Por un momento, retroceda a su adolescencia. ¿Recuerda preparar un examen? Como cualquier prueba, había veces que acudías sabiendo que el resultado iba a ser óptimo, mientras otras veces directamente pasabas convocatoria, a sabiendas de que aprobar iba a ser una misión imposible. Pero sin duda, la peor sensación de todas era acudir a un examen sabiendo que el suspenso era irremediable, o que al menos llevabas una racha de suspensos que pesaba en tu espalda.
Pues bien, más o menos eso ha sido España y RTVE estos últimos años en el festival de Eurovisión. Considerando al eurofestival como un examen anual de tinte musical frente a Europa y medio mundo, la pública lleva cuatro años apostando por propuestas que no han subido del vigésimo primer puesto, llevando esto a una desazón en el público general, el que no deja de acudir a Eurovisión (año tras año es el evento más visto) pero lo hace sin ninguna ilusión por poder siquiera acercarse al micrófono de cristal.
En esta tesitura, con apenas dos Top -10 en los últimos diez años, es de esperar que el artista medio español sienta cierto reparo a enfrentarse a un show que puede cambiarte tu vida, pero del que también puedes salir escaldado. En medio de miedos, mala prensa y ideas preconcebidas nada acertadas de Eurovisión que la colocan como un show friki y poco musical, quedan este año una vez más los concursantes de 'Operación Triunfo', una camada de chicos que rara vez superan la veintena de edad y que acaban de salir del huevo de la industria musical. ¿Qué harían si fueráis ellos ante un reto como Eurovisión?
División de opiniones
Retrocedamos por un momento a días después de la final de 'OT 2018' y a la charla que ofrecía el área digital de RTVE a los triunfitos para hablar de Eurovisión. Entre cierta apatía de los concursantes vistas las horas (a todos nos ha pasado alguna vez), una pregunta resonaba en aquella sala en voz de Julia: ¿Por qué siempre perdemos?. La respuesta, y la pregunta, resumen la concepción de España sobre el festival, y como chicos de veinte años tienen vértigo sobre la cita.
En un encuentro donde de manera magistral César Vallejo, Irene Mahía y Fernando Macías explicaban el festival a los concursantes, abriéndoles la mente de lo que supone Eurovisión, los chicos más que afrontar una oportunidad de oro, parecían destinados a una muerte anunciada, a un mes magnífico que acabaría como siempre: con unas votaciones horribles y siendo la comidilla de todo un país el día después.
Podríamos hablar de packs escénicos, de propuestas, de cantar en inglés o castellano o de cómo votan los países vecinos, pero sería para nada. Lo cierto, es que para bien o para mal en los últimos años de España en Eurovisión existe un denominador común que más o menos garantiza éxito: la implicación del artista en el proceso.
Ver como Netta Barzilai jugaba con sus sintetizadores para crear 'Toy' o Salvador Sobral tenía una canción a medida hecha por su hermana muestran a las claras que esto de Eurovisión es algo más sosegado y planificado que lo que estamos viendo en los últimos años. La persistencia en su propuesta con Ruth Lorenzo, o la preselección cerrada con Pastora Soler son otros buenos ejemplos, esta vez en clave española. ¿Da tiempo a algo así este año? ¿Es posible planificar proyectos así para los concursantes de 'OT'? Quién sabe.
Pedagogía eurovisiva
Volviendo a los triunfitos, es curioso observar una tendencia en los candidatos que deja mucho que pensar: aquellos que conocen mínimamente Eurovisión están ilusionados en la posibilidad de representar a RTVE.
Casos como los de Famous o Noelia son el buen ejemplo de que con cierta pedagogía y ofreciendo a los chavales la verdadera cara de Eurovisión, el resultado mejoraría, y sobretodo la predisposición de unos chicos a los que no hay que culparlos, pero que ven el eurofestival como un rollo demodé. Con la cabeza en la gira, o en volver por fin a casa por un periodo determinado, para muchos Eurovisión es una china en el zapato, algo que con un par de lecciones podría subsanarse.
Esta misma semana veíamos cómo autores y personas implicadas en preselecciones eurovisivas o incluso representaciones como David Feito, Merche, Ander Gil o Jesús Cañadilla volvían a una carrera por representar a España, y todos plasmaban el mismo mensaje: el de agradecer a Eurovisión, y si fuera posible, haberse tomado su año de otra forma.
Ajenos a resultados y a la presión, es prácticamente seguro que con la primera pre-party este mal trago para el futuro representante se le pasará, al ver las entrevistas, el impacto que supone el festival y como de una manera u otra ha entrado en un círculo donde solo 58 personas o grupos más han estado. Pero sí, de momento, no les culpemos en exceso.
Cuando huyamos del bottom, todo cambiará
Julio Iglesias, Raphael, Céline Dion, Umberto Tozzi, ABBA, Sergio Dalma o Franco Battiato. Todos tienen en común un par de cosas. La primera, que llegaron a Eurovisión por voluntad propia y que el festival (en la mayoría de los casos) les supuso un salto tremendo en sus carreras. La segunda, que llegaron en momentos donde estar en el festival estaba bien visto en su país. Por ejemplificar, nombres como los de Karina (nos representa en el 71), Nino Bravo, Rocío Jurado o Concha Márquez-Piquer se enfrentaban a un talent show en 1970 para representar a España en Eurovision. ¿Cómo han cambiado las cosas, no?
Sin ir más lejos, el año pasado u este mismo se ha abierto de nuevo la veda de ver a grandes compositores en la carrera a Eurovisión. Componer para los chicos de la Academia es algo positivo, y por ello luego de años de compositores suecos o de nombres de cabecera, han vuelto al concurso autores que puedes encontrarte en las listas de más vendidos como los de India Martínez, Morat o David Santisteban. Sin embargo, hace no mucho esto en España pasaba con intérpretes.
La ecuación es sencilla: Eurovisión, al igual que el fútbol, para el consumidor es cuestión de resultados. Igual que en una final de un Mundial si hay penaltis es lo más visto, en el festival las votaciones se llevan el minuto de oro, y quedar un año bien es garantía de que al año siguiente Eurovisión genere más expectación.
Por ello, si vienes de marcarte un vigésimo tercer puesto en un año donde TVE registraba un 43% en la edición más vista de la década, espera que al año siguiente el interés de artistas por el certamen decrezca, más aún en chicos que aún andan dentro de una burbuja mediática y que ven este paso como el primero de su carrera.
De esta forma, a modo de conclusión, la desgana sobre el festival durará lo que tarde en ponerse en marcha la vorágine eurovisiva, al mismo tiempo que se reduzca la presión y el miedo que supone exponerse a 200 millones de personas. Si la comunión entre autores y artistas es buena, y las canciones están sujetas a cambios conforme al gusto del intérprete, no hay mucho por lo que temer. Eurovisión no se come a nadie, y aunque vengamos de años de gallos y fuegos artificiales que no llegan, no tiene por qué ser así año tras año.
Ahora, vuelva por un momento a la pregunta: ¿Representaría usted a España en Tel Aviv el próximo mes de mayo?