Un atropello en Toronto deja 10 muertos y 15 heridos. Todos los medios llevan el centro de la noticia a la ciudad norteamericana, incluida España, situada a 6.032 kilómetros. Se especula con la rúbrica del Daesh. Las autoridades confirman que no se trata de un atentado yihadista, aunque sí fue un arrollamiento deliberado. La duda, sin embargo, permanece.
Barcelona. Un camión atropella a varias personas. Seis heridos leves. Se trata de un mero accidente de tráfico, uno más. Sin embargo, el vehículo es un camión y el lugar, Barcelona, el centro de los atentados del 17-A. La noticia consigue copar la primera plana de los digitales durante horas.
Niza. 15 de agosto de 2016. Una estampida provocada por el estallido de varios petardos deja más de 80 heridos. Se trataba de meros petardos, pero la población local creyó que estaban siendo objeto de un tiroteo y, por tanto, de un atentado terrorista.
Estos tres ejemplos únicamente describen una simple realidad: el Daesh ha conseguido imponer una espiral de terror e inseguridad en Occidente. Cualquier atropello o tiroteo nos lleva a pensar en el extremismo islámico y, con ello, a sentir una especie de inseguridad a la hora de llevar a cabo nuestra vida diaria.
"Ya no aceptamos el viejo método en el que la alarma se desactivaba en cuanto la Policía detenía al autor de un crimen", relata Carmen Aldana, psicóloga de Depsia S.L. en declaraciones a Los Replicantes.
La irrelevancia de Al-Qaeda y el protagonismo del Daesh
En todo ello influye el cambio en el modus operandi del salafismo. Mientras que Al-Qaeda apostaba por ataques de gran magnitud y éxito mediático; el Daesh prefiere realizar pequeños atentados continuados en el tiempo. Algo que tiene una reacción psicológica en la población: "Es indefensión aprendida. Las personas sienten que, hagan lo que hagan, no conseguirán prevenir un ataque que puede terminar con sus vidas", defiende Aldana.
Esta alarma continuada tiene efectos en la población, sobre todo, en aquellos que cuentan con enfermedades: "Muchas personas sienten que deben estar muy atentas para evitar convertirse en víctimas. Algunas personas pueden tener problemas para adaptarse, ya que es imposible controlar todo, por lo que ciertas patologías se pueden agudizar".
Ese sentimiento de indefensión puede afectar a todo el mundo. Los atentados se producen en lugares tan cotidianos como salas de fiesta, calles comerciales o el transporte público. Por ello, todos llegamos a empatizar con las víctimas y tener cierto temor a vivir una situación similar: "Algunas personas pueden desarrollar pánico o hipervigilia; e incluso pueden llegar a manifestarlo en ciertas señales corporales o comportamentales".
Por ello, los terroristas consiguen que vinculamos un ataque a situaciones diarias. Esto es lo que provoca que un mero accidente de tráfico ocupe portadas, un petardo provoque estampidas o que la gente sienta auténtico pavor ante una mochila abandonada. Precisamente, lo que ocurrió en España tras los atentados del 11-M que dejaron 192 muertos: "En los días posteriores a los atentados de Madrid, la gente huía del metro ante rasgos árabes o gente con mochilas", recuerda Aldana.
Fomentar el odio hacia los musulmanes: el objetivo prioritario del Daesh
El odio hacia la comunidad musulmana era irrelevante hasta el 11 de septiembre de 2001. El asesinato en vivo de más de 2.000 personas, el ataque a los centros económico (Torres Gemelas), militar y político (Pentágono) de Estados Unidos; provocaron un punto de inflexión en la historia moderna.
Afganistán se había convertido en el germen de Al-Qaeda gracias al régimen talibán. Un grupo alzado contra un país que, paradójicamente, apoyó a los talibanes en la gran batalla contra los tentáculos de la URSS en gran parte de Asia.
El origen musulman y la vinculación de esta religión con la comunidad árabe, comenzó a generar rápidamente un rechazo entre la población norteamericana y, por ende, occidental. A todo ello, se sumó el aumento en los controles en los aeropuertos, que aún seguimos viviendo: las autoridades llegan a limitar, incluso, la cantidad de líquidos que podemos portar en nuestro equipaje. Este temor, por otro lado, es fundamental para recortar derechos y libertades, aunque esta premisa serviría para hablar 'largo y tendido'.
Este caldo de cultivo ha provocado un fuerte aumento del odio contra los musulmanes, recrudecido tras la última ola de atentados en Europa. Gracias a ello, partidos como la ultraderecha del Frente Nacional francés o Alternativa por Alemania; están consiguiendo un aumento espectacular de votos. Algo que evidencia que el Daesh consigue controlar, en cierta medida, la vida política de las naciones a las que ataca.
A esto, se suma una ola de refugiados que huye de conflictos y muertes aseguradas. La reacción inicial en Europa se ha materializado en un aumento del racismo, xenofobia e islamofobia. Todo este caldo de cultivo provoca que mucha gente abrace el extremismo islámico. Cuanto mayor sea el rechazo hacia a la comunidad musulmana, mayor será el apoyo al salafismo.
El fin último de esta secta es, literalmente, lograr una sublevación de los musulmanes en Occidente, crear caos y desembocar un conflicto que termine con la derrota de una población con la que disienten en lo religioso. Es el fin de una secta extremista minoritaria en el Islam en la que no domina la razón. Se trata de una secta minoritaria en apoyos, pero con una fuerza imprevisible. Gracias a esta espiral del terror están consiguiendo su victoria.