¿Quién dijo que el cine es todo glamour, estrellas y alfombra roja? Los bastidores de unas salas de proyección pueden llegar a ser todo lo contrario. Hablamos con un acomodador de cine que ha trabajado muchos años en varias salas de España, cada cual mejor que la anterior. Bueno, lo de acomodador es un decir, porque durante su jornada "trabajaba de acomodador, de cortar entradas, de venderlas, de poner palomitas o coca colas bien grandes. Lo que hiciera falta".
Los espectadores
Las anécdotas que vivió en su día a día se multiplican por el hecho de trabajar en cines de películas menos generalistas, más independientes, algo que no todos los espectadores entendían fácilmente: "había gente que venía a la taquilla y te decía, 'dame una para James Bond'. ¡Pero coño, mira la cartelera! Ni miraban la cartelera. ¡Que no, que aquí no se pone! Y miraban las películas que había como 'qué mierda de cine'". De hecho, por no entender, a veces no entendían ni el lugar en el que se encontraban: "Una vez me vino una mujer con las entradas sacadas por internet y eran para el Kinépolis, en la otra punta de Madrid".
"Luego estaba el que iba al cine y te preguntaba la opinión y qué película era buena. Esto me pasó estando en taquilla y hasta de acomodador, cuando ya tenían la entrada. ¡Chico, yo qué sé!".
Salían y nos decían que la película estaba en inglés y con letras debajo, que la pusiésemos bien
El joven nos explica que entre semana el perfil medio de los espectadores es de gente que sabe a lo que va, pero que los fines de semana es cuando surgen todos los problemas. "Estamos en España, ¿no? Entonces las películas se proyectan en 'normal'. En normal es doblada. Entonces había gente que se sentaba en la sala y empezaba la película y veía letras debajo. ¡Eso es un despropósito, eso es que han puesto mal el DVD! Salían y nos decían que la habíamos puesto en inglés y con letras debajo, que la pusiésemos bien", y el resultado era peor que la explicación, ya que, después de ver las películas, muchos se quejaban porque no les daba tiempo a leer y a ver. Lo típico: ¡al cine no se va a leer!
"La gente no te hace ni puñetero caso. Lo mismo les indicabas la sala 5 a la izquierda y se metían en la sala 4 a la derecha. Así pasaba que una vez, cuando llevaba 50 minutos la película, salió una mujer y me dijo, 'oye, cuándo empieza la película? Es que no paran de poner trailers'".
Las salas
Ya que estoy hablando con una persona que conoce un cine desde dentro, aprovecho para preguntarle por qué ponen tan fuerte el aire acondicionado, una de las grandes incógnitas de la historia de este país. "Había muchos problemas siempre con el aire acondicionado. Recuerdo una vez una señora que salió a decirme que tenía mucho frío en la sala y que estaba con una chaqueta. Y mientras me lo estaba diciendo, otra señora salió con el abanico diciendo que hacía calor. Acabaron discutiendo las dos, una diciendo que hacía calor y la otra que hacía frío, y se metieron en la sala peleándose. Al final salió un señor diciendo 'oye, a estas señoras que las saque alguien'".
No cabe duda de que mantener un cine es algo muy costoso y no siempre se puede tener todo a punto. "Una vez se nos rompió la puerta de emergencia y había gente que le daba por colarse y ponerse a gritar en medio de la proyección. Pero claro, eso pasaba en una sala y tú estabas en la otra punta del cine, podían cometer un asesinato que no te enterabas. Entraban, gritaban y se salían. Y seguro que a veces se veían la película. Me daba igual, no me pagaban lo suficiente".
Cuando iban muy pillados de tiempo había un sistema en la proyección para que, en vez de pasar la película a 25 fotogramas por segundo, pasase más rápido
La gran revelación no llega precisamente por los espectadores, sino por una artimañana de una de las salas españolas en las que trabajó: "Querían poner cuatro sesiones cuando realmente daba tiempo a tres. Cuando iban muy pillados había un sistema en la proyección para que, en vez de pasar la película a 25 fotogramas por segundo, pasase más rápido. El ojo no lo percibe pero hay veces que la música final de los créditos parecía Benny Hill. Así la película dura menos tiempo".
