Vivimos tiempos extraños en lo social y lo político -si acaso esto no fuese lo mismo-, se desmoronan los liderazgos mesiánicos que emergieron del hartazgo ciudadano para con el bipartidismo y, con ellos, también late con menos fuerza el corazón de sus formaciones políticas.
Se cumplen diez años del 15M, cuando las plazas de toda España se llenaron de ciudadanos, especialmente jóvenes, que reclamaban otra forma de hacer política, de gestionar lo público, lo de todos. Y de aquello, de aquel sentimiento tan justo y auténtico, poco o nada queda ya. Los partidos clásicos no supieron adaptarse a esa demanda y la nueva oferta electoral que surgió al calor de aquella reivindicación ya se ha hecho vieja.
El ciudadano ya no quiere escuchar propuestas políticas serias, críticas y constructivas, nacidas del sereno debate democrático que tanto bueno da a naciones como la nuestra, que se vio amordazada durante tanto años. Ahora se demanda la política show, la del candidato que no aburre hablando de cosas sesudas sino que agita a las masas con proclamas incendiarias de manuales de primero de populismo. De esto, lector, no tiene la culpa -o no solo- el político, también el ciudadano que como yonki de lo mediático demanda esta nueva forma.
Inmerso en esta vorágine se encuentra Ciudadanos, un partido que nació en Cataluña para hacer frente al nacionalismo, llegó al Congreso de los Diputados, se extendió rápidamente por la mayor parte de parlamento autonómicos y Ayuntamientos, pudo decidir el destino de toda una nación y, por un error de cálculos, ahora sobrevive con respiración asistida.
Y ese error de cálculo no fue investir a uno u otro presidente, fue algo mucho más profundo y delicado, abandonar el espacio político que habían conquistado. Un partido político no puede sobrevivir mucho tiempo si se conforma con ser muleta de otro, ha de aspirar, simple y llanamente a ganar elecciones y gobernar. Los nuevos partidos siempre sueñan con el sorpasso, pero rara vez analizan seriamente cómo hay que actuar para que esto suceda y, sin eso, nada es posible. Los partidos políticos han de tener una estructura complejísima y solidísima por todo el territorio, ha de desplegar tentáculos hasta en el último y más inhóspito rincón de la geografía nacional. Tan importante como un vecino de la ciudad condal o de la capital lo es el de Las Hurdes o el de Soria, pero no solo eso, hay más, estos últimos son más reticentes al cambio, son más conservadores y prefieren "lo malo conocido a lo bueno por conocer", por eso hay que estar allí, in situ, labrando la tierra para cosechar buenos resultados.
Ciudadanos es un partido de ciudades, de grandes urbes, en los municipios pequeños que ha conseguido penetrar en la vida política no ha sido por el proyecto sino por el candidato. No hay mensaje potente y atractivo para esos vecinos.
Como decíamos, Ciudadanos ocupó el centro del tablero político con ligeros movimientos a derecha e izquierda que hizo de la moderación su mayor fortaleza, supo ser bisagra y cambiar políticas. Fue un balón de oxígeno que sin estridencias permitía al ciudadano creer en un cambio sosegado pero firme.
Y de aquello, ¿qué queda? La esencia. No se puede dar por muerto a un partido que sigue formando parte de gobiernos regionales, diputaciones y grandes Ayuntamientos. Podría decirse que a día de hoy el proyecto político de los naranjas sobrevive gracias a esos alcaldes, concejales, diputados provinciales, diputados autonómicos y consejeros que dan potencia a un proyecto que en Madrid ha perdido el pulso. Las pasadas elecciones madrileñas y las encuestas de una hipotética, pero cada vez más cercana y posible, repetición electoral en Cataluña nos muestran la magnitud del problema al que tienen que hacer frente a nivel nacional.
Es cierto que escorado a la derecha Ciudadanos no podrá sobrevivir, también es cierto que muchos de los que fueran sus cargos públicos se aprovecharon del atractivo de un proyecto nuevo y fuerte para engrandecer egos personales y saltar del barco en cuanto llegaba el temporal, pero no es menos cierto que recuperar ese espacio perdido es una tarea titánica. Si la duda está en el proyecto que ofrecen y el mensaje que mandan a los ciudadanos, la directiva nacional no escapa de esas grandes dudas sobre su capacidad política -en ningún caso intelectual- para reflotar el partido. Ciudadanos no necesita cambios cosméticos ni nombramientos grandilocuentes, necesita de forma urgentísima una refundación que refresque lo que ofrece y quien lo ofrece.
No, Ciudadanos no ha muerto, puede sobrevivir, pero lo que sobreviva, si es que sucede, poco se parecerá a lo que actualmente existe, pues la refundación que necesita también reclama mirar al futuro con una ambición que hace tiempo perdió.
Lo pasará mal, se enfrenta a un período duro y cruento, pero ahora más que nunca su supervivencia está en sus manos, nunca antes fueron más dueños de su destino y menos presos de intereses ajenos.
La pluralidad política enriquece y fortalece los sistemas democráticos. Un partido nunca sobra si hay un solo ciudadano que confía en él. Buena travesía por el desierto.