Anatoli Burgoski estuvo a punto de perder la vida un 13 de julio de 1978. Por aquel entonces, su cabeza sufrió el ataque de billones de protones, procedentes de un acelerador de partículas.
Todo sucedió cuando Anatoli estaba realizando su tesis en el Instituto de Física de Alta Eenrgía de Protvino, en Rusia. Estaba reparando un sincrotrón U-70 cuando, en un momento dado, algo falló y comenzó a funcionar de manera inesperada.
Sin poderse apartar a tiempo, el aparato comenzó a emitir una radiación especialmente alta que atacó el rostro de nuestro protagonista. Un rayo concentrado de protones le atravesó, literalmente, la cabeza: entró por la coronilla y salió por su nariz. Burgoski no notó dolor, solo un destello luminoso "más brillante que mil soles".
La potencia del material debería haber provocado su muerte. Para hacernos una idea: una dosis de 5 greys puede matar a un ser humano. En el caso de Burgoski, la potencia era de 2.000. Un suceso que fue determinante para que los médicos preparasen a la familia para un destino fatal.
Sin embargo, la caprichosa casualidad quiso convertir a Anatoli en una excepción que, tras años de aquel fatídico suceso, está provocando más de un quebradero de cabeza a la comunidad científica.
Los protones que atravesaron su cabeza viajan a la velocidad de la luz y terminan rompiendo las estructuras biológicas si se cruzan con ella. En su caso, no murió, pero el lado izquierdo de la cara terminó pelado, hinchado y lleno de ampollas. Perdió audición en el oído izquierdo, quedando reemplazada por pitidos crónicos.
Poco a poco, su piel terminó regenerándose y, a pesar de que sus secuelas fueron permanentes, las fotografías recientes han demostrado algo inédito: mientras que la mitad izquierda de su cara evidencia el paso del tiempo, con arrugas profundas y marcadas; la derecha ha permanecido igual: lisa, brillante, como si el Anatoli de aquel 13 de julio de 1978 hubiese quedado congelado en el tiempo.
Su mente también funciona. Pudo acabar su doctorado y continuó trabajando en el lugar donde sufrió el accidente. En Protvino reside con su mujer e hijo. Sin embargo, sufre convulsiones y fatiga mental, aunque ha aprendido a convivir con ello.
Aún nadie se explica cómo sobrevivió a una situaci´on de estas características y, sobre todo, cómo su piel permanece igual que cuatro décadas atrás. Su caso servirá para analizar la manera en la que la radiación afecta a los seres humanos.
Mientras tanto, la comunidad científica y, todos en general, mantienen algo en común: Anatoli ha tenido mucha suerte. A pesar de las secuelas permanentes que enfrentará durante el resto de su vida.