Dijo Ana Guerra en una ocasión que salir del armario es tan "sencillo" como querer salir de él: "Querer es poder". Lo que Ana Guerra no se imagina es que salir del armario no es, ni de lejos, algo sencillo. Y lo que seguramente no llega ni a plantearse la cantante es que no es algo que se haga una única vez si no casi a diario. Pero todo esto no es culpa de Ana Guerra. La canaria no tiene la culpa de vivir en la sociedad heteronormativa en la que todos hemos crecido. Una sociedad que, a grandes rasgos, no se imagina lo que es ser LGTB y tampoco se lo han contado.
Sí, seguro que Ana Guerra tiene muchos amigos gais y conoce a multitud de personas LGTB, pero ni a Ana Guerra ni al resto de nosotros nos han mostrado la homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad (por no hablar del resto de identidades de género u orientaciones sexuales) con la amplitud y normalidad con la que nos han enseñado la heterosexualidad en todas sus formas (si es que tiene más de una). Y es que, como la propia sociedad en la que vivimos, nuestra cultura es puramente heteronormativa.
Es por esto que el colectivo LGTB, y los gais en este caso, ha tenido que buscar o crear sus propios referentes culturales. No por una cuestión de rechazo a lo heterosexual (que, a veces, también), si no por tener un icono en el que poder verse reflejado o simplemente una figura con la que empatizar a fondo. En 'El Celuloide Oculto', un documental de 1995, ya se exponía la idea de que los gais huyen de su realidad hostil acercándose a personajes, obras o productos que hablan de una realidad reconocible pero extravagante. Y así se ha forjado desde muchos años atrás la conocida como "gay culture".
Son muchos los que negarán que esa "realidad hostil" existe, pero es que, como Ana Guerra, muchos no conocen lo que es no ser heterosexual. No ser heterosexual hace que vayas a cada reunión familiar suplicando por dentro que no llegué esa pregunta. La pregunta. "¿Y tú, Fulanito, cuándo nos vas a presentar a tu novia?". Y por fuera te ríes fingiendo la vergüenza de cualquier adolescente al que su tía, esa que no ve desde las pasadas navidades, le pregunta por sus relaciones sentimentales, pero por dentro respondes un rotundo "nunca" que te ha costado años de lucha interna reconocer. Porque has oído muchas veces que ser gay está mal y, si alguna vez no lo oías, te lo decías a ti mismo. Hasta que un día aprendiste que no, que está bien. Pero que no se te note. Una premisa que se ha colado hasta en el propio colectivo gay, donde la pluma se rechaza y discrimina. Una premisa que te recuerdas una y otra vez antes de entrar a una entrevista de trabajo, no vaya a ser que no te contraten porque te guste más Chris Hemsworth que Elsa Pataky, algo que de ningún modo afectaría a tu trabajo. Una premisa que algún día, y seguramente con el apoyo de muchos que han pasado por el mismo viaje que tú, aprendes que hay que destruir.
Y la destruyes acercándote a la luz y a la fantasía que te dan las artistas que se han convertido en nuestros iconos. Artistas que quizá no derrochan alegría y felicidad en sus mensajes, pero sí lo hacen en su forma. Porque todos hemos bailado hasta la saciedad en cualquier dicoteca gay 'Bad Romance' de Lady Gaga como si no estuviera hablando de una relación tóxica, si no de nuestro primer desfile en la pasarela de 'RuPaul's Drag Race', programa que es irremediablemente nuestro.
Pero a esa fiesta has llegado después de unas copas en casa donde se revisionan los mejores videoclips de Britney Spears que no nos ha dado ni un tema bueno desde 'Work bitch', pero aún así la encumbramos como Diosa. Porque lo es. Pero en esta especie de religión que parece ser la gay culture no idolatramos solo a una deidad; a la de 'Toxic' la acompañan Beyoncé, Katy Perry, Rihanna o la ya mencionada Lady Gaga. Y es que las mal llamadas divas del pop (ninguna de ellas hace pop como tal) se han convertido inevitablemente en las divas gais del siglo XXI. Quizá con un camino abierto por Madonna o Cher años atrás y al que se han ido uniendo otras como Lana del Rey, Dua Lipa o Ariana Grande. Como lo han hecho en nuestro país Bad Gyal, Rosalía o la propia Ana Guerra cantando 'La Bikina' donde ya reinaban Mónica Naranjo, Marta Sánchez o Sonia y Selena.
Si hay algo que todas ellas tienen en común es que se muestran como mujeres fuertes y empoderadas que a veces nos hablan de haberlo pasado mal. Pero ahí están, poniendo el punto gay a algo tan hetero como la final de la Super Bowl con un halftime que cualquier persona heterosexual sería incapaz de valorar como se merece. Y es algo que, salvando las distancias, ya pasaba en nuestro país durante en Franquismo y la transición. Los maricas de entonces encontraron en las folclóricas esos iconos necesarios para salir de su verdaderamente hostil realidad. Ellas eran mujeres que cantaban a la libertad o al empoderamiento en una época en la que no se dejaba a las mujeres ser libres ni empoderadas. Así hemos heredado a Rocío Jurado, Lola Flores o Isabel Pantoja como iconos de la gay culture patria.
Y en aquel botellón previo a la fiesta del que hablábamos también ha habido tiempo para repasar el vídeo de "Las vecinas de Valencia", se ha dicho una decena de frases de Belén Esteban o 'Paquita Salas' y ha habido un debate sobre si eran mejor Los Javis o Itziar Castro como profesores de interpretación de 'OT 2018'. Porque si algo hemos hecho los gais es hacer nuestra la cultura pop, es obviar los referentes e iconos que nos han dado para coger otros y alzar a tal categoría a las mechas de Lydia Lozano, la coreografía de 'Jingle Bell Rock' de 'Chicas malas' o el año 2007 de Britney Spears, entre otros.
Nos guste o no, la cultura gay existe y va mucho más allá de Lady Gaga o Rocío Jurado diciendo que es "pro gay". La cultura gay, que ha llegado también en multitud de formas al arte, a la literatura o al cine, nos ha servido como refugio y nos da alas para celebrar nuestro orgullo cada día del año. Curioso y valiosísimo es el caso de la televisión de masas o el cine más comercial acercándose poco a poco y cada vez con mayor acierto a la representación del colectivo LGTB para alcanzar unos referentes comunes. Es posible, incluso, que gracias a esta serie de referentes para muchos sea más sencillo, como díria Ana Guerra, salir del armario.