La derecha española tiene un problema. Esta afirmación puede ser una obviedad sin trascendencia ni mérito al decirla, pero en los cuarteles generales de los partidos afectados todavía no se han enterado.
La aparición de nuevos partidos escorados en ideologías extremas y reaccionarias ha allanado el camino a los partidos de derechas para entrar en un ring en el que nada tiene que ganar y mucho que perder. No solo modificaron sus propuestas, su forma de comprender un país y tener un proyecto de futuro, también, y esto es muy importante por cuanto influye de forma determinante en actitudes ciudadanas, su lenguaje, sus gestos, su forma de interpelar. Han pasado de tener contrincantes a enemigos, traspasando la fina línea que lleva de la sana y necesaria contienda política a la criminalización del otro. Es algo que está extendiéndose como la pólvora por Europa, es cierto, no solo en la derecha, lo sabemos, pero estar en oposición y definir una estrategia basada en la destrucción y no en la construcción puede mantenerte durante un largo período en la travesía por el desierto.
En la España del año 2021 hay temas que no aportan votos y sí crean una crispación -polarización si queremos ser técnicos- que perjudica gravemente la salud de la democracia. Hoy no tiene sentido hablar de ETA como si esta estuviese todavía actuando de forma indiscriminada, siempre por delante el recuerdo y la justicia para con las víctimas. Tampoco tiene sentido salir a la calle por los indultos y no hacer ni una sola propuesta para desenredar el ya enredadísimo tema catalán. Esto no quiere decir que haya que estar de acuerdo con los indultos ni que esta sea la única solución, en absoluto, pero el ingenio, al parecer se ha agotado en la derecha.
Esto lo han entendido con claridad algunos barones regionales, que intentan no participar de circos ni actuar con aspavientos porque saben que eso no es lo correcto y, de forma estratégica, quita más votos de los que aporta. ¿El problema? En las cúpulas nacionales parecen estar ajenos a todo esto, alejados de unos ciudadanos que con una pandemia y economía maltrecha no quieren más polarización sino más diálogo, acuerdos y soluciones a los problemas reales del día a día. Los que conforman y decantan el voto cuando se están ante la urna.
Una sociedad falta de abrazos y gestos que dan calor, que ayudan a encarar problemas, lo que menos desea es que los políticos, sus políticos, generen más.
La comunicación política
Estamos ante un tiempo extraordinario en el que el político más lineal y calmado será el que más apoyos encuentre. Liderazgos exaltados sobran, se necesitan líderes con perspectiva de futuro, ambición por ganar pero también por contribuir a la necesaria desescalada de polarización que, en forma de pandemia, otra más, asola el panorama patrio.
Los proyectos han de ser transversales, diseñados pensando en los ciudadanos y huyendo las ideologías escoradas en los extremos. No te puedes sentir parte de un proyecto, de un país, de un partido si sus máximos mandatarios y dirigentes crean departamentos estancos señalando a los buenos y a los malos. Creando grupos entre los míos y los que están contra mi.
En esto tiene un papel importantísimo, probablemente decisivo, la comunicación política, pues es la puerta de entrada a un proyecto. Si la comunicación es estridente y se basa en la confrontación, poco o nada, al menos en estos tiempos, va a conseguir. Como decíamos antes, la ciudadanía, en parte, conforma su opinión y postura política en base a la comunicación, a la recepción de posturas políticas. De ahí que la polarización, instalada en la forma de comunicar desde hace mucho tiempo, esté en máximos.
La derecha tiene un problema, pero solo ellos pueden contribuir a diluirlo y generar soluciones. Es una tarea ardua, sí, pero hay un espacio electoral amplísimo que se siente huérfano, de ahí pueden beber y nutrirse si quieren obtener buenos resultados en el futuro. Cuidado, ese espacio puede estar politizado pero no ideologizado, por lo que nada ganarán si su apuesta por la moderación solo son amagos que a la primera de cambio se olvidan.
La oposición es dura, es una travesía por el desierto, hace frío y escasea el cobijo, pero es una oportunidad inigualable para dar motivos a los ciudadanos para que vuelvan a confiar. Un país, una Comunidad Autónoma, un municipio se construyen desde el gobierno, pero también desde la oposición. Es un gran reto, un desafío colosal y el tiempo apremia.