El Papa Francisco ha muerto a los 88 años. El primer sumo pontífice de origen latinoamericano y conocido por un legado reformista y de avances sociales en la Iglesia Católica, había protagonizado ayer, domingo 20 de abril, actos públicos y se preparaba su regreso.
A pesar de que estaba muy debilitado tras su paso por el hospital con una grave neumonía bilateral de la que había sido dado de alta el pasado 23 de marzo, el Papa Francisco no habría fallecido por esta enfermedad y no guarda relación directa con este episodio médico.
Por qué murió el Papa Francisco: sale a la luz la causa
Detrás de la muerte del Papa Francisco se encontraría realmente un ictus o derrame cerebral, según publica el diario italiano Il Corriere della Sera. Este anuncio contrarresta la enfermedad respiratoria, aunque el Vaticano por el momento no ha incluido oficialmente el motivo de su fallecimiento en el comunicado emitido ante los medios.
El ictus o derrame cerebral se produce cuando el flujo de sangre que llega al cerebro se ve interrumpido o reduce, principalmente por coágulos o roturas de los vasos sanguíneos. Por este motivo, el tejido cerebral deja de recibir suficiente oxígeno y nutrientes, siendo la principal causa de incapacidad permanente en adultos, con graves secuelas.

A pesar de que esta afección está íntimamente relacionada con el infarto cerebral, no son exactamente igual. El ictus puede derivar en infarto cerebral cuando cierta parte del cerebro "comienza a morir". Es decir, el el derrame sería una condición previa.
Cuando un ictus se da de forma súbita, como es habitual en estas afecciones, es vital actuar inmediatamente, puesto que el paso de las horas es determinante. Entre los síntomas, se encuentra el adormecimiento de parte de la cara, brazo o pierna; confusión y/o dificultad para hablar, pérdida de equilibrio, problemas de visión repentinos o dolor agudo de cabeza sin causa aparente.
Para prevenir el ictus o derrame cerebral es importante llevar una dieta variada y saludable, con el objetivo de evitar o reducir algunos factores de riesgo como el sobrepeso o el colesterol elevado, entre otros. También se recomienda llevar a cabo un control habitual de la tensión arterial de forma regular, especialmente en personas con diabetes o ictus previos.