Probablemente se trate de uno de los mayores actos de amor pero a la vez, uno de los más dolorosos. Abbey y Robert, una pareja que esperaba a su tercera hija, tuvieron que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida. Cuando la madre se encontraba en la 19 semana de gestación, el ginecólogo detectó que el bebé llegaba con problemas: padecía una enfermedad que haría inviable su vida.
La niña que venía en camino presentaba anencefalia, una enfermedad que provoca que el bebé nazca sin cerebro ni cráneo ni cuero cabelludo. Ante esta situación, su esperanza de vida no sería mayor a un día. Los padres debían tomar una decisión entre las que cabía la opción de abortar, sin embargo, prefirieron seguir adelante y llevar a término el embarazo.
Su objetivo era del todo altruista: donar los órganos de la pequeña para que, gracias a ellos, otros bebés con malformaciones pudieran vivir. Así, la pequeña Annie nació el 23 de junio y murió 15 horas después. Tras este trance, la madre explica su experiencia a la web Good House Keeping:
El 95% de las mujeres habría decidido abortar, pero yo decidí no hacerlo. Tengo la suerte de tener un marido increíblemente bueno y solidario y dos hijas sanas para abrazar cuando no podía parar de llorar. Los médicos me dijeron que Annie no sufriría ningún dolor
Una fotógrafa fue la encargada de captar los momentos que se vivieron después del parto. Al hospital acudieron también las dos hijas anteriores del matrimonio y juntos despidieron a la pequeña Annie quien, como ha asegurado Abbey, "vivió 14 horas y 58 minutos llena de amor". Pese a la situación, "nadie estaba triste". "Hablábamos, reíamos y nos contamos historias", añade. Los órganos de Annie fueron utilizados para investigar malformaciones y enfermedades. "Si tuvo que morir, me alegra que fuera en mis brazos", sentencia.