"Hasta ahora he sido muy poco preciso. Debemos reflexionar sobre las ventajas y desventajas de la invisibilidad y lo que no significa. Es poco práctica para el espionaje y todo eso, pues se hace ruido [...], de hecho, solo solo es buena en dos casos: resulta útil para huir y acercarse. Por lo tanto, es especialmente útil para asesinar".
Con tal confesión, el personaje de Griffin deja claro al lector que el haber sido el genio que consiga la fórmula de la invisibilidad, no le exime de convertirse en un despiadado ser con una ética y moral totalmente desvirtuadas. Así era al menos como lo describía H.G. Wells como narrador omnisciente en 'El hombre invisible', la novela de ciencia ficción publicada en 1897 que acabaría convertida en uno de los clásicos de la literatura de dicho género a finales del siglo XIX. Concebida como una obra destinada al público adolescente, Wells se había inspirado en 'The Perils of Invisibility', uno de los textos de 'Bab Ballads', el poemario ilustrado de W.S. Gilbert.
Su segunda inspiración no fue otra que el mito del Anillo de Giges (que conoció a través de Platón en el libro II de 'La república'), el cual viene a explicar que el ser humano tiene tendencia a hacer el bien hasta que el poder de la invisibilidad le permite hacer el mal al no ser visto, acabando absolutamente corrompido. Sabiendo lo que pasará con Griffin, no es exagerado enmarcar la tesis de la novela de Wells como una clara reflexión filosófica acerca de la condición humana.
Uno de los monstruos
En 1923, la Universal había puesto el punto de mira en la novela gótica, de donde surgieron las primeras adaptaciones que trajeron a lo que conocemos como los Monstruos Clásicos, siendo los dos primeros el Jorobado de Notre Dame ideado por Victor Hugo y el Fantasma de la Ópera de Gaston Leroux. Encarnados los dos por Lon Chaney, la etapa muda dio paso a la sonora de la mano de Tod Browning y James Whale, quienes estrenarían en 1931 (con nueve meses de diferencia) 'Drácula' y 'Frankenstein'. Con Bram Stoker y Mary Shelley como máximos exponentes del horror en pantalla, y después de haber convertido al Imhotep de 'La momia' en otra de las figuras icono del momento (con un guion original que no se basó en ninguna novela publicada), en 1933 le correspondió de nuevo a Whale el llevar a cabo otra adaptación de un libro de éxito.
Así fue como llegaba a los cines la primera adaptación en largometraje de 'El hombre invisible' de Wells, el cual ya había sido convertido al celuloide por Segundo de Chomón en 1909 con 'Le voleur invisible', un corto de 6 minutos de duración. Protagonizada por Claude Rains como el Dr. Jack Griffin, su deambular entre el terror y la ciencia ficción, y el hilarante tono de pretendida comedia negra que destilan sus personajes, la convertían en un clásico instantáneo por el que Whale sería premiado en el Festival de Venecia de 1934. Habiendo pasado tanto tiempo desde su estreno, sus revolucionarios efectos especiales siguen siendo sorprendentes a día de hoy, algo que incluso la Academia de Hollywood no quiso pasar por alto en las siguientes encarnaciones que tendría el personaje.
Dirigida por Joe May, en enero de 1940 se estrenaba 'El hombre invisible vuelve', cuya trama nos presentaba a Vincent Price como Sir Geoffrey Radcliffe, un hombre que va a ser injustamente ejecutado que es salvado por el Dr. Frank Griffin (John Sutton), hermano del protagonista de la primera película. La salvación llega bajo la forma del suero de la invisibilidad, lo cual permitirá a Radcliffe huir sin saber que pronto conocerá el principal efecto secundario: la locura. El equipo de la película sería nominado en la 13ª ceremonia de entrega de los Oscar en la categoría de Mejores Efectos Especiales.
