La principal sorpresa de la noche electoral del 26-J ha sido para muchos el fuerte ascenso del PP en su previsible victoria, convirtiendo a Mariano Rajoy en el gran triunfador de la noche. El presidente en funciones, absorbiendo los escaños perdidos por PSOE y Ciudadanos respecto del 20-D, sale reforzado de estos comicios, y afronta la temporada de pactos con un escenario político parecido al de principios de año pero con una diferencia fundamental; es el único partido que asciende. Y mucho.
Pero el gran perdedor de la noche se esconde tras el cero que en la pantalla indicaba anoche que su partido no había perdido escaños; Pablo Iglesias. Y no me refiero a Podemos, sino a Iglesias específicamente.
Todo lo que al de Vallecas le podía salir mal le ha salido mal.
Y es que no hay mas que mirar los datos de la coalición Unidos Podemos para observar que, tras ese resultado, clavado en número de escaños al del 20-D (71, respecto a 69 y 2 que Podemos e IU tenían por separado), se esconde una pérdida conjunta de más de un millón de votos de los seis que tuvieron en diciembre. Es escalofriante observar que la coalición ha obtenido menos votos en total de los que Podemos obtuvo en solitario hace solo 6 meses.
¿Qué ha ocurrido?
Las apuestas de Iglesias fueron muchas y, vistas en retrospectiva, muy arriesgadas. La primera fue su negativa a pactar con el PSOE en marzo, probablemente alentada por su creencia de que unas segundas elecciones beneficiarían a Podemos. Probablemente en aquel momento Iglesias tenía razón, pero los meses intermedios han convertido la maniobra en un importante lastre, y es probable que eso lo hayamos visto ocurrir todos en nuestro día a día. Casi cualquier persona que estuviese interesada en política a casi cualquier nivel con la que hablases te contaba la misma historia de lo ocurrido; Pedro Sánchez quería echar a Rajoy, pero Pablo Iglesias dijo que solo pactaría si le hacían vicepresidente. Un soberbio, el coletas. Un extremista. Me gusta más Errejón.
Me gusta más Errejón. Me gusta más Errejón. Me gusta más Errejón. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado?
Mucho se habló entonces de que el número dos del partido era un hombre más moderado, con más afinidad a su homólogo del PSOE y mucho más dispuesto a pactar. Sea verdad o no, la historia ya estaba en el aire, flotando como la niebla, esperando que algo, cualquier cosa, le diese peso, textura y tracción. Y a falta de uno llegaron dos incidentes perfectos para ello. El fulminante cese de Sergio Pascual, y aquello de la cal viva.
Hay varios factores comunes entre estos dos sucesos, pero el más destacable es sin duda que el desacuerdo entre Iglesias y Errejón en ambos fue bastante patente. Errejón se ha convertido poco a poco en el favorito de la gente, el moderado, el que a todos gusta cuando habla, mientras lo que esa narrativa hacía sutilmente era en realidad dinamitar poco a poco la figura de Pablo Iglesias como el extremista, el poco dialogante, el déspota.
Pero ojalá hubiera sido ese el único problema.
Ayer leí que, cuando tu electorado está jodido, no puedes hacer una campaña de sonrisas, y no podría estar más de acuerdo. La campaña de Iglesias ha sido muy diferente de la de diciembre pasado o desde luego de las municipales, y en ella la sensación que queda es que se han intercambiado rabia por sonrisas, hartazgo por mensajes de positividad y, en el fondo, izquierda por centro. Hemos visto al candidato de Podemos hablar del Rey, del Papa, del soberanismo catalán, del empresariado y de sus adversarios políticos en unos t´érminos que, le gusten a uno más o menos, no son los que le llevaron a donde anteayer estaba. Es fácil anunciar que esta actitud conciliadora ha sido un error a toro pasado, con los datos en la mano, pero parece que esa es la realidad. España y su aturdida izquierda responden mejor al espíritu activista del 15-M que al reformista moderado de esta campaña.
Y entonces metemos en la ecuación a la izquierda menos aturdida; Izquierda Unida entra en coalición con Podemos en mayo. Las bases de ambos partidos lo ratifican, pero los barones de ambas partes advierten del peligro.
La teoría era buena. Podemos había obtenido 5,1 millones de votos en diciembre, mientras IU/UP contaba con 900.000, lo cual les llevaba a 6 millones de votos. Además, estos 6 millones de votos se traducirían en la práctica en más escaños que por separado, pues a los de Alberto Garzón cada escaño les había costado 450.000 votos, mientras que a Podemos tan solo 75.000. Ambas cantidades tenderían a equilibrarse, convirtiendo esos dos escaños en al menos el triple con la misma base de votantes.
