En el madrileño barrio de San Isidro, en el distrito de Carabanchel, se encuentra una zona verde que cada 15 de mayo, coincidiendo con pleno auge de la primavera, se convierte en el punto neurálgico de las fiestas dedicadas al patrón de Madrid: la pradera de San Isidro.
Compuesta por más de 35 hectáreas, el parque público en el que se levanta un recinto ferial todos los 15 de mayo recibe a miles de personas dispuestas a festejar lo que en su momento era una simple romería, y a día de hoy se ha convertido en una fiesta por todo lo alto.
Una pequeña ermita es una de las protagonistas del parque. Dedicada a San Isidro, la Ermita del Santo fue fundada por primera vez en el siglo XVI, aunque la que conocemos nosotros a día de hoy fue formada mediante una segunda edificación, procedente del siglo XVIII. Junto a ella se encuentra un manantial, del que la tradición afirma que obtiene agua de forma milagrosa, y es que su agua, solo con beberla sanó a Felipe II cuando era tan solo un niño.
En la zona superior de la Fuente se encuentra un relieve del siglo XVIII, que representa un cuadro de Carreño que realizó para la Capilla de San Isidro y reproduce este milagro de la fuente.
Bajo este relieve se encuentran diversas inscripciones que hacen referencia a los distintos milagros de la fuente. Según la tradición, esta es la fuente que hizo manar San Isidro Labrador a comienzos del siglo XII, cuando golpeó una roca mientras trabajaba los casos de su patrón Vargas. A su lado, se construyó un oratorio que imitaba a una humilde casa de planta cuadrada.
Tradicionalmente se considera que San Isidro nació en el año 1082, en el arrabal cristiano de San Andrés. Era hijo de labriegos por lo que ayudaría a sus padres a trabajar en el campo. Sin embargo, Isidro quedó huérfano siendo muy joven y para poder sobrevivir tuvo que trabajar como jornalero para la familia Vera, aunque a lo largo de su existencia tuvo varios patronos.
La pradera de Goya
Mucha gente lo desconoce, pero la pradera forma parte de la historia también porque el artista Francisco de Goya la inmortalizó allá por el año 1788 en una conocida obra. En su origen formaba parte de una serie de cartones para los tapices que iban a decorar las habitaciones de las infantas en el Palacio de El Pardo y que fue encargada por Carlos III.
La temática consistía en hacer homenaje de las fiestas populares, aunque los tapices nunca se llegaron a realizar y la muerte de Carlos III en diciembre de ese mismo año provocó que se paralizase el proyecto.
No obstante, el rastro de Goya quedó en los bocetos preparatorios. Y entre los juegos que dibujó se adivina un escenario que servía de paisaje para estas actividades festivas: la pradera de San Isidro. Precisamente ese era el título del cartón que iba a ser el principal de toda la serie. El tapiz prometía ser una panorámica de siete metros de ancho del castizo escenario.
Como se puede apreciar en el cuadro, en un primer plano aparece un grupo de personas disfrutando del día de fiesta sentados en la pradera. Al fondo, se observa una panorama única de Madrid, con edificios tan característicos como el Palacio real o la iglesia de San Francisco el Grande.
Una festividad única
Siglo a siglo, cada 15 de mayo, la Pradera de San Isidro, abandona su habitual calma, para transformarse en un verdadero bullicio de romeros, que acudían a los famosos puestos de botijos, para llenarlos con el agua de la Fuente del Santo, comían las famosas rosquillas, o las gallinejas y entresijos, para montar en el Tio Vivo y marcarse el famoso chotis.