Existe en España un miedo secular a reconocer que se vota a la derecha, bien sea por complejo, prudencia o, incluso, por hacer valer aquello de que el voto es libre y secreto, pero es un tema que va mucho más allá, su explicación es más compleja y sus consecuencias más importantes de lo que creemos.
La sombra franquista
España estuvo sometida durante cuarenta años a una dictadura atroz liderada por el general Francisco Franco, el cual se alineó e, incluso, apropió de la Falange Española de las JONS, apartando a su líder, José Antonio Primo de Rivera. Durante estas cuatro décadas, el dictador se vendió -y actuó, como se desprende de sus acciones y alianzas políticas-, como un líder de derechas, lo que provocó una asociación de este bloque ideológico a la privación de derechos y libertades, situando justo en el extremo contrario al bloque de izquierdas, que se convirtió de facto en el baluarte de la defensa de los más necesitados, llevando por bandera la defensa de los derechos y libertades. Esta apropiación ha llegado hasta nuestros días por diversos motivos.
La Transición supuso el peregrinaje de hombres del régimen franquista a la flamante democracia, todos ellos se agruparon en torno a partidos políticos de derechas creados por personas que supieron transitar por las peligrosas arenas del cambio de régimen político, lo que evitó, en parte, la abrupta ruptura y defenestración de estas personas, con todo lo que eso conlleva. Mientras que esto sucedía en la derecha española, la izquierda tenía a todos sus líderes en el exilio, por lo que ya partían con gran ventaja moral para presentarse ante los ciudadanos como los únicos capaces de romper con el régimen anterior, y es aquí donde encontramos el primer motivo por el que muchos votantes conservadores prefieren no hacer público su voto, porque la sociedad española todavía no ha sido capaz de asimilar que el régimen franquista era una cosa y los partidos de derechas, cuarenta años después, otra. Estos votantes huyen del fácil insulto patrio: facha.
El factor económico y territorial
También hay en esta ocultación un factor económico, pues está demostrado que los partidos de derechas no solo se nutren de votos de clases altas, sino que principalmente los ciudadanos que depositan su confianza en ellos son de clase media, sin despreciar el importante porcentaje de voto de clases más desfavorecidas. Estos tienden a no decir la verdad cuando hablan del voto, pues en España (también en otros países, pero no con tanta ferocidad) se ha inoculado la idea de que ser obrero/trabajador y votante de derecha es una incongruencia insalvable. El factor cultural es, sin duda, importantísimo a la hora de analizar esta cuestión, pues siempre hemos podido ver que los movimientos culturales institucionalizados apoyan a la izquierda y, los que no lo hacen, nunca se postulan, esto sitúa al político y votante de izquierda en una atalaya moral desde la que imparten lecciones sin miedo a ser catalogados de franquistas, fachas o fascistas.
Por último, y como consecuencia del difícil anclaje territorial español, el voto se distribuye de formas muy diferentes entre en centro-periferia y rural-urbano, pero sería impensable que un votante de edad media, de un pueblo inhóspito de la Extremadura profunda, diga sin miedo y con orgullo que ha votado a la derecha, pues también hay inoculado un pensamiento colectivo que adueña a la izquierda de la defensa de los territorios despoblados, alejados de las urbes y desconectados de los avances propios de los tiempos.
En suma, los pueblos necesitan un largo y lento rodaje para asimilar sucesos atroces de la historia y perder complejos adquiridos por estos; por eso mismo, España necesita tiempo y cambios para darse, entre ciudadanos, el abrazo fraterno que se dieron los políticos en la Transición. Lo hará. Lo haremos.