El imperialismo y la pugna entre las principales potencias europeas propició la ocupación de territorios por todo el mundo, hasta en los lugares más recónditos del planeta, con el fin de obtener el máximo beneficio posible para lograr el monopolio continental.
Es en esta etapa donde comienza nuestro relato de Nauru, una isla desperdigada por el Océano Pacífico que mide apenas cinco kilómetros de largo. Este atolón conecta con Papúa Nueva Guinea al este y con Australia al noroeste, país que controlaba el territorio hasta que en 1946 se estableció su independencia.
'Abonados' al éxito
Hasta entonces, Australia y Gran Bretaña habían mostrado un gran interés en la isla. ¿El motivo? La gran cantidad de mierda de la que disponía. Literalmente. Nauru contaba con el mayor depósito de fosfatos y guano del mundo, dos de los productos básicos para obtener el fertilizante, y que son altamente codiciados por la mayoría de países.
Conscientes del tesoro que tenían en su pequeño territorio, la primera acción del gobierno, una vez obtuvo la independencia total en 1968, fue hacerse con los Comisionados de Fosfatos Británicos, la compañía que explotaba la isla. A cambio de nacionalizar la empresa, el gobierno de Nauru pagó 20 millones de dólares australianos. Sustituyó el nombre de la compañía por la Corporación de Fosfato de Nauru, y se puso manos a la obra con la primera materia prima de exportación de la isla.
El éxito fue inmediato. El dinero llegaba a raudales a la isla, demasiado para los 8.000 habitantes que la habitaban. Las primeras medidas fueron sociales, apostando por una educación y sanidad gratuita y de calidad. Además, los nauruanos tampoco pagaban impuestos, ya que el estado no necesitaba su dinero (llegó a tener 2.000 millones de dólares estadounidenses en su reserva).
Cuando ya quedaba poco que hacer socialmente hablando, comenzaron con las finanzas y las especulaciones. Primero, con una aerolínea, Air Nauru, que contaba con siete aviones, uno por cada 1.000 personas prácticamente. Más tarde, los gobiernos de Nauru apostaron por crear edificios fuera de sus fronteras, como la extravagante torre Nauru House en Melbourne (Australia), que fue durante un tiempo el edificio más alto de la ciudad, y estaba destinado a empresas.
Adiós a los fosfatos, adiós a las ganancias
Nauru se codeó durante las décadas de los 70 y 80 con los países más importantes del mundo. Los gobiernos corruptos se sucedían (30 en los últimos 50 años), pero el nivel de vida seguía en aumento gracias a las minas de fosfatos. Optaron por el despilfarro en vez de por el ahorro, creyendo que siempre tendrían al fosfato y al guano como aliados, pero no fue así.
Las minas comenzaron a escasear debido a la sobreexplotación no controlada de las décadas anteriores, y el país se encontró con una deuda imposible de hacer frente, y un depósito de reserva prácticamente agotado. Además, los residuos de las minas habían dejado el suelo de la isla sin posibilidades para el cultivo, y la orilla del océano en condiciones deplorables, lo que suponía serios problemas para la pesca.
En 2004 tuvieron que vender la Nauru House, y seis de los siete aviones de Air Nauru, pero no les dio para sufragar la deuda con Australia. Buscaron dinero de todas las formas posibles, en una década en la que el país protagonizó todo tipo de situaciones inverosímiles. Se convirtió en un paraíso fiscal y cometió delitos internacionales, probó suerte siendo una cárcel para australianos, e incluso sufrió un timo por parte de espías estadounidenses.
Todo ello, para que actualmente Nauru sea uno de los países con más deflación del mundo, y se incluya dentro del listado de la ONU de aquellos territorios que necesitan ayuda humanitaria. Les abandonó el abono, y con él, la riqueza.