¿Alguna vez te has preguntas qué son esas dos bolitas blancas que aparecen en los hombros de la chaqueta de Jorge Javier Vázquez en cada prime time? Son dos sensores que logran que los focos de plató sigan automáticamente los pasos del presentador sin necesidad de que un técnico le ilumine manualmente. Es decir, se trata de un recurso para no perder el foco. Y ahora esas bolitas blancas también acompañan a Rocío Carrasco en sus trajes.
Antes de empezar a escribir este artículo he pasado unos minutos dándole vueltas a cómo arrancarlo. Había decidido hacerlo con una metáfora acerca de la paradoja de Epiménides, pero finalmente me he decantado por citar a la filósofa española Belén Esteban, que afirma que Telecinco es como ir al médico: sabes cómo entras, pero nunca cómo vas a salir. Algo así debió de sentir Rocío Carrasco este viernes cuando llegó a Mediaset para seguir abriendo las distintas habitaciones de la réplica que la cadena ha construido de Montealto, la casa de su madre.
Lo que empezó hace unas semanas como un homenaje a la Jurado, reconvirtiendo el estudio número 6 de Mediaset en un museo con sus pertenencias, continuó este viernes con una espantosa revictimización en directo a su hija, protagonizada por su tío José Antonio, el marido de la hermana de Rocío Jurado. El programa, que iba a ser un viaje por las distintas estancias de la casa, fue finalmente un recorrido por el arco de la violencia machista mediatizada en el que Rocío se vio obligada, una vez más, a justificarse como víctima de malos tratos probados y sentenciados.
La cadena había cebado el nuevo capítulo de 'Montealto' con la emisión de un nuevo documental, esta vez en una sola entrega, y titulado 'El precio del silencio', que prometía desenmascarar una vez más a los Flores-Mohedano. Y no tardó en cumplir con su palabra. Fue sorprendente ser testigo de cómo un "simple" trabajo de documentación y composición de archivo pudo llegar a desmontar los argumentos de toda una familia contra Rocío Carrasco en forma de justicia televisiva.
El documental, que se limitaba a recoger las decepcionantes reacciones mediáticas de la familia al testimonio de Rocío, y que recordó la repercusión social que había provocado su historia, firmaba con toda una declaración de intenciones: un gran 016 (el teléfono de atención a las víctimas de violencia machista) que llenaba la pantalla sobre un fondo blanco. La cadena trataba de recuperar, así, el foco perdido en la narración de la historia de Rocío, que no es más que la historia de una mujer maltratada.
Pero en televisión y, en concreto, en este relato, el culebrón familiar telenovelesco a veces arrasa tristemente con la reivindicación social de un problema estructural que mata cada año en España a unas 50 mujeres. Y la llamada del tío José Antonio no solo trató de hacer saltar todos los plomos; sino que fue, quizá, la escena más grave, bochornosa y deleznable que hemos visto en televisión en los últimos años.
El marido de Gloria Mohedano, que en un principio intervino para aclarar un hecho anecdótico, sin importancia y que trató de desmentir sin éxito (el programa tardó un par de minutos en mostrar un documento que contradecía la versión de José Antonio), acabó banalizando el intento de suicidio de Rocío Carrasco y llegó a decir que no se creía la paliza que su sobrina recibió por parte de su hija. Una paliza que la llegó a dejar inconsciente y por la que Rocío Flores fue condenada por un delito de maltrato habitual hacia su madre.
La incredulidad y el estupor ante las palabras de José Antonio invadió el plató, pero no fueron suficientes para cortar inmediatamente una llamada que estaba sencillamente contribuyendo a revictimizar en directo a Rocío Carrasco, negando su historia y su sufrimiento, recogidos ambos en sentencia judicial. La hija mayor de Rocío Jurado volvió a verse expuesta a las humillaciones de su propia familia, y el programa extendió en el tiempo la llamada intercalando varios cortes de publicidad.
Siento que el programa, lamentablemente, no estuvo a la altura en este punto. A pesar de haber condenado firmemente las palabras de José Antonio, el espacio sirvió una vez más de altavoz para que este vomitara su odio en directo frente a una Rocío que terminó resignada y en silencio escuchando a su propio tío desacreditándola. La lectura de Jorge Javier y sus tertulianos fue, sin embargo, antagónica: José Antonio no hizo más que inmolarse en directo, reforzando así el testimonio de la protagonista. El planteamiento es interesante, pero no deja de ser un juego con arma de doble filo, pues el que se inmola a veces también se lleva por delante al oponente.
En el mismo programa, Ana Bernal Triviño afirmaba muy acertadamente que lo que había ocurrido allí era solo una píldora de lo que ocurre habitualmente en otros programas de la cadena ('El programa de Ana Rosa', 'Ya es mediodía', 'Viva la vida'...). Unos minutos antes, Rocío Carrasco explicaba que sentía inevitablemente que "el ser" (así es como se refiere a Antonio David Flores) seguía presente en los platós y en los pasillos de Telecinco. Y yo me vuelvo a acordar de Epiménides.
Epiménides es un hombre cretense que afirma que todos los cretenses son unos mentirosos. De ser cierta su afirmación, él también estaría mintiendo, por lo que no sería verdad que todos los cretenses mientan. Pero, si así fuera, entonces Epiménides no tendría por qué estar mintiendo y entonces sería cierto que todos los cretenses mienten. Esta paradoja que parece un trabalenguas es un buen paralelismo de lo que ocurre a veces en Telecinco, pues la violencia mediática necesita de un actor que la ejerza, pero también de un altavoz que la propague. Quizá sería una buena idea colocar en la violencia machista esas dos bolitas blancas que funcionan como sensores de movimiento para la iluminación, de forma que, con suerte, no se vuelva a perder el foco.