El calentamiento global es una completa realidad, baste como prueba el simple hecho de que nuestro país ha enfrentado picos de máxima temperatura durante los últimos años. O el simple hecho de que la Antártida esté reverdeciendo, algo que antes era completamente impensable. Estos aumentos de temperaturas se están cobrando vidas. La pasada semana murieron dos personas, una en Badajoz y otra en Barcelona a causa de las altas temperaturas. Y a lo largo del verano perecerá más gente por estos fenómenos.
Lo peor es que la situación no promete revertirse. Más bien al contrario. Según los últimos pronósticos de Natural Climate Change, cuando alcancemos el próximo siglo (año 2100), la mitad de la población mundial se enfrentará a olas de calor completamente letales que prometen cobrarse muchas vidas humanas.
España, por su situación geográfica, promete salir muy mal parada. Una ciudad como Sevilla, acostumbrada tradicionalmente al fuerte calor del verano, vivirá hasta 50 días anuales en los que la temperatura será, básicamente, inhumana. Todo un problema medioambiental que promete ser un verdadero peligro para todas aquellas personas que cuenten con problemas de salud.
Igual situación se vivirá fuera de nuestras fronteras. En Nueva York vivirán un total de 50 días anuales, 30 en Los Ángeles, y 20 para Sídney, o toda la estación del verano para Orlando o Houston. Las condiciones climáticas (temperatura y humedad) serán tan críticas, que la vida humana peligrará durante ciertas temporadas del año.
Y mientras nos enfrentamos a estos peligros, ninguna nación de peso está tomando realmente medidas que solucionen un problema que promete crear una crisis humanitaria y migratoria sin precedentes.
El actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ya ha prometido que sacará a su país de los acuerdos para el cambio climático. Básicamente, no cree en una realidad que cuenta con pruebas más que evidentes. Y su país puede verse muy afectado por todo ello.
"Esta situación no es reversible, el impacto que el cambio climático generará en el mundo va a ser tremendo. La frustración de los científicos radica precisamente en que la gente se cree que esto se resolverá y no es así", se ha lamentado el autor principal del estudio y profesor de la Universidad de Hawaii, Camilo Mora, en declaraciones a ABC.
Daños en el cuerpo humano
El problema de estas olas de calor es muy básico: si la temperatura ambiente supera la del cuerpo (37ºC por norma general), nuestra anatomía es incapaz de eliminar el calor acumulado y de regular la temperatura del cuerpo. Todo ello tiene graves efectos a nivel circulatorio y cardiaco. Y estas situaciones están sucediendo cada vez con mayor frecuencia. Desde 1980 a 2014, las muertes por olas de calor han ido desarrollándose con mayor frecuencia en países desarrollados y de latitud media. En algunas zonas como Nueva York, Washington, Toronto o Londres hubiera sido impensable un episodio de estas características. Ahora se repiten con mayor frecuencia.
Al peligro de la temperatura, se suma el de la humedad. Como los Polos se están derritiendo de manera progresiva, la humedad ambiental en todo el planeta está aumentando progresivamente. Por todo ello, hay casos de personas que han fallecido a tan sólo 22ºC, pero con unas tasas de humedad muy dañinas para el organismo humano.
El mayor peligro, no obstante, se está registrando en las áreas tropicales, donde la elevada tasa de humedad provoca que un leve aumento de la temperatura sea letal. Y para ello, no hace falta que nos vayamos muy lejos: las Islas Canarias se encuentran en plena área subtropical del planeta.
Si el lector aún cree que todo es un montaje, bastan algunos datos para confirmarlos: durante la ola de calor más mortífera hasta la fecha, la de 2003, murieron un total de 70.000 personas sólo en Europa. En Moscú (al norte del planeta), murieron 10.000 personas como consecuencia de las altas temperaturas. Y en 1995, en Chicago, fallecieron otras 700 a causa del mismo hecho. Este tipo de sucesos irán aumentando progresivamente durante los próximos años.
Por todo ello, la única solución con la que contamos es la de apostar por las energías alternativas, algo muy complicado después de que el actual Gobierno de España se haya dedicado a imponer impuestos especiales sobre las energías renovables. Las únicas que pueden sacarnos de todo este embrollo en el que nosotros solos nos hemos metido.
Se trata de la vida de las generaciones venideras. Y hay gestos cotidianos que pueden ayudar mucho: evitar el uso del coche, las bolsas y los plásticos y no comprar aquellos que no sea necesario. Por ejemplo, cambiar tanto de móvil, ya que para su producción se necesita de materiales subterráneos para cuya obtención se están deforestando áreas enteras.
Los expertos proponen, finalmente, una medida muy fácil: que los ayuntamientos de las grandes ciudades planten muchos árboles. Una medida fundamental, ya que la vegetación tiene la capacidad de absorber muchos de los gases dañinos que constantemente enviamos a la atmósfera. Se trata de un problema muy serio al que no estamos poniendo una solución efectiva. Y que se cobrará muchas vidas.