Estados Unidos y China se lanzan reproches por el coronavirus en la actualidad, pero hubo una época en la que colaboraron en el estudio y prevención de pandemias, tal y como revelan 900 páginas de documentos de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) que el medio digital The Intercept ha conseguido gracias a una demanda en los tribunales.
El lugar en el que se realizaban estos trabajos también levanta grandes sospechas. Se trata del Instituto de Virología de Wuhan. Parece extraño, pero hubo dinero público de Estados Unidos que financió modificaciones genéticas de coronavirus de murciélagos en su 'superlaboratorio P4' de máxima seguridad en el Centro para Experimentos Animales de la Universidad de Wuhan.
El descubrimiento más importante es que el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Contagiosas, que dirige el epidemiólogo jefe de EE.UU., Anthony Fauci, concedió entre 2014 y 2019 una subvención de 3,1 millones de dólares (2,6 millones de euros) a la organización EcoHealth Alliance para investigar el riesgo de contagio en humanos de los coronavirus de murciélago, como ya ocurrió con el SARS en 2002 y sucedió en 2015 con el MERS.
De ese dinero, unos 750.000 dólares (636.500 euros) fueron para el Instituto de Virología de Wuhan, ya que el presidente de EcoHealth Alliance, el zoólogo británico Peter Daszak, trabaja habitualmente con dicho centro por almacenar las mayores muestras de coronavirus de murciélagos, que extraen del suroeste de China y en países vecinos como Myanmar (Birmania), Vietnam y Laos. Daszak, que desde el principio ha descartado la fuga del laboratorio, forma parte del equipo de expertos que a principios de año investigó el origen del coronavirus en Wuhan.
Riesgo de fuga
Según el medio The Intercept, se destinaron otros 300.000 dólares (254.500 euros) a la Universidad Normal del Este de China, en Shanghái, para que sus investigadores tomaran muestras sobre el terreno. Bajo el título 'Comprendiendo el riesgo de la emergencia de coronavirus de murciélago', el proyecto incluía también analizar a personas expuestas a la vida salvaje, proyectar modelos matemáticos y llevar a cabo experimentos de laboratorio. El objetivo era descubrir nuevos coronavirus capaces de infectar al hombre y con potencial para desencadenar una pandemia.
En uno de los experimentos, llevado a cabo en el laboratorio de nivel de bioseguridad 3 de la Universidad de Wuhan, los investigadores fusionaron genéticamente las especulas de nuevos coronavirus de murciélago con el cuerpo de otro ya conocido. Crearon así un virus quimera, que se reprodujo más rápidamente y causó una enfermedad más severa en los pulmones de unos ratones modificados genéticamente con células receptoras humanas para estudiar su comportamiento.
Por dicha enfermedad, los ratones perdieron más peso que los que recibieron el que no estaba manipulado. Un efecto que consideran suficiente para denominar a este experimento como una 'ganancia de función'. Se trata de la controvertida técnica de volver un virus más potente para luego buscar una vacuna, que muchos expertos denuncian por el riesgo de que haya fugas en el laboratorio.
Aunque no hay consenso. Otros virólogos no consideran que el experimento constituyese exactamente una 'ganancia de función' porque no se demostró que dicho virus quimera fuera más contagioso que el original ni más peligroso para los humanos. Tampoco lo consideró así el Instituto Nacional de Salud de EEUU, que no detuvo el experimento pese a que la carga viral del nuevo coronavirus llegó a ser 10.000 veces superior a la del original, pero al final acabaron equilibrándose.
Tanto el NIH como el doctor Fauci siguen insistiendo en que Estados Unidos no financió experimentos de 'ganancia de función' en Wuhan. Pero la modificación genética de los coronavirus vuelve a levantar preguntas sobre las investigaciones en los laboratorios de la ciudad. Precisamente, queda la duda sobre si el virus pudo escaparse por accidente de alguno de los laboratorios de la ciudad.
Casualidad o no, uno de ellos, el del Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC), está a menos de 300 metros del mercado de Huanan, uno de los primeros focos de la epidemia.