El secuestro de Claudio Formenton, un hombre de 64 años, tiene en vilo a las autoridades italianas. Viajó a Costa de Marfil por amor, tras conocer a una mujer a través de internet, con el ánimo de conocerla, Olivia Martens. Pero ella, quizás, ni siquiera exista: el hombre terminó en manos de una banda de secuestradores en cuanto aterrizó en el aeropuerto de Abiyán, en el país subsahariano.
La historia que ahora investiga la Fiscalía de Roma comenzó hace dos meses. Afecta a Claudio Formenton, un empresario de 64 años al frente de un grupo especializado en el procesamiento de mármol y granito con sede en Fossò, en el Véneto.
El 27 de noviembre decidió coger una semana de vacaciones y le comunicó a su familia sus intenciones de viajar a Costa de Marfil para colaborar con los voluntarios de la comunidad misionera de Villaregia. Todo parecía encajar, puesto que era cercano a este tipo de labores.
Cuando aterrizó en el aeropuerto, se encontró con un taxista que lo esperaba con un cartel en el que aparecía escrito su apellido. Pensó que era un colaborador de los misioneros que había venido a buscarlo y subió al coche. Y, ahí, comenzó su pesadilla.
Durante tres días, los delincuentes fueron cambiando el paradero, de una guarida a otra, hasta que finalmente escondieron a Claudio Formenton en un hotel de Bonoua, una localidad más al este y al interior que la gran ciudad costera de Abiyán. Allí, tras una redada, la policía local irrumpió y lo rescató.
El secuestro, reconstruido
Ahora en Italia, la Fiscalía de Roma ha abierto una investigación. El testimonio de la víctima ha sacado una versión algo diferente a la del empresario metido a misionero para ayudar a las personas menos favorecidas del planeta, aunque parece no ser el único motivo.
Claudio conoció a través de las redes sociales a una mujer, Olivia Martens, procedente de Costa de Marfil y con la que mantenía contacto mediante internet desde el pasado otoño. En los chats, ella hablaba sobre sí misma y las dificultades que tenía para encontrar a unos abogados que necesitaba para superar unos problemas legales.
El empresario nunca envió dinero para ayudarla, pero sí se quedó con grandes intenciones de viajar a África y conocerla, aprovechando la colaboración de los misioneros. Los investigadores dudan de que la joven exista realmente y creen que se trata de una trampa.
Además, creen que el empresario veneciano no sería la única víctima de Olivia Martens. De hecho, este nombre aparece en los chats de otros empresarios italianos adinerados, por lo que podría tratarse de una estafa y un señuelo empleado de manera recurrente.