La actividad nuclear de Irán comenzó en los años 50 con el apoyo de Estados Unidos, dentro del programa Átomos para la Paz. En 1967, Teherán instaló un reactor de investigación con uranio enriquecido al 93%, proporcionado por Washington.
Durante los años 70, Europa también jugó un papel clave: Irán firmó un contrato con Siemens para la central de Bushehr, que, tras la revolución de 1979, fue completada por Rusia.
La revelación de instalaciones secretas en Natanz y Arak en 2002 desató una escalada de sanciones y negociaciones que culminaron en el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en 2015. Sin embargo, la retirada de EE.UU. del acuerdo en 2018 llevó a Irán a aumentar su enriquecimiento de uranio.
Tres escenarios sobre la bomba nuclear iraní
¿Puede Europa evitar una guerra?
Irán es el país más sancionado después de Rusia. A pesar de ello, ha sobrevivido reforzando sus lazos con China y Rusia. Sin embargo, la crisis económica interna y el descontento social ponen a Teherán contra las cuerdas.
Israel, que posee armas nucleares y no ha firmado el Tratado de No Proliferación, sigue su doctrina de impedir que Irán desarrolle capacidades atómicas. Ataques como los de Osirak en 1981 y Siria en 2007 muestran que Israel no dudará en actuar preventivamente.
Europa, aunque sin un rol central, podría jugar una carta decisiva. Su influencia en las negociaciones del PAIC ha sido limitada, pero aún puede ofrecer incentivos económicos para frenar la escalada.
¿Habrá un nuevo acuerdo nuclear?
Las opciones de Irán se reducen a negociar o afrontar sanciones más severas y un posible conflicto. El país depende de la exportación de petróleo, su principal fuente de ingresos, lo que lo obliga a buscar una solución.
El margen de maniobra de Teherán se estrecha con la proximidad de la reelección en EE.UU. y las presiones internacionales. Por ahora, el equilibrio entre mantener su programa nuclear y evitar un enfrentamiento directo sigue siendo una apuesta arriesgada.