En unos días asistiremos, tras casi tres meses de impasse, al Pleno de Sesión de Investidura del candidato propuesto por Su Majestad el Rey, el socialista Pedro Sánchez. Hasta ahora todo parece indicar que el día 23, tras la votación, empezará a correr el plazo de dos meses que establece el artículo 99.5 de la Constitución para disolver de forma automática las Cortes Generales y convocar elecciones -competencia que, con un gobierno en funciones, corresponde al Rey-, puesto que Sánchez se presenta sin acuerdo con Unidas Podemos y en un momento de máxima tensión entre ambas formaciones.
Si bien es cierto que una investidura fallida activa el mecanismo legal anteriormente citado, no es menos cierto que en cualquier momento de esos dos meses cualquier líder político que reúna los suficientes votos para ser investido, podrá comunicárselo al Jefe del Estado y este lo propondrá. Ya hay precedentes de esta situación, pues el propio Sánchez y Mariano Rajoy fracasaron en anteriores sesiones de investidura, lo que en el caso del socialista llevó a una repetición electoral y, en el del popular, a una segunda sesión en la que parte de los diputados del PSOE se abstuvieron y permitieron conformar gobierno.
Sea como fuere, lo que esta situación pone de manifiesto es la incapacidad de los líderes políticos para negociar y ceder pensando en el bien común y no en el propio o en el del partido político. En estos tres meses nos hemos encontrado con un ganador de las elecciones inane, que adoptó el papel más cómodo para ver a sus contrincantes debilitarse frente a la opinión pública; este mismo líder es el que confundió sus funciones con las del Jefe del Estado, haciendo ronda de consultas en paralelo en vez de, como le corresponde, negociaciones para sumar apoyos. Sánchez no negoció, simplemente consultó para dejar en evidencia que si él no es presidente no es porque no quiera sino porque los demás no se lo permiten.
Mientras tanto, hemos podido ver con más nitidez que nunca dos bloques perfectamente definidos y enfrentados entre sí, podríamos llamarlos "los bloques del bloqueo", ninguno dispuesto a ceder un ápice para que España vuelva a ponerse en marcha. Esta miopía política, este credo y culto a la personalidad, esta idolatría al líder es una de las situaciones más vergonzosas que hemos vivido en los últimos tiempos.
Pablo Iglesias no cede porque quiere ministerios y ser vicepresidente, Pedro Sánchez no cede porque quiere un gobierno monocolor, Albert Rivera no cede porque Sánchez es un "proscrito" y Pablo Casado no cede porque el socialista es "amigo de nacionalistas y filoetarras". Así, con este panorama, nos tocará ceder, una vez más, a nosotros, los hastiados y pacientes españoles que somos corregidos por nuestros políticos cuando no votamos como ellos quieren.
De vanidad y egolatría
Negociar, si es que en algún momento se ha intentado negociar, pensando más en la demoscopia que en los intereses generales es una aberración que solo está a la altura de una repetición electoral, en la que subiría sobremanera la abstención para trasladar a los políticos, si es que llegan a entenderlo, que no estamos dispuestos a aguantar más burlas y correcciones.
En 2015 se desmoronó el bipartidismo y pasamos a un sistema multipartidista, donde las mayorías absolutas se antojaban imposibles y eso iba a abrir puertas y ventanas, limpiar de corrupción nuestras instituciones, pensar más en los ciudadanos y menos en los partidos. Oviamente esto no se ha cumplido, pero es lo que nos prometieron con cantos de sirenas que algunos, quemados ante tanta desfachatez, se creyeron a pies juntillas. Hoy, cuatro años después, tan solo podemos decir que nada ha sido así, pues los nuevos partidos han tardado muy poco en parecerse a los viejos, en coger sus vicios y costumbres, en pensar más en las siglas que en los españoles. El multipartidismo todavía tiene recorrido, que nadie lo dude, el bipartidismo no va a volver de la noche a la mañana, pero que no se empeñen los "nuevos" en conseguirlo, porque la paciencia del ciudadano es finita, aunque parezca lo contrario y, por su parte, el hartazgo es infinito.
Probablemente Sánchez sea investido presidente antes de agotar los dos meses, pero no por un acuerdo programático ni por el bien de España, sino porque el que se presupone es su potencial socio, Unidas Podemos, no puede permitirse el lujo de volver a las urnas aún a sabiendas de que pasarán de ser necesarios a testimoniales, por eso Iglesias, en último momento, tendrá que ceder.
Ante este sombrío panorama de políticos irresponsables, tan solo nos queda soñar con un futuro mejor, un futuro en el que no sean los políticos los que corrijan a los ciudadanos cuando votamos libremente, sino que seamos los ciudadanos lo que exijamos la dimisión por negligencia e incapacidad manifiesta a los líderes que, cuando en lo más alto de su vanidad y egolatría, se miren al espejo, como en el mito de Narciso, no puedan dejar de mirarse y admirarse y, con ello, nosotros podamos admirar a sus sucesores.