"¿Si vamos a dejar de bombardear Yemen? La respuesta, igual que si me preguntas si voy a dejar de pegar a mi mujer" . Las palabras, pronunciadas por el embajador de Arabia Saudí en EEUU, el príncipe Abdullah Al-Saud, generaron una amplia carcajada entre los asistentes y en el propio embajador.
Su retrógada comparación vuelve a poner en el ojo del huracán la fuerte discriminación que enfrentan las mujeres en la última monarquía absolutista del mundo. El país, regido por la visión más retrógrada del Islam (la wahabita), fue hasta hace poco el último que prohibía a una mujer conducir un vehículo.
A ello, se suman algunas acusaciones de violación de derechos humanos, como en el caso de Esra al-Ghamgan, reconocida activista por los derechos de las mujeres y que permanece encarcelada a la espera de una posible sentencia de muerte durante el próximo otoño.
Los tímidos gestos aperturistas, como dejar que las mujeres pudiesen votar en las elecciones de 2015, se alejan enormemente de otros países árabes como Túnez, que ha aprobado una constitución de corte laico y una ley de violencia de género que sirve como referente para el resto de los países del Norte de África y Oriente Próximo.
Bombardeos en Yemen
El embajador saudí respondía a las preguntas de la prensa sobre el uso de armas en la guerra del país del Golfo Pérsico para sostener al gobierno de Abdo Rabu Mansur Hadi.
En un país considerado como centro de operaciones de Al-Qaeda, el conflicto entre chíies y sunníes (el gobierno sunní está enfrentado con milicias de corte chií como los hutíes) está destrozando al país más pobre de la región.
El conflicto forma parte de la Guerra Fría que el país libra con Irán, al mismo modo que la vivida durante gran parte del siglo XX entre Estados Unidos y la URSS. El final de estas disputas pasa por imponer una visión del Islam. Y, además, con intereses cruzados, como mantener la base rusa de Lattakia (Siria) para que Moscú pueda garantizarse un punto estratégico dentro del Mar Mediterráneo.