El pollo es uno de los alimentos más consumidos en España, en concreto el cuarto por detrás de la ensalada verde, la pizza y la ensalada de tomate. En total cada individuo ingiere en un año 14 kilos de pollo. Según Mercasa, las familias de clase alta y media alta cuenta con un consumo más elevado de pollo (11,2%), mientras que en los hogares de clase baja tienen un consumo más reducido (9,5%).
Su popularidad hace que esté presente en la mayoría de platos que consumimos día a día. Y, a pesar de que creemos conocer todo sobre este alimento, no es así. Los últimos datos publicados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), correspondientes a 2017, indican que el 99,9% de las muestras de pollo analizadas no contenían residuos de medicamentos.
A pesar de esto, siempre está en el punto de mira el abuso que pueden hacer de los antibióticos en el cuidado del ganado, ya que un uso excesivo puede producir que las bacterias presentes en el pollo se hagan resistentes. Una de las bacterias que más preocupan es la llamada Campylobacter, que está muy ligada a la carne de ave. En 2010, alrededor del 75% de las carnes de pollo estaban engordadas a base de esta bacteria.
La Campylobacter provoca gastroenteritis (diarrea, dolor abdominal y fiebre), sus consecuencias se intensifican en las personas más vulnerables como niños o mayores. En 2018 se dieron 246.000 casos de enfermedad en la Unión Europea que se relacionaron con esta bacteria.
Por qué no debes lavar el pollo
La bacteria Campylobacter se encuentra en el intestino de los animales sanos, por lo que es muy difícil erradicarla. Aunque cada vez se le exige a la industria alimentaria que sus controles sean más rigurosos, siempre hay alguna probabilidad de que esta bacteria se encuentre en el pollo que vamos a cocinar.
Una de las normas básicas consiste en no lavar el pollo crudo, ya que las salpicaduras favorecen la dispersión de bacterias por toda la cocina, contaminando superficies, utensilios y otros alimentos. Está demostrado que el 44% de las personas tiene la costumbre de meterlo debajo del grifo creyendo que así evitará contraer posibles enfermedades.
En muchos casos, esta técnica es contraproducente por los motivos ya comentados. En el caso de que el pollo comprado tenga plumas o huesos, se aconseja retirar los restos con papel de cocina. Para eliminar las bacterias, debemos cocinar el pollo a una temperatura superior a 70º y retirar del fuego cuando la carne esté totalmente hecha. Del mismo modo, no se recomienda lavar los huevos porque al echarle agua la membrana que recubre la superficie de la cáscara se deteriora y favorece a la entrada de patógenos.