Sin embargo, incluso esto se ha vuelto en contra de la formación morada. Los medios, que han rebañado todo lo que podían rebañar en cuanto a la crisis del partido, Venezuela o hasta la marca de pasta de dientes de Pablo Echenique si hacía falta, han visto el filón y han cuestionado la confluencia tanto como ha sido posible. No ha habido entrevista en la que no se sacasen a relucir las diferencias ideológicas entre los dos partidos y en la dificultad de homogeneizar el discurso. Esto quizá no hubiese sido un gran problema si durante la campaña hubiésemos visto al Pablo Iglesias del año pasado, con más garra, con más espíritu y sin la corbata esa mal puesta que alguien le ha recomendado, pero cada vez más hemos visto un candidato deslucido, con un discurso repetitivo y, al fin y al cabo, más parecido a la "vieja política", que no ha sido capaz de sacar a la calle a sus votantes.
Es difícil decir por qu´é lado ha venido la sangría. ¿Ha perdido más votos Alberto Garzón por parte de la izquierda más anticapitalista por pactar con un partido que claramente ha ido basculando hacia la socialdemocracia moderada, o los ha perdido Iglesias por mostrar su cara más comunista con el pacto? ¿Ninguna de las dos cosas? ¿Ambas?
El caso es que con un millón menos de votos y la misma cantidad de escaños, ahora, y según el pacto de confluencia firmado por ambas partes, 4 de los 45 escaños conseguidos por Podemos (el resto son de otras mareas, partidos del cambio, etc) corresponden a IU, es decir, que si se cumplen esos términos en la práctica Podemos queda con tan solo 67 diputados, dos menos que en diciembre.
De modo que con una estrategia perjudicada por los propios actos de Iglesias, una percepción pública de fragmentación, una campaña más lánguida y una coalición que decepcionaba a grandes sectores de ambas partes, llegamos a la noche de estas elecciones, no sin antes pasar por una campaña que ha orbitado en torno a Venezuela, Venezuela, Venezuela y Venezuela. Los votos de PP, PSOE y Cs, sumados entre sí, obtienen aproximadamente los mismos votos que en diciembre, mientras Unidos Podemos baja en una cantidad de votos parecida a la del aumento de la abstención. Se mire por donde se mire, es una debacle.
Quizá Iglesias dio a su electorado por seguro y fue a buscar a otro sin pensar en lo que podía dejar por el camino. Quizá sobrestimó el alcance de su mensaje. Quizá Podemos haya tocado techo. Quizá yo, que he sido pablista desde el principio, no debería estar colaborando en un medio público a la narrativa de que el líder de Podemos ha fracasado estrepitosamente. Quizá esté muy equivocado respecto a las razones de esta bajada; ayer se me demostró que no conozco a España.
Pero lo que es innegable es que Pablo Iglesias tiene ahora una reflexión muy importante que hacer. Es obvio que el día 25 pensaba que iba a ganar al PSOE, y el partido ha dado un paso atrás importantísimo que le deja prácticamente sin opciones de cara a los pactos.
Mariano Rajoy es el claro ganador de las elecciones, y hoy se ha despertado con la legitimidad moral de ser la opción por la que los españoles se han decantado en una segunda vuelta de elecciones nada menos. Pedro Sánchez, a quien muchos dábamos por políticamente muerto a estas alturas, aguanta el tirón y casi brilla como una estrella a pesar de obtener el peor resultado de la historia de su partido. Albert Rivera, junto con Sánchez, queda en una posición relativamente cómoda para los meses venideros, con unos resultados que engrasan incluso un posible pacto de investidura favorable a Rajoy. Alberto Garzón, quien no dudo que estará profundamente decepcionado también por el resultado, podrá limpiar sus lágrimas en el tapizado de cuatro sillones nuevos en el Congreso.
De modo que debemos mirar a Iglesias en busca del gran perdedor. Con un claro retroceso en votos, teniendo que ceder escaños a IU tras un pacto fallido, con un número dos que a estas alturas gusta más que él mismo casi universalmente, y con un discurso que poco tiene que ver con el que le llevó al poder y que acaba de demostrar que, como mínimo, le estanca, cabe preguntarse qué depara el futuro para la que quizá sea la figura política más interesante de España de los últimos años.