El tamaño de los asientos de los aviones podría haber sido adecuado para los españoles de 1910, cuando medíamos unos diez centímetros menos según la Encuesta Nacional de Salud, pero no para los hombres y mujeres del siglo XXI.
No hace falta ser muy alto para sentirse encajonado en los asientos de los aviones y pasar un viaje incomodísimo. Y no digamos si la naturaleza te dota con unas piernas largas, cuando el trayecto se convierte en algo infernal.
Una tesina realizada por el fisioterapeuta Pablo Wagner, investigador del Instituto Nacional de Educación Física de Cataluña (INEFC Barcelona), ha estudiado el efecto que tiene el reducido tamaño de los asientos de los aviones en la salud de los pasajeros.
La conclusión es que las rodillas que van pegando con el asiento de delante durante todo el trayecto no mienten: viajar en un espacio tan reducido "podría estar ocasionando una serie de problemas ligados a la postura y sobrecargas musculares".
Esto afectaría especialmente 'solo' a las personas con una estatura superior a los 174 centímetros, pero el problema es que esta cifra es superada por los hombres nacidos a partir de los años 70. Según el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la media de los varones españoles desde entonces es de 176 centímetros.
La distancia de un respaldo a otro de los asientos suele ser de entre 76 y 85 centímetros, cifra que se reduce a 73,6 centímetros en compañías de bajo coste como Ryanair y Easyjet, según informa El País. En 2013, The New York Times publicó que en los últimos 20 años esta distancia se había reducido alrededor de un 10% con el objetivo de que los vuelos tengan más plazas y resulten más rentables.
En cuanto a la anchura de los asientos, suele ser de 43,2 centímetros en casi todas las compañías, tamaño que tampoco resulta excesivo.
Además de los problemas musculares y de postura, este espacio tan reducido podría ser uno de los causantes del malestar y las náuseas de los pasajeros de los vuelos, que de por sí suelen ser poco agradables por los cambios de presión en cabina, el ambiente viciado, el ruido del motor y el tambaleo del avión.
En definitiva, el tamaño de los asientos es un agravante del conocido como síndrome de la clase turista, que amenaza con provocar trombosis. Hay que tener en cuenta que algunos oficinistas acostumbran a viajar muy a menudo en avión, por lo que se exponen a sus efectos de manera continuada.
Con tales condiciones de viaje, se entiende que algunos pasajeros se vuelvan tan locos que ataquen a otros pasajeros como si fueran zombies de 'The Walking Dead'.
De momento y salvo que las aerolíneas decidan por voluntad propia dar un servicio más cómodo a sus clientes, la situación no parece que vaya a cambiar. La legislación española no obliga a las empresas a respetar unas proporciones determinadas, por lo que en esta decisión al final parece primar la rentabilidad económica.
El avión pierde la batalla de la comodidad frente al tren e incluso el autobús, que, aunque tradicionalmente ha sido el medio de transporte menos deseado, últimamente está intentando ofrecer un servicio más agradable a sus clientes con asientos acolchados y más amplios, televisores individuales y servicio de azafatas, ya que no puede competir en velocidad.