Pero no todo es tan terrible. El ex-acomodador aprovecha para desmentir que alguna vez fuese legal que revisasen los bolsos de la gente para impedir que llevasen comida a las salas. De paso, me explica que las pantallitas que hay en el hall con las películas en blanco y negro sirven para que los trabajadores sepan cuándo acaban y tienen que ir a limpiar la sala.
Los gafapastas
El personal era reducido y, como ya hemos dicho, muchas veces tocaba limpiar porquería de todo tipo: "No importa que la gente vaya de cool a ver películas en VOSE. En las salas he visto cuencos de tallarines, hamburguesas del McDonald's y el Burger...". Y eso no es lo peor. Al parecer, hay espectadores que gastan kleenex y no precisamente porque la película les emocione: "Una vez estaban poniendo 'Nine Songs', que tiene escenas de sexo explícito. Puedes llegar a entender que aparecieran pañuelos en la sala. Pero que aparecieran en la película 'La Niebla', que es una adaptación del libro de Stephen King en la que salen arañas gigantes, nunca lo entendimos", nos cuenta entre risas.
Y es que la oscuridad de las salas ha incitado siempre al toqueteo, desde las sesiones golfas de antaño hasta nuestros días. Pero volviendo al tema gafapasta, las películas más dogmáticas llegaron a provocarle un serio disgusto a este joven. "Me pusieron una hoja de reclamaciones porque vendí una entrada para 'Dogville' yno avisé de que era tipo teatro. Él decía que iba a ver una película, no una función".
Hay gente -como un servidor- que se toma el cine muy en serio y nos molesta mucho que perturben nuestra concentración en la sala. "En medio de 'No es país para viejos' se jodió el rollo de la película. Había que echar atrás el celuloide y rebobinar todo eso a mano es un currazo. En medio del alboroto que se vivía, una señora entre el público se levantó, se subió a la butaca y gritó '¡un respeto a los hermanos Coen!' a viva voz".
Espectadores de renombre
El joven nos cuenta que de vez en cuando vio a críticos muy famosos ir a su cine, alguno de ellos clamando que les dejasen ver la película gratis. Y pudo comprobar cómo no todos eran tan cinéfilos como parecía: "Una vez vino una de estas críticas que son un poco así pero su opinión va a misa. Vino a ver 'Elephant', que generaba mucha polémica y la gente te ponía hojas de reclamaciones porque era lenta y había que avisarlo, como si la hubiera rodado yo. Ella hizo una crítica espléndida de la película, pero la verdad es que cuando terminó la película estaba roncando".
"Recuerdo a una señora increpando a Almodóvar porque no le había gustado 'Los Abrazos Rotos'", al parecer, las señoras se atrevían a darle consejos al director manchego: "Le decían... '¡está muy floja, eh! ¡Si hubieras hecho ahí no sé qué...!'", pero por lo visto a él le daba igual. De sus días como acomodador recuerda que Almodóvar venía mucho y nunca se dejaba invitar, y que veía de todo.
Pero si hay unos espectadores que nunca olvidará, esos son Felipe y Letizia, por entonces Príncipes de Asturias. "Un día había un compañero en caja y no tenía cambio ni de 20 euros. De repente aparecieron los Príncipes, que venían mucho a ese cine, y el compañero se salió del puesto para pedirle al jefe cambio para ellos, dejándolos esperando. El jefe salió corriendo a por cambio y nada, nosotros esperando, con ellos delante. Cada vez que iban se mascaba la tensión, había mucha seguridad y todo tenía que salir bien".
No obstante, este ex-acomodador es un amante del cine y recuerda de forma un tanto amarga los días de salas vacías, algo que ahora parece que está en recuperación. "Había veces que ni se proyectaba la película", cuenta.
El hecho de que en las salas de cine se cree una experiencia tan especial es lo que hace que surjan tantas anécdotas en un empleo aparentemente corriente como el de acomodador. El debate sobre el precio de las entradas, las manías de algunos espectadores, la fascinación que produce en mucha gente ver una película en el cine... son sensaciones y opiniones encontradas que alcanzan tal fervor en pocos lugares. Esperemos no perder nunca la tradición de ir a las salas.