Parece que ponerse de acuerdo en algo referente a educación en este país es tarea imposible. Partidos políticos y demás organismos directa o indirectamente implicados en el futuro de las nuevas generaciones tienen tantas discrepancias sobre qué se debe hacer y qué no en la escuela que está empezando a ser un constante dolor de cabeza siquiera el hecho de decidir qué mandar como tarea para el día siguiente... si es que eso es válido a día de hoy.
Docentes, pedagogos, padres. ¿Quién educa? ¿Quién debe encargarse mayoritariamente de la educación? Los progenitores aluden a una falta de tiempo incipiente como para ponerse a hacer tareas relacionadas con la escuela cuando llegan a casa; pero sin embargo luego hay quienes se quejan de que la falta de deberes impida que se logren los resultados marcados. Asimismo, para muchos docentes es cómodo que, una vez se termina la clase, haya un cierto proceso de asimilación de lo que se acaba de tratar en el aula para asentarlo y consolidarlo. Que no se olvide.
Actualmente me encuentro terminando mis prácticas de dos meses en un colegio público de la Comunidad de Madrid y, como no podría haber sido de otro modo, la cantidad de experiencias y anécdotas han sido una constante. Dos clases con un total de treinta y seis alumnos, para cuál más diverso y peculiar. Es un reto valorar de forma general cuántos deberes hay que mandar los fines de semana, los días antes de examen... da igual; el caso es que se vuelve a poner sobre la mesa el mero concepto de los deberes. ¿Es útil? ¿Es realmente beneficioso?
¿A favor o en contra?
Inicialmente creo que el problema principal es que no podemos valorar como iguales a todos los alumnos en el sentido de que no todos llevan el mismo ritmo de aprendizaje, no tienen el mismo nivel y, por si no fuera suficiente, lo que para muchos es un apoyo para otros es una manera ineficaz de machacar algo ya asimilado y que solo quitará parte de su tiempo libre durante las tardes.
Hay argumentos a favor de la eliminación de las tareas, y aunque en mi experiencia empírica piense que sí son útiles en la mayoría de casos, creo que no se ha logrado alcanzar el método adecuado para que sirvan de algo. Dicho de otro modo, algo falla.
Por supuesto, esto es extrapolable a cualquier etapa educativa de los jóvenes; se incluyen discentes de tanto educación primaria como secundaria, y hay puntos en común que no podemos negar, que se ven en el día a día.
Para empezar, en la mayoría de casos son muy abundantes. Ese exceso de tareas termina cansando al alumno, así que lo que debería haberse convertido en una forma para que éste consolidase lo visto en clase termina siendo un martirio donde desde el principio se encuentran "pidiendo la hora". Por otro lado, dejan sin tiempo libre al alumno.
Comienza su 'jornada laboral'
¿Qué me decís de la 'jornada laboral' a la que están expuestos tantos niños y niñas desde que cumplen seis años? Levantarse a las siete de la mañana, entrar a las ocho y media para no salir de la escuela hasta las cinco de la tarde. Creo que todos coincidiremos en que es excesivo. Como la solución no es tan sencilla como dejar de trabajar e ir a buscarles unas horas antes, quizá lo plausible sea aprovechar más el tiempo en el aula para que, una vez salgan a respirar y volver a ver a los suyos, no tengan que preocuparse por tener que seguir sentados en la silla de sus dormitorios para terminar las tareas mientras los bostezos empiezan a ser muy recurrentes y el sol empieza a ponerse poco a poco. Y así, como quien no quiere la cosa, hemos llegado al final del día. Nada de tiempo para hacer deporte, ni un solo minuto dedicado a charlar tranquilamente con los padres... Comunicación cero.
Una de las soluciones que propongo y que muchos investigadores y pedagogos tratan de impulsar en la actualidad es que se promueva esa comunicación bidireccional hijo-padredonde ambos se pongan al día y sea el propio hijo o hija quien diga a sus responsables qué ha hecho en clase. No hace falta estar una hora desmenuzando el tema y contenido, simplemente refrescar la memoria para que al día siguiente se pueda reanudar ese proceso de enseñanza-aprendizaje.
Hay que sentarse a hablar
La propuesta no deja de ser una forma de educación; la preocupación por lo que hacen nuestros hijos debe existir y se debe hacer patente cada día, porque así y solo así se podrán lograr resultados. No me malinterpretéis, no es que los padres deban hacerles los deberes a los hijos, pero deben saber -especialmente en primaria- en la medida de lo posible, qué destrezas y dificultades tiene su vástago para así poder tomar las medidas oportunas.
Si hay compromiso e interés, solo así, quizá se puedan eliminar por completo los deberes y dejar las tardes libres. Pero como también quiero ponerme en el lado de los docentes, creo que es justo decir que los deberes tienen también su parte positiva innegable como es la creación de un hábito, de una responsabilidad. Se nota mucho a los niños y niñas que desde los nueve o diez años sacan las cosas nada más llegar a clase y no necesitan de tu soporte para despertar y comenzar a trabajar, a aprender. Las tareas también refuerzan lo que se ha aprendido y ayudan a mejorar en esa faceta. ¿Acaso se puede mejorar la lectura expresiva sin leer cada día? Nos sorprenderíamos al ver cómo en un grupo de veinte niños de la misma edad y misma situación escolar pueden llegar a ser tan poco homogéneos en la tarea de lectura. Es impresionante, y todo se debe a la práctica. Creo que aquí no hay excusas que valgan: si no hay interés ni esfuerzo no hay resultados.
Educación personalizada
Pero claro, ¿cómo deben ser esos deberes? Al no haber dos alumnos iguales, no debe haber tampoco tareas idénticas para todos. La educación personalizada es una responsabilidad para los docentes y los que aspiramos a serlo, una responsabilidad que nosotros tenemos que valorar en consecuencia; deben ser tareas que busquen racionalizar la tarea de los deberes en sí misma, donde más cantidad no signifique mejor. Hay que adecuarse a las necesidades del niño porque solo así él responderá y mejorará como lo necesita; pero es un error que en casa se emule algo exactamente igual a lo visto en clase sencillamente por el hecho de que ya lo saben hacer y no hay ningún tipo de motivación.
Algo debe cambiar en la educación española, y no debería comenzarse por partir respondiendo a la pregunta del sí o no a los deberes, sino en el cómo, siendo docentes y padres los primeros que deben tender el brazo y entenderse. Todo sea por su bien.