Es hora de hablar del tema. Sé que no estoy solo en el mundo, y que son muchos los que se esconden por vergüenza y con la sensación de estar cometiendo el mayor de los pecados capitales al reconocer sus instintos. Somos una raza aparte, una especie a la que cada vez se le complica más la supervivencia en un planeta plagado de nuevos depredadores: los haters. Es tiempo de reconocer nuestra filia más deshonrosa: nos gusta la pizza con piña, ¿y qué?
Mientras se nos estereotipa y se nos condena por querer disfrutar de una de las mejores recetas del plato italiano, el mundo está plagado de personas que le echan chorizo a la tortilla de patatas, que comen melón con jamón y que beben té con leche. Combinaciones verdaderamente criminales que no hacen más que evidenciar la hipocresía de un mundo que se ha unido contra los amantes de la pizza con piña.
Basta de convencionalismos, porque hay que aceptar que los seguidores de este manjar somos valientes que un día se atrevieron a probar cosas nuevas, a disfrutar de un plato diferente y a caminar en dirección contraria. Bienaventurados por habérsenos entregado un paladar especial, el don de saber apreciar una combinación que hace de la gastronomía un arte elevado, y de este planeta un lugar mejor en el que vivir. La vergüenza y la cobardía nos ocultan, pero no somos pocos los que hemos decidido dar un paso al frente y atrevernos, en presencia de cualquiera y sin vacilaciones, a disfrutar de la exquisitez hecha pizza.
Nuestro sentido del gusto está más desarrollado. ¿Por qué elegir entre lo dulce y lo salado cuando se puede disfrutar de ambos sabores al mismo tiempo y en un mismo plato? Solo los dichosos que gozamos de esta denostada receta sabemos lo que significa experimentar esa explosión de sabores en nuestra boca, esa sucesión de aromas que recorre nuestras papilas gustativas y que las altera de tal manera que resulta imposible no repetir. Ya lo decían las Pringles: "Cuando haces pop, ya no hay stop".
Pareciera que somos una especie en extinción. Tanto es así que hasta la ciencia nos ha estudiado y, afortunadamente, nos avala. La piña en la pizza altera la intensidad del sabor del plato, y es que el jugo de la fruta dulce cuenta con unas enzimas que no solo hacen que la proteína de la carne de cerdo adquiera más sabor, sino que produce más sensibilidad al gusto. Y, si en un mundo como el nuestro en el que pragmatismo gobierna nuestros pensamientos y valores la ciencia nos da la razón, habrá que empezar a respetar a los amantes de la pizza hawaiana.
Que, por otro lado, de hawaiana tiene poco. Esta receta, denostada por muchos e idolatrada por menos, tiene su origen en Canadá. Si las religiones tienen sus propios dioses, nuestra devoción no iba a ser menos. El nuestro se llama Sam Panopoulos, y fue el primer cocinero al que se le ocurrió la bendita idea de añadir piña y jamón a la pizza en su restaurante de nombre Satellite, en Ontario, allá por los años sesenta. Su invento ha dividido al mundo, un mundo que cree haber encontrado en la pizza con piña un insulto a Italia, a los hawaianos y al planeta entero.
Un mundo que se ha propuesto erradicar nuestro plato favorito. Capaz de ser el origen de lo que promete acabar en guerra mundial. Hasta los gobiernos han decidido actuar contra lo que consideran una aberración. Hace tan solo unos días, el presidente de Islandia confesó que, si de él dependiera, prohibiría la pizza con piña. Y lo más escandaloso es que el mundo se ha puesto de su parte. ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué tanto dolor? Ojalá estas líneas sirvan para mandar un mensaje de respeto, tolerancia y amor.
No nos dejemos llevar por beligerantes mensajes de enemistad. Somos amantes de la comida, de la comida basura más concretamente, y la pizza, en cualquiera de sus formas, nos debe unir contra el odio. Incluso Donald Trump quiere acabar con ella, ¿de verdad lo queréis en vuestro bando?
Basta de avergonzarnos cuando pedimos pizña (si hay gente que sigue diciendo "juernes", permítanme a mí inventarme un término para este plato). Basta de tener que pedir perdón y de andar justificando nuestras preferencias alimenticias. ¿Acaso no hay gente a la que le gusta el Nesquik? ¿Acaso no existe una pizza de KitKat? ¿No era el tomate una fruta? ¿Cuál es el problema, entonces, de echarle piña a la pizza? La doble moral, amigos.
La pizña ha revolucionado la gastronomía mundial. Genera odios y pasiones a partes iguales, pero estalla en sabores y aromas en los mejores paladares.
Y quien lo probó, lo sabe.