Últimamente hay una tendencia creciente según la cual se examinan todo tipo de hechos históricos desde la comodidad del sofá de 2020 (con permiso de una pandemia también histórica), sin enfocarlos en su contexto histórico y circunstancias particulares.
Sería conveniente cuestionarse si la presente generación está incurriendo en este vicio cuando habla de la Transición, aunque el aparente proceso de autodestrucción en el que han incurrido muchos de sus responsables (el último, el rey emérito), no ayuda precisamente a adoptar un análisis sosegado.
Los escándalos nos impiden ver el gran ejercicio de lucidez que permitió crear un clima de convivencia en tiempo récord, con sus luces y con sus sombras, pero siempre conteniendo una rebelión militar, el verdadero problema que se enfrentaba en la caída del régimen. Un clima que, en otras circunstancia, habría tardado una o dos generaciones en empezar a tener efecto.
Hay mucha burla con quienes en el pasado se consideraron como 'Juancarlistas pero no monarquicos'. Entre ellos, por cierto y a su peculiar manera, personas como Santiago Carrillo, que llegó a entablar amistad personal con el rey. Quizás, a ambos les unía un conocimiento más amplio de la polarización y la guerra, cada uno por sus propias circunstancias personales. Y de la necesidad de evitar ese contexto a toda costa, por el bien de todos.
¿Cuantos de nosotros no habríamos conocido a nuestros abuelos, a nuestros padres o siquiera estaríamos aquí si el Franquismo hubiese desembocado en una afrenta militar? En 1975 había unas probabilidades excesivamente altas que hubo que evitar con malabarismos. Algo que parece que no se tiene en cuenta hoy en día.
Juzgar cómo se gestó la Transición desde la óptica actual no tiene sentido. El proceso de 'harakiri' con el que se desmontó el régimen desde dentro convirtió al rey Juan Carlos en una persona con proyección internacional, la cúpula de un pacto en el que se aglutinaba a monárquicos, conservadores, nacionalistas periféricos y recogía una larga lista de reivindicaciones de la izquierda. Entre otras, con el artículo 43 que blinda el derecho a recibir una asistencia sanitaria pública, el derecho a una vivienda digna o la proclamación de un estado aconfesional.
Una España gestionada en 2020 con un marco diseñado para una etapa provisional
Ahora bien, ese análisis de la Transición corresponde a su época. España lleva cuatro décadas gestionada con un marco que se diseñó para contener una rebelión militar y evitar una masacre. Parece poco plausible que esta situación pueda darse en 2020, sobre todo cuando el Gobierno consiguió democratizar el Ejército cuando la democracia finalmente se vio consolidada.
Los escándalos del rey Juan Carlos han sacado a la luz muchos de los problemas que lastra el sistema. Por ejemplo, una figura de inviolabilidad que aglutina todo tipo de casos y no se cierne a las labores correspondientes a la Jefatura del Estado. No solo se trata de la corrupción, que también. ¿Qué sucedería si uno de los reyes de España decide matar a otra persona? ¿Quedaría completamente impune?
Todo lo que ahora sale a la luz también pone en duda hasta qué punto la prensa ha ejercido como contrapoder cuando la democracia ya era incuestionable en España, cuando el país se debía gestionar con normalidad y no con excepcionalidad. El rey ha gozado de mucha inmunidad mediática y ahora queda palpable cuando hay una mayor pluralidad de medios informativos, especialmente con el surgimiento de diarios digitales.
También queda en duda la función de una monarquía que en su momento fue la cúpula del pacto por la concordia y fue votada en la Constitución. Pero ha pasado tiempo, hay un sