cristianos, chiíes), que habían encontrado en Bashar al-Asad una protección. Los rebeldes prometen que las protegerán e integrarán, pero el temor se extiende en parte de sectores de la población.
Por otro lado, también se encuentra el precedente libio. La caída de Gaddafi ha dejado un país fracturado en dos gobiernos que no se reconocen entre sí. Por un lado, se encuentra el Gobierno oficialista de Trípoli, en la capital, mientras que en el Este se ha creado una Administración paralela, denominada Gobierno de Estabilidad Nacional (GEN), con capital en Bengasi.
Es habitual que las tropas Wagner y militares de Rusia realicen acciones en el este de Libia, donde cuentan con un Gobierno más favorable para sus intereses, especialmente las operaciones que realiza Moscú en el Sahel africano.
Si Siria siguiese este ejemplo, el país se fragmentaría. Los intereses comprenden a diversos actores internacionales, entre ellos Turquía, los países occidentales e Israel (con una base estadounidense en el sur del país) y Rusia e Irán, que quieren mantener la región occidental para mantener salida al Mediterráneo.
El ejemplo frustrado de Túnez
El anhelo inicial de los rebeldes sirios, hasta que la oposición a al-Asad se fragmentó y un sector se radicalizó, era la construcción de un sistema democrático en el país. Algo similar a lo que ocurrió en Túnez aunque, por el contrario, en el país del Norte de África el conflicto duró poco tiempo porque el dictador se marchó, mientras que en Siria se ha extendido durante más de una década.
Túnez ha conseguido establecer durante una década una incipiente democracia, con instituciones de control funcionales y una ampliación de derechos a la población, que podría encontrar también amparo en una Siria en la que se ha remado durante décadas hacia un laicismo.
En todo caso, el país del Norte de África no está consiguiendo consolidar las estructuras democráticas y el gobierno del ultraderechista Kais Saied está tornando en una dictadura. Un camino que también podría suponer un aprendizaje para las nuevas Administraciones de Damasco.
El temor a un vacío de poder
La caída de al-Asad ha dejado un vacío de poder en el país, que los rebeldes están intentando paliar. Para ello se ha aceptado la invitación del primer ministro, Mohamed Ghazi al Jalali, para realizar una transición planificada en lugar de una voladura total de las Administraciones.
Que sea efectiva es crucial para evitar que en Siria reine por completo el caos. Así ocurrió durante gran parte de la guerra en un importante territorio del país, que llevó a convertir algunas regiones en un auténtico avispero que empleó Daesh para imponer un régimen del terror.
El país ocupa una posición muy estratégica y ahora se enfrenta a multitud de desafíos para llevar adelante el final del conflicto armado, que ha desangrado a Siria durante toda una década. Las consecuencias son imprevisibles.