La crisis vivida entre Rusia y Ucrania amenaza la estabilidad en Europa. Los dos países viven actualmente sus horas más tensas, con amenazas continúas de conflicto ante una posible invasión de Moscú a su país vecino. Sin embargo, el deterioro de las relaciones no es nuevo.
Cabe remontarse a la desintegración de la URSS y la pérdida de influencia rusa sobre un número creciente de países situados en el este del Viejo Continente. Ucrania, que linda con Rusia, ha mostrado una voluntad de aliarse con el bloque occidental, con el anhelo de integrarse en la OTAN o la Unión Europea. El enemigo en las puertas de la frontera controlada por el Kremlin, en un país que, hasta hace relativamente poco tiempo, estaba completamente bajo su órbita.
La brecha comenzó a instaurarse con mayor fuerza en el año 2004, cuando estalló el primer Maidán, también conocido como la Revolución Naranja. Las elecciones de aquel año dieron la victoria al prorruso Viktor Yanukóvich, con grandes sospechas de amaño electoral. Las protestas se extendieron por todo el país y se anularon los resultados cuando el Tribunal Supremo ordenó convocar unos nuevos comicios. El vencedor fue su rival, Viktor Yúschenko, que fue envenenado con grandes cantidades de TCDD, una dioxina muy tóxica, a finales de 2004.
La situación se pacificó hasta que Yanukovich llegó finalmente a la presidencia en 2010 y la Comisión Central Electoral y los observadores internacionales avalaron los comicios. Fue expulsado cuatro años después, en 2014, tras las protestas del Euromaidán, que dejaron más de cien muertos y fragmentaron al país. El presidente se había negado a liberar a los disidentes Timoshenko y Lutsenko, como le exigía la UE, para integrarse en el grupo. Yanukovich reconoció finalmente que se había negado a firmar el acuerdo porque Moscú había ofrecido al país una reducción en los precios del gas a cambio de rechazar su integración con Bruselas.
Moscú aprovechó los enfrentamientos del Euromaidán en 2014 para tomar represalias e invadir la península de Crimea, situada en el sur de Ucrania. Se trata de un punto estratégico, ya que representa una salida para Rusia hacia el mar Negro. Este territorio fue perdido por Moscú después de la II Guerra Mundial y Rusia ansiaba recuperarlo. Cabe destacar que Yanukóvich salió del poder tras desaparecer sorpresivamente y reaparecer en una base militar rusa de Sebastopol, en Crimea, motivo por el que fue acusado de traición, algo que dio pie a Rusia a justificar su invasión bajo el mantra de un "golpe de Estado".
Junto a Crimea, Rusia actuó de forma parecida en el Donbass, situado también en el este del país. Envió tropas camufladas con intención de separar esta región, desencadenando una guerra que dejó más de 13.000 muertos tras la respuesta de Ucrania. El conflicto terminó, aparentemente, en 2015 con la firma de los acuerdos de Minsk, algo que no ha impedido que las muertes sigan hasta la actualidad.
Con ello, los dos territorios separatistas de Donbass, Donetsk y Lungansk, quedaron separados del resto de Ucrania por la llamada 'línea de contacto', establecida en los acuerdos de Minsk de forma provisional hasta la resolución del conflicto. Kiev, sin embargo, no duda en reclamar la vuelta de unos territorios que considera arrebatados.
El rearme ucraniano
El conflicto ha continuado hasta la actualidad. Ucrania no se ha mantenido paralizada, y ha potenciado el rearme de su ejército, que ha vivido una gran modernización durante los últimos años, con la compra de drones a Turquía como punto de inflexión para Moscú.
Las autoridades rusas creen que Ucrania ahora sí dispone de los medios necesarios para recuperar Donbass por la fuerza y, de hecho, consideran que su objetivo es realizar una afrenta militar cuanto antes para volver a unir estos territorios.
Ante este escenario, Rusia ha desplegado más de 100.000 efectivos y centenares de tanques y piezas de artillería junto a la frontera con Ucrania como forma de intimidar a las autoridades de Kiev. Algunos dirigentes rusos han insinuado que seguirán la política que ejecutaron en Georgia en agosto de 2008, con la guerra de Oestia del Sur, que dejó miles de muertos y más de 34.000 desplazados. Esta es la respuesta que Moscú amenaza con repetir si se produce un ataque contra el Donbass.
Occidente, en este caso, se ha planteado la necesidad de presionar a Moscú para que no actúe contra Ucrania, diferenciando la respuesta a la ofrecida en 2014, cuando en cierta medida se mantuvo al margen y no mostró tanta implicación como en la actualidad.
Estados Unidos, la OTAN y la UE han endurecido sus respuestas a Vladímir Putin, con una confrontación que ha llegado a niveles que, en muchos sentidos, no se habían visto desde la Guerra Fría. La amenaza de un conflicto armado en el corazón de Europa sigue viva.