"A mí eso de salir medio en pelotas en una carroza no me representa". "Yo, si se tratase de una manifestación normal en la que reivindicar mis derechos sí que iría". "Me niego a participar en ese circo, ¿así es como queremos pedir más derechos?". Seguro que más de una vez has escuchado estas frases, puede incluso que las hayas pronunciado. Os contaré un secreto: yo también las he dicho, y más veces de las que me hubiese gustado. Hoy, por suerte, ya no pienso igual.
No pienso igual porque la cruda realidad me ha dado tantas hostias que he visto que mi antigua actitud acomodaticia, de varón blanco homosexual que vive en una de las ciudades más abiertas del planeta, era una mera fachada creada únicamente para no ver lo largo que es el camino que nos queda por recorrer. Desde la espeluznante masacre de Orlando hasta cada una de las veces que un niño tiene que escuchar que le llaman 'maricón'en el patio del colegio, sobran los motivos para salir a la calle el Día del Orgullo LGTB.
Tengo el honor de vivir en la ciudad en la que se celebró la primera manifestación del Orgullo en toda España. Corría el año 1977, la homosexualidad y la transexualidad eran aún ilegales pero un grupo de 5.000 personas, capitaneadas por mujeres transexuales, tomaron las Ramblas de Barcelona para pedir la derogación de la Ley de Peligrosidad Social y la amnistía para todos los miembros del colectivo LGTB que aún permanecían en las cárceles. La policía acabó disolviendo la manifestación disparando pelotas de goma, pero gracias a ellas y ellos hoy estamos aquí, casi 40 años después. Escribiendo esto. Leyendo esto.
Hoy ya no somos ilegales ni nos meterán en la cárcel por a quién amamos. Ahora podemos casarnos y tener hijos, incluso tenemos leyes contra la homofobia. Pero la transexualidad sigue estando patologizada, hay niños y niñas que siguen sufriendo bullying sin que nadie se preocupe por ellos, hay gente en pueblos de España que solo puede elegir entre vivir en las sombras o huir a una gran ciudad, ancianos que acaban volviendo al armario cuando no tienen más remedio que ingresar en una residencia.
Eso sin contar con el hecho de que alguien como yo estaría muerto en Irán. O se habría visto obligado a someterse a una operación de reasignación de género para esquivar la ejecución. En Marruecos podría ir a prisión. En Mauritania, Nigeria, Arabia Saudí, Yemen o Somalia la vida de esa persona también correría peligro. Y también la tuya, la mía, la de tu hermano, la de tu vecino, la de tu mejor amiga.
Pero no hace falta irnos tan lejos: la homofobia y la transfobia matan también en España. Matan a gente como Alan, que se quita la vida porque no puede soportar el acoso de quienes no aceptan que quiera ser una mujer. Pero también matan la libertad de poder ir por la calle de la mano de tu chica o tu chico sin que nadie te insulte o te agreda, matan la seguridad de corregir a alguien cuando se refiere a tu novio pero tú lo que tienes es novia, matan las neuronas del neandertal que tuitea con el hashtag #MatarGaysNoEsDelito, matan todo lo conseguido en tantos años cada vez que un gañán pide celebrar un Día del Orgullo Hetero, o el Día del Machote. ¿Quieres saber por qué no hace falta un día del Orgullo Hetero, ignorante? Porque a ti no te asesinan por amar a tu pareja.
No nos quedemos en casa, salgamos a la calle. Se lo debemos, joder, se lo debemos a todas las trans, a todas las bolleras, a todos los maricones que han recibido palos para que nosotros hoy podamos alzar la voz y decir que ya basta. Ellos abrieron camino y nosotros debemos ensancharlo con visibilidad, con reivindicación, gritándole al mundo que nadie va a poder con nosotros. Ya sea encima de unos tacones o de unas zapatillas desastradas, con boas de colores o camisas elegantemente planchadas, con maquillajes imposibles o cicatrices que no nos da la gana disimular, en tanga o con sotana. Porque sí, amigos, manifestarse por el Orgullo no es patrimonio exclusivo del colectivo LGTB. Es cosa de todos.
Manifiéstate por ti, que te llamaban 'maricón' en el colegio y los profesores miraban a otro lado. Por tu madre, que tuvo que sufrir lo indecible al salir del armario pasados los cuarenta, casada y con hijos. Por ti, que asustada mirabas de reojo a tus compañeras de clase en el vestuario de gimnasia. Por tu hermano, al que amaste aún más esa tarde que reunió todo el coraje para decirte que es gay. Por los que son ejecutados a sangre fría por amar a otra persona. Por los que lloran cada noche deseando ser heterosexuales. Por el compañero marica de vuestra hija en el colegio. Por ti, que has pasado demasiados años odiando un cuerpo que no se corresponde con tu género. Por ti, que estás hasta las narices de escuchar '¿Bisexual? Tú lo que eres es maricón'. Por todos los que se han quitado la vida. Por ti, que detestas que te etiqueten y que te juzguen según parámetros binarios de género. Por tu hijo, que te pide ir con las uñas pintadas a clase porque nada le hace más ilusión en esta vida. Por todos los que han sido agredidos por la calle por ir de la mano de la persona que les gusta. Por tu compañero de trabajo, que tiene que sufrir comentarios de cuñado en la oficina. Por ti, que no puedes soportar a la gente que odia al que no entra en sus absurdos esquemas de normalidad y decencia.
No hay una razón por la que haga falta celebrar el Día del Orgullo LGTB. Hay millones de razones, pero un solo enemigo: el odio. Y contra el odio, educación, reivindicación y lucha. Que se nos vea. Somos muchos y no nos vamos a callar.