La campaña electoral se ha enturbiado al adentrarse en las siempre arenas movedizas de la polarización. Aunque desde hace un tiempo el período temporal de campañas se ha diluido por la extraña sensación de vivir en una permanente, lo cierto es que el debate público, para perplejidad del ciudadano de a pie, ha ido al barro. Es un lodazal. El próximo martes 4 de mayo las urnas serán las que tengan la última palabra en la Comunidad de Madrid, algo que, en democracia, no debe asustar a nadie; más bien al revés, tranquilizar.
Los resultados que arrojen, como casi todo en estos tiempos de vertiginosa velocidad, servirán para la euforia o depresión de los partidos políticos, que, calculadora en mano, tendrá a sus altos mandos haciendo sumas para ver si su bloque llega a la mayoría absoluta. Esta consecuencia del multipartidismo nos ha dado unos bloques estancos que, lejos de servir para el enriquecimiento y pluralidad, tan solo bloquean.
No habrá sorpresas, Isabel Díaz Ayuso ganará las elecciones con una diferencia holgada frente a los demás. Su imagen de estrella pop ha cuajado y calado en una grandísima parte de la ciudadanía de la Comunidad de Madrid, algo que ella explota con una dicotomía imposible, "comunismo o libertad". Ángel Gabilondo, ganador de las últimas elecciones, está desdibujado. Su campaña ha asumido el marco impuesto por Ayuso y es incapaz de romperlo para resituarse. Gabilondo, el candidato "soso, serio y formal" es el candidato equivocado en un momento de máxima tensión política. Él prefiere el susurro al grito, lo cual impide que sea escuchado. Mónica García se ha convertido en la piedra en el zapato del candidato socialista y, sobre todo, del exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, al perfilarse cm la opción más fresca e ilusionaste de la izquierda. Rocío Monasterio ofrece un perfil histriónico, casi desquiciado, para tener notoriedad e intentar retener a sus votantes, muchos de los cuales ya han escogido la opción de Ayuso. Pablo Iglesias vino a salvar a su partido, Unidas Podemos, de la hecatombe, pues se veía seriamente amenazado por la barrera electoral del 5%. Lo conseguirá, pero será un baño de realidad para él y los suyos, pues ya no despierta las pasiones enardecidas que despertaba en 2014. Edmundo Bal es la apuesta personal de Inés Arrimadas para reflotar a Ciudadanos, partido que ha gobernado los últimos dos años en coalición con Ayuso y, como ya es tendencia en Europa, ha sido fagocitado al ser el socio minoritario del Gobierno. Bal tiene un papel dificilísimo, pues casi todas las encuestas coinciden, está entre el 4,5% y el 5%, lo cual sitúa a los naranjas en zona de altísima tensión y riesgo.
¿Qué pasará tras conocer los resultados?
¿Qué pasará el 4 de mayo por la noche? Que los teléfonos de los candidatos echarán humo, se cruzarán las llamadas y los halagos con altas dosis de acaramelamiento que buscarán el pacto. Como dijimos, si importante es ganar, imprescindible es sumar.
Escenario 1: Isabel Díaz Ayuso gana las elecciones por mayoría absoluta, algo que parece poco probable, pero que sería el escenario ideal para la candidata popular, pues no necesitaría muletas para gobernar.
Escenario 2: Ayuso gana pero necesita los votos de VOX para gobernar, en ese caso, se abren dos opciones, que la popular gobierne en solitario, con apoyos externos o en coalición, extremo este último que parece descartado. Este parece el escenario más probable en estos momentos.
Escenario 3: Díaz Ayuso gana y Ciudadanos entra en la Asamblea, pudiendo convertir a Edmundo Bal en vicepresidente del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Que Ciudadanos entre o no en la Asamblea reconfiguraría los resultados electorales de PSOE o Partido Popular.
Escenario 4: El bloque de izquierdas -PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos- llega a los 69 diputados, cifra mágica de la mayoría absoluta y, antes de sentarse a negociar, ya se han entendido. Las últimas encuestan apuntan a que esta opción, aunque aún no está asegurada, podría llegar a materializarse.
¿Hay un condicionante especial? Sí, el porcentaje de participación en las elecciones, que, aunque el CIS lo sitúa en máximos históricos, cuesta creer que con la fatiga pandémica, elecciones en día laborable y desafección actual, vaya a ser tan elevado. En cualquier caso, indecisos, lo que se de dice indecisos, quedan muy pocos.
Sea como fuere, el próximo martes 4 se decidirá el Gobierno madrileño de los próximos dos años (la Ley obliga a celebrar elecciones cuando tocaban, en mayo de 2023) y se romperá la baraja, arrojando nuevos escenarios y liderazgos consolidados o heridos de muerte. Ir a votar, sea por la opción política que sea, es fundamental, pues en un momento de alto voltaje político la revolución se hace en las urnas, en ese acto reivindicativo y legítimo de elegir la opción que crees mejor para ti y los tuyos.
Los escenarios expuestos nos sitúan ante una política de bloques que, lejos de traernos sosiego, promete elevar los ya altísimos niveles de polarización. En política, como en el fútbol, el candidato del partido al que vas a votar siempre parece el mejor. Evidentemente, no siempre es así, pero como la madre que mira con amor a su hijo, a nosotros nos lo parece. Siendo así, que gane el mejor. O, lo más importante, que gane la democracia y las urnas se llenen de papeletas.