Las mascarillas han llegado para quedarse. Junto a la distancia social y el lavado continuado de manos, se han convertido en una de las tres patas básicas en el mundo de la 'nueva normalidad' tal y como la hemos concebido.
Sin embargo, portar un cubrebocas no significa que sea efectivo: no todo lo que llevamos sobre el rostro es una mascarilla en condiciones. En muchas ocasiones se palpa a la vista. En otras... podemos ser objeto de engaño.
El primer problema que se enfrenta en estos momentos se encuentra en la popularización de las mascarillas de tela. Su precio es más económico, puesto que garantizan una media de entre 20 y 40 lavados, además de ser más respetuoso con el medio ambiente.
Sin embargo, la gran mayoría de las que se venden en puestos y tiendas no cuentan con ningún tipo de filtro: su efectividad es la misma que si utilizáramos el recorte de una sábana como preservativo. Sí, para gráficos.
Esas mascarillas siguen vendiéndose y lo harán, porque no existe una normativa que impida su venta. Solo serían efectivas si contaran con el certificado UNE 0065, pero en el caso de las mascarillas de tela hay un descontrol considerable y, por ello, se desaconseja su uso.
Igualmente, si nos hacemos con una de estas mascarillas, conviene preguntar al vendedor si incorpora el certificado mencionado y averiguar si se ha introducido en el interior del paquete en el que se vendió la mascarilla. Si no, deja de ser recomendable.
Así podemos comprobar si tenemos una buena mascarilla
Sin embargo, en una crisis sanitaria, la tela no es lo que debería promoverse. El Gobierno hace tres recomendaciones en función de la situación en la que se encuentre el ciudadano: mascarillas higiénicas para personas sanas, FFP2 para personas sanas en riesgo, quirúrgicas para positivos y EPI para sanitarios o quien entre en contacto con personas contagiadas.
Muchos hospitales están tomando una decisión drástica. Los pacientes que acuden a las instalaciones con una mascarilla de tela deben quitársela para, acto seguido, ponerse una quirúrgica que el hospital les entrega gratuitamente. Con estas mascarillas, realmente se frenaría la expansión del coronavirus.
Este dato coge mayor relevancia después de que la OMS haya incorporado los aerosoles, es decir, las gotículas de tamaño ínfimo que exhalamos al hablar, respirar o cantar, como vía de contagio. A ello, se suman las gotas más grandes y las que depositamos en superficie. Con todo, queda evidente que la eficacia de una mascarilla es vital a la hora de frenar contagios.
En este caso, la mascarilla protege a los demás de las gotículas que expulsamos, pero también nos defiende de las que expulsa el resto y que, por su tamaño, no quedan retenidas en los filtros de sus mascarillas. Por tanto, el método barrera permite una interacción combinada con la distancia social.
La hipótesis de la inmunización
A todo ello, se suma una hipótesis en la que está trabajando la Universidad de San Francisco y que todavía no se encuentra en fase de estudio pero que, obviamente, abre una nueva esperanza en el futuro de la pandemia.
La hipótesis es la siguiente: el uso de mascarilla permite inhalar el virus tamizado por el filtro y en cantidades ínfimas, de manera que el cuerpo entra en contacto con el patógeno pero de una manera tan pequeña que no se produce contagio... si no una respuesta inmunitaria que en el futuro bloquearía la infección hasta dejar pacientes asintomáticos. Esto sigue la lógica de la variolización, la precursora de las vacunas actuales.