En diciembre del mismo año, la Universal aprovechaba el tirón del personaje para presentar su primera derivación. Dirigida por A. Edward Sutherland, 'La mujer invisible' cambiaba el género del conejillo de Indias pero no invertía los roles en el personaje del científico, que aquí seguirá siendo un hombre, el profesor Gibbs (John Barrymore). Es bastante curioso que, además, la película se presentase sin rubor alguno como una comedia, como si el hecho de invisibilizar a una mujer (menuda ironía) no fuese lo suficientemente serio como para que el film se sostuviese como título de terror. Para más inri, el personaje de Kitty Carroll (Virginia Bruce) era "una bella modelo" que, aunque no se viese, en su estado de invisibilidad estaba totalmente desnuda (algo que no había causado revuelo en los anteriores casos masculinos).
La revancha feminista
80 años después, ha sido Leigh Whannell quien, de la mano de Blumhouse, ha conseguido darle la vuelta al mito del Hombre Invisible, actualizando la idea concebida por Wells y cambiando el punto de vista del protagonista. Aquí, Elisabeth Moss es Cecilia Kass, quien se nos presenta huyendo en mitad de la noche de la casa que comparte con Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un hombre controlador y abusivo que se suicidará poco después. Pronto, empezará a sospechar que su muerte no es más que una farsa, fruto de la retorcida mente de Adrian, una eminencia en el campo de la óptica que podría haber conseguido la fórmula de la invisibilidad para poder seguir torturándola.
Pese a lo subrayado de su discurso, cabe alabar la forma en la que Whannell (también autor del guion) convierte la figura femenina que habíamos visto acompañando al protagonista en las anteriores versiones de la novela, en un elemento revolucionario y claramente heredero del #MeToo. Así es como la mujer deja de estar invisibilizada (tanto de forma literal, como por ser un mero adorno de acompañamiento a los actores principales) al hacer frente a la opresión y cortar por lo sano con las relaciones tóxicas y dañinas.
Y sin que quiera jugar mucho a la ambigüedad de los títulos de terror con metáfora, 'El hombre invisible' de 2020 deja claro que es un ejemplo de puro género donde también hay cabida para el mensaje social, consiguiendo que sean títulos como 'El ente' o 'Durmiendo con su enemigo' los que pueden venirnos a la mente a la hora de verla. Porque Elisabeth Moss encaja a la perfección del canon de las películas woman in peril, desmarcándose a la vez de estas al presentarse como víctima desvalida que, harta de vivir subyugada, decidirá plantarle cara a un mal invisible sin importarle que la sociedad siga cuestionándola.
Por suerte, esta no es la primera vez que los roles se invertían de tal forma, pues ya en el año 2000 Elisabeth Shue acababa siendo una heroína con dotes de final girl en 'El hombre sin sombra', la versión libre de la historia de H.G. Wells dirigida por Paul Verhoeven. Recordemos que, en aquella, Kevin Bacon era Sebastian Caine, un científico consumido por su arrogancia que acabará probando en sus propias carnes su último descubrimiento: un suero de la invisibilidad. Tal y como le había pasado a Griffin, los impulsos más salvajes acabarán dominando a Caine hasta convertirlo en algo parecido a un psychokiller de manual, quien dará rienda suelta a sus instintos asesinos y voyeurísticos más perversos.
El legado de la obra de Wells no solo se reduce a los títulos citados, pues la Universal llegó a explotarlo en tres ocasiones más: 'El espía invisible', 'La venganza del hombre invisible' y 'Abbott y Costello contra el hombre invisible', estrenadas en 1942, 1944 y 1951. Por su parte, tanto Turquía como la URSS hicieron sus propias adaptaciones de una historia ya entendida como universal, y conocidas como 'The Invisible Man in Istanbul', estrenada en 1955; y 'Chelovek-nevidimka (The invisible man)', en 1984. Además, y tras la nueva visión de Leigh Whannell, ya está anunciado un remake de 'La mujer invisible' que dirigirá Elizabeth Banks, quien para sorpresa de nadie, seguro que realizará la vuelta de tuerca que merece dicho título original.