Desde 1971 las reglas del Festival de Eurovisión establecen que puede haber un máximo de seis personas sobre el escenario en cada actuación. Anteriormente, entre 1957 y 1970, solo podían participar cantantes en solitario o en dúo, y desde 1963 se permitía que fueran acompañados por un coro de hasta tres personas. No nos queremos ni imaginar lo que habríamos hecho en España con semejantes limitaciones, a la vista de nuestro historial de participación.
El caso es que en España nos gusta llenar el escenario de Eurovisión. Llámalo pragmatismo ("¡oye, si hay seis plazas vamos a aprovechar!", como si nos las regalasen), llámalo exageración ("cuanto más bulto, mejor") o llámalo que nos gusta ver jarana y movimiento, pero las actuaciones españolas se caracterizan por subir a seis personas al escenario, le vaya bien al tema o no y caiga quien caiga.
Podríamos culpar a Rosa. Podríamos decir que la gente reconectó en 2002 con un festival muy diferente al del 'La la la' que guardaban en sus retinas y se encontró con un espectáculo de cinco coristas y una ganadora que le arrebataba el triunfo a Rosa (¡nuestra Rosa!) en una actuación en la que se cambiaba de vestido y todo. Sin embargo, lo cierto es que la (mala) costumbre española de llenar el escenario viene de mucho antes.
1997-2001: Se abre la temporada de coristas
Hasta 1997 era obligatorio que los instrumentos que sonasen en la canción estuviesen en el escenario aunque no se tocasen en directo. Anabel Conde pareció querer rebelarse contra esto en el 95 mandando a la otra punta a sus percusionistas, pero lo cierto es que ahí estaban, como también estaba la banda de Sergio Dalma en el 91. Por ello, comenzaremos a fijarnos en las actuaciones de a partir del cambio de norma.
Marcos Llunas fue el primero de este nuevo ciclo y no debió enterarse, porque apareció rodeado de una banda con batería y guitarras. A partir de entonces se inauguró el ciclo de los coristas: Mikel Herzog, Lydia, Serafín Zubiri y David Civera subieron al escenario acompañados por varias voces complementarias. No una, ni dos; no. ¡Nada más y nada menos que cuatro o cinco coristas! El pie de micro, ese estandarte de los 90, era indispensable a ojos de la delegación española y no nos cortábamos un pelo en llevar a nuestros solistas bien acompañados. Porque, ahora que no había que poner instrumentos, dejar el escenario tan vacío nos daba como cosilla.
Civera, además, introdujo el concepto de bailarines con pulgas en el traje (aka bailarines extremadamente sonrientes que no pueden pasar ni un segundo de la canción sin hacer pasos cortantes y marcados, a menudo escenificando la letra de la canción para que se entienda todo mejor, "que como cantamos en español no nos entienden y no ganamos") y coristas con distintos tonalidades de voz, casi siempre con uno agudo que chirría bastante. Muy, muy moderno.
2002-2011: Que comiencen los Juegos del Coro
Civera fue el precursor de esta mezcla de estilos entre coristas y bailarines hiperactivos y durante la primera década del siglo XXI dio lugar a actuaciones que eran verdaderos cuadros. Lo molesto además es que, en un intento por sorprender, lo que se veía (y escuchaba) encima del escenario no le venía nada bien a la canción ni tenía nada que ver con lo que los españoles habían elegido en la preselección. Mientras que en otros países apostaban por llevar todo preparado y marcado desde el primer momento, en España nos decantábamos más por la 'sorpresa' y el más difícil todavía.
Rosa nos encandiló con esa coreografía que aún muchos reproducimos en las pistas de baile de los pueblos, momento en el que Geno se equivoca en el giro incluido. Ya en ese momento los coros nos chirriaron pero "cosas del directo", pensamos. Beth, aunque daba una sensación más cuidada, repetía patrón e incorporaba volteretas y saltos imposibles, además de esos coros agudos que antes mencionábamos. Y Ramón, cerrando el ciclo 'OT', nos montó una fiesta latina con coristas muy sabrosonas en un momento. No contéis, ya os ayudamos nosotros: 6, 6 y 6. ¡Qué diabólico todo!
"Bueno, a ver, es que claro, eran solistas, y dejar a un solista ahí solo no luce". Vale, os compramos este argumento de momento (¡animalicos!). En 2005, con Son de Sol, llegó el más difícil todavía: tenemos tres cantantes, un rapero y solo dos plazas más. Los números no nos cuadran para meterle un bailarín más y hacer un número más equilibrado. ¿Qué hacemos? Dejamos a un corista de negro perdido por el fondo y al trío turnándose a dos bailarines (que no paraban quietos, claro), como si esto fueran camas calientes.
Y del trío pasamos a los cuartetos. Las Ketchup se llevaron a sus dos amiguetes a hacer ejercicio de fondo mientras ellas daban vueltas en sus sillas de oficina bajo los efectos del 'Bloody Mary' y D'Nash puso a dos señoritas a tocar los tambores. ¿Cómo? ¡Claro, ellas también bailaban! Por coreografía que no quede, si es que se la pusimos hasta al Chikilicuatre, y eso que no pegaban nada con Disco y Gráfica.
Para cerrar la década llegó Soraya con su maravillosa puesta en escena que, según dicen, causó varios ataques de epilepsia y crisis nerviosas entre los espectadores, cansados de solo mirar a esos bailarines dar saltos rodeados de todo tipo de luces y pirotecnica. Daniel Diges armó un circo (literalmente) que, aunque empezó bien planteado, acabó con un corista al mismo nivel que el cantante principal y volteretas imposibles, una vez más. ¿Y Lucía Pérez? Pues más de lo mismo: otros seis bailoteando todo el rato.
2012-2015: Nos sigue gustando llenar el escenario, pero con cambios
El misterio de todo esto es por qué nos seguía intrigando año a año qué íbamos a hacer en la puesta en escena, si visto en retrospectiva todas eran más de lo mismo. Cierto es, todo hay que decirlo, que salvo Loreen, Conchita Wurst, Måns Zelmerlöw y poco más casi todas las actuaciones ganadoras de los últimos años han copado también el máximo de personas en el escenario.
En España el cambio llegó gracias a Pastora Soler. Por primera vez en mucho tiempo, la cantante aguantaba el peso de la canción durante gran parte de la misma y los coros, con un sutilísimo cambio de escenografía, aparecían para lo que tenían que haber hecho siempre: reforzarla y no hacerle sombra. Al año siguiente intentamos mantener la fórmula con El Sueño de Morfeo, ¡pero atención! Ahí estaban de nuevo, los seis subidos otra vez en el escenario, sin ningún tipo de imagen potente de conjunto.
Menos mal que llegó Ruth, nuestra Ruth Lorenzo, a poner orden. Posiblemente la representante que más ha controlado su número y que mejor ha entendido el festival jamás en España, ella decidió coger a sus coristas y bajarlas del escenario. Aquí se viene a cantar tres minutos y concepto solo hay uno, y muy claro. Una actuación brillante, a pesar de que el sonido de los coros, de nuevo, nos chirriase un pelín. Edurne trató de tomar nota (también del número de Loreen) y se quedó a solas en el escenario con Giuseppe di Bella, pero se le olvidó lo del concepto único y, acordándose de la letona que venció a Rosa, metió cambio de vestuario, coreografía, balada y luces de colores. Demasiado para 2015.
A falta de unos días para Eurovisión 2016, sabemos que Barei volverá a llenar el escenario al máximo. Además, ya hemos podido ver algún vídeo de sus ensayos y hemos comprobado que la madrileña lleva coreografía marcada para acompañar su marchoso 'Say Yay!'. ¿Qué tal quedará? Los resultados en otros países nos dicen que, aunque la tendencia últimamente son las actuaciones minimalistas, no es necesariamente malo llevar a seis intérpretes y puede dar lugar a grandes shows. Tenemos mucha fe puesta en Barei para romper con ciertas dinámicas y esperamos que no pase a ocupar otro puesto en este particular paseo de los horrores.