Imagina por un momento que de un año para otro toda la escenografía navideña cambia por completo. Por lo que sea, el belén, el árbol de navidad e incluso el niño Jesús son sustituidos. Algo parecido ordenó realizar el nacionalsocialismo alemán entre 1933 y 1945, todo por no celebrar el nacimiento de un niño judío. A base de propaganda e imaginación, el hijo de Dios se convertiría en un pequeño chiquillo de raza aria, y todo giraría en torno al solsticio de invierno.
El principal problema respecto a este cambio tan abrupto se encontraba en la amplia mayoría protestante residente en Alemania. El cristianismo era la religión dominante en territorio bávaro, y retirarla de un plumazo era algo prácticamente imposible. Sin embargo, todo iba subordinado al interés nacional, y finalmente no resultó tan difícil cambiar estrellas por esvásticas. El cristianismo, asentado en Alemania desde el siglo VIII, desaparecía a partir de 1933.
Todo alrededor del solsticio
Entre Hitler y Himmler tuvieron claro pronto el origen de la 'nueva navidad': el sol. Aprovechando que el solsticio de invierno se produce el 21 de diciembre, el nacionalsocialismo alemán centró en torno al astro rey las celebraciones navideñas, que comenzaron a ser completamente paganas.
A través de una asociación entre el carácter invicto e inexpugnable del sol, y una asociación un tanto básica con la esvástica, desde la Alemania nazi se defendió esta celebración basada en la unidad nacional frente a una Iglesia Católica que había dado la espalda a la cuestión racial y que defendía el nacimiento de un judío como eje de la navidad.
Bajo el nombre de 'Julfest', los nazis celebrarían el nacimiento del 'niño solar' el 25 de diciembre, con herencias romanas y del dios persa Mitra. Así, el niño Jesús se convertía en un adorable bebé de raza aria. Si desde el solsticio de verano el sol iba a desapareciendo, para la época navideña volvía con su máxima fuerza, y esa asociación de poderío se vinculaba al gobierno nacionalsocialista. Al igual que Hitler llegó a tener obsesión con el fuego, el sol fue una solución factible para paganizar la navidad.
Papá Noel también es alemán
Otro de los grandes problemas que surgían de erradicar la navidad estaba en cómo encontrar una fórmula para regalar juguetes a los niños en la Alemania de los años treinta. Ante esto, la propaganda también tuvo una solución, y se creó al dios Odín. Dios de la sabiduría y la muerte en la cultura nórdica, los nazis defendían que era el verdadero origen de Santa Claus, aunque finalmente se había asociado a la navidad en un expolio sin comparación a la cultura alemana.
De esta manera, Odín sería considerado el hombre del solsticio, y algo más gordo de lo que se le recordaba, aparecía en un corcel blanco lleno de regalos. Con un parecido incontestable con Papá Noel, esta deidad sería la encargada de regalar juguetes que tuvieron a la guerra como principal leit motiv. Soldados de cruz gamada, tanques o bombarderos eran los regalos estrella en la Alemania de la época.
El árbol, con esvástica y sin estrella
El nacionalsocialismo también defendió siempre al abeto como un signo representativo de Alemania. Existiendo incluso voces que indican que el árbol de navidad como tal comienza a engalanarse en tierras bávaras, desde la administración nazi tenían que encontrar una alternativa a tener en los hogares un árbol coronado con una estrella.
Bien de seis puntas, representativo judío, o de cinco, propia de la Unión Soviética, la estrella tenía que abandonar los hogares alemanes, y la solución estuvo en lo de siempre, en la esvástica. Desde la administración germana se impulsó la idea de coronar el árbol en cada hogar con una rueda de sol o una esvástica, e incluso llegar a comprar bolas para el árbol con el busto de Hitler. De nuevo asociado al nacimiento del sol, el abeto se convertiría en una alegoría a la vuelta del sol y como la naturaleza se beneficia de su presencia. Una vez más, el símbolo se quedaba, pero para un uso completamente distinto.
Unos villancicos versionados
Aunque la navidad ahora fuera la 'Julfest', lo cierto es que con un par de pintas de cerveza de trigo teutona, más de uno se lanzaría a cantar algún villancico en alemán. El problema residiría en que cantar a grito pelado por el nacimiento de un niño judío en un pesebre de Belén podría traerte muchos problemas, y ante esto, los villancicos cambiaron su letra repentinamente.
Ya no nacía el niño en los villancicos, sino que llegaba el tiempo de la Alemania nazi, y la mitad de cánticos estaban dedicados a elogiar al líder. Sin perder el soniquete ni la letra en su base, la censura recortó todo aquello que recordara a un niño hebreo, y lo cambió con intereses nacionales.
Con esto, el combo estaba completo: ni el árbol ni las fiestas ni siquiera los villancicos se habían marchado, pero sí se habían convertido en algo radicalmente opuesto, pagano, y en beneficio del Estado. Durante doce años, la navidad fue abolida en Alemania de esta manera.