La muerte del todopoderoso general iraní Qassem Soleimani y del número dos de la coalición de paramilitares iraníes, Abu Mehdi al Muhandis, ha generado todo un terremoto en el convulso panorama internacional.
El ataque, que se ha producido en un bombardeo que deja siete muertos, procede de Estados Unidos. Así lo han señalado las autoridades iraníes y así lo ha confirmado (a su manera) Donald Trump, publicando en Twitter una bandera norteamericana instantes después de la masacre que mantiene fijada en estos momentos en su perfil.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) January 3, 2020
Poco después, Estados Unidos reconoció su autoría de manera más institucional, a través de un comunicado leído por su secretario de defensa, Mark Esper, donde se señaló a Trump como la persona que ordenó directamente la operación.
Pero la muerte de Soleimani supone un duro choque de trenes en plena crisis entre Irán y Estados Unidos. Para conocer la importancia de este general en el organigrama del régimen teocrático, valga destacar que representaba una de las tres personas con mayor poder dentro del país asiático, muy cercano al ayatollah Alí Jameini y uno de los mayores estandartes de la política internacional que está ejecutando el régimen de Teherán con dos objetivos: aumentar su influencia internacional (incluyendo Gaza, frente al aliado de EE.UU. que representa Israel) y minar a Arabia Saudí en una guerra fría de religiones (chíies frente a sunníes) que se celebra en tableros ajenos como Irak, Siria o Yemen.
El avispero de Irak
El caso de Irak es el que representa actualmente mayores tensiones para Irán. El motivo es muy sencillo: Irán necesita un gobierno en Bagdad que responda a sus intereses con el objetivo de garantizarse un corredor hacia el Mediterráneo, donde cuenta con salida al mar gracias a la base aérea de Lattakia que su colega sirio, Bashar al Assad, cede también a Rusia. Desde allí, además, tiene mucha mayor perspectiva a la hora de mirar de reojo a otro de sus enemigos, Israel, a quien también azuza desde Gaza con, entre otros, Hezbolá, la formación de la que provenía Soleimani. Además, Irak es una buena fuente de recursos energéticos como el petróleo que, junto a las que mantiene el propio país, permiten influir en el precio de esta materia en los mercados (y con ello, tener poder).
El interés de Irán por Irak es histórico (llegó a invadirlo durante la década de 1980), pero se ha materializado con éxito desde la caída del régimen de Saddam Hussein. El vacío de poder y la catastrófica gestión de la guerra por parte de Estados Unidos generaron una fuerte simpatía entre muchos ciudadanos hacia un país contra el que habían luchado hacía poco más de una década.
Muchos iraquíes, sobre todo en las zonas más humildes, empezaron a mostrar simpatías hacia las milicas de Hezbolá. Algunas zonas, como la barriada de Ciudad Sáder en Bagdad, se llenaron de banderas de movimiento como una especie de resistencia a la llegada de occidentales.
Con el paso del tiempo, ese movimiento en Irak se ha convertido en toda una milicia que se ha entrenado en Siria defendiendo a Bashar al Assad y que ha reunido a buena parte de la resistencia que combatió la llegada del Daesh a Irak en el año 2014. Para ello, creó y financió las llamadas Fuerzas de Movilización Popular, que actualmente cuentan con 140.000 efectivos equipados con tanques, artillería y armas de todo tipo. Esa organización se encuentra actualmente reconocida por el Parlamento y recibe un suculento presupuesto que, solo en 2019, alcanzó los 2.160 millones de dólares.
El temor al Daesh ha reforzado la retórica hacia Irán y, con ello, la llegada de los primeros ejecutivos con mayor sintonía hacia sus intereses. Además, los tres principales grupos de las Fuerzas de Movilización Popular (Hezbolá, Asaib Ahl al Haq y Badr) cuentan además con una sólida presencia parlamentaria que le han permitido influir en el Gobierno, dirigir ministerios y controlar el cobro de tasas en carreteras o puertos.
Todo este entramado de poder tenía en su cúspide a Abu Mahdi Al Muhandis, militante vinculado a Irán y condenado a muerte en Kuwait por participar en los atentados contra la embajada de EE.UU. y Francia. Ahora ha muerto en el ataque perpetrado por el Pentágono surgido tras la última arremetida contra la embajada del país norteamericano en Bagdad, que ha provocado la muerte de un contratista estadounidense.
Pero este caso no es una anécdota. Según señala la agencia Afp, al menos se han registrado once ataques contra bases iraquíes con presencia de tropas estadounidenses desde el pasado 28 de octubre.
El hartazgo en la población es alto y el temor a vivir la experiencia de Líbano, con una guerra civil aliñada con enfrentamientos entre aliados de Irán y Estados Unidos dentro de su territorio, crece con el paso de los meses.
Las implicaciones a nivel internacional
La muerte de Qassem Soleimani tiene fuertes implicaciones a nivel internacional. En primer lugar, es un golpe a la estrategia de Irán para aumentar su influencia en Oriente Próximo, garantizarse el corredor hacia el Mediterráneo y minar a sus dos enemigos regionales: el aliado de Estados Unidos, Israel, y su rival religioso, los sunníes de Arabia Saudí.
Además, la relación entre Irán y Estados Unidos se puede dar por completamente rota, si es que alguien lo dudaba hasta la fecha. La retórica bélica que se desplegó en 2018 ahora revive. "Una dura venganza está esperando a los criminales", ha asegurado el líder supremo de Irán, Alí Jameini. "Probablemente lo lamentarán y estamos preparados para ejercer nuestra defensa propia", ha afirmado el jefe del Pentágono Mark Esper.
El hecho de que Irán es una potencia nuclear no se le pasa a nadie por alto, aunque el riesgo de un conflicto de estas características no es lo que más preocupa. Lo hace las posibilidades de que ambos países decidan librar sus batallas en terceros países, como Irak, con el consiguiente riesgo de pérdidas humanas que representa. Y la posibilidad de tensionar nuevamente a la población. La historia ya está ahí: Afganistán y el surgimiento de los talibanes, la guerra de Siria y el Daesh... Y aún quedan pendientes todos los conflictos en países como Yemen, centro de operaciones de Al Qaeda y donde Arabia Saudí e Irán financian a grupos afines con el objetivo de controlar el país más pobre de la región.
Falta comprobar si Irán, que ha decretado tres días de duelo, decidirá adoptar algún tipo de actuación con el objetivo de escenificar una respuesta a este ataque. Con Soleimani se pierde la cabeza que coordinaba gran parte de la acción exterior del régimen y actualmente, con las tensiones en Gaza aumentando por el apoyo explícito de Trump al expansionismo de Israel, se avecina un momento tenso en una región históricamente convulsa.