Manuela Carmena es a la política madrileña lo que Freddie Mercury fue a la música, una estrella que brilla y obnubila a sus seguidores como si la cura a todos los males viniesen de ellos. Carmena, la abuela de Madrid, ganó las elecciones pero no pudo gobernar, los pactos políticos la apearon del sillón de mando del Palacio de Cibeles. Ella, doblemente sobria por aquello de ser madrileña y magistrada, supo sonreír y mantener la compostura cuando pudo gobernar gracias a un pacto y, cuatro años después, cuando no pudo gobernar por el mismo motivo; hizo de la moderación en el discurso su marca política e impregnó su esencia personal en todas las decisiones de su equipo de gobierno que, para ser justos, ni por asomo se acercaban a la talla política de la ya exregidora.
Hizo magdalenas, paseó del brazo de Cifuentes, montó en bici, dio discursos políticos que parecían sermones de humanidad, defendió las políticas de género y también las relacionadas con el colectivo LGTBI, tan solo se veía empequeñecida por el oso y el madroño, símbolo perpetuo de la Ciudad que nunca duerme. Carmena debió sentir vértigo, el vértigo que sienten los políticos que son capaces de crear una marca propia que supera con creces las siglas del partido al que representan, toda la responsabilidad, todo el peso, para lo bueno y para lo malo, recaía sobre su espalda. Supo moderar las políticas que pedían desde el partido por el que se presentó en 2015, no titubeó cuando tuvo que apartar a algún concejal, limó asperezas con sus contrincantes, abrazó -como hace el oso al madroño- a la Ciudad de Madrid con mimo, delicadeza, pasión y esmero.
Su gestión -y remarco esto, su gestión, no la de su equipo-, la mayor parte de las veces, carecía de ideología política, tan solo seguía el credo, con sus aciertos y errores, de convertir Madrid en una ciudad por, para y del siglo XXI. Tal vez esto fue, en gran parte, lo que provocó que muchos de sus antiguos votantes de izquierdas ya no se viesen reflejados en sus políticas. Ella, Manuela, se olvidó de los votos, votantes y elecciones, gobernó para los madrileños indistintamente del color político al que estos apoyaran. La abuela de Madrid, la política que consiguió arrebatar el Ayuntamiento de la capital a la otrora poderosa Esperanza Aguirre, repartió besos y abrazos por los barrios y distritos de Madrid, se acercó al fango y no se dejó llevar por políticas cortoplacistas. Los madrileños, indistintamente de sus ideologías políticas, respetan a Manuela Carmena, no ya a la figura política sino a la persona, pues ella nunca quiso venderse como una política al uso, no profesionalizó la política, dijo que venía a servir a Madrid sin ambiciones ya, con toda una trayectoria a sus espaldas y la mochila cargada de experiencias, cargos y honores.
Manuela, como Fangoria lo fue en los años de la movida, supo convertirse en el icono de la izquierda madrileña, con un club de fans que clamaban la continuidad de su ídolo, lo hicieron en reiteradas ocasiones a las puertas del Ayuntamiento e, incluso, por la plataforma Change -aunque esto se salga de los cauces democráticos y no sea más que un acto de idolatría que carece de todo sentido-. La plataforma Más Madrid, creada por ella, queda ahí para convertirse, si saben gestionarlo, en un partido con peso y fuerza en el futuro, un partido de izquierda moderada, verde y constitucionalista. Carmena ha perdido el bastón de mando, pero no el cariño de una gran parte de esta Ciudad que soñaba con mantenerla como lideresa. No hace falta haber votado a Manuela Carmena para reconocer su valía política y su buen hacer social, no hace falta estar de acuerdo con sus políticas para prestigiarla como merece, no hace falta ser de izquierdas para alabar a la abuela de Madrid. Ayer, en un último gesto como Alcaldesa, entró besando y abrazando a los madrileños, ungiéndolos como si una líder religiosa fuera y tuviese que absolver los pecados de este Madrid que aunque la quiso y quiere, no votó con suficiente fuerza.
La izquierda pierde el Ayuntamiento de Madrid, pero sobre todo, pierde un icono, pierde a Manuela Carmena al frente de este Consistorio. Superar su marca personal y política será imposible, pero acercarse, por difícil que pueda parecer, depende de la inteligencia y capacidad de sus pupilos. Sin colores políticos, sin ideologías, sin carnés de partidos, sin valorar sus políticas, sus palabras o acciones, sí podemos decir que Manuela es una buena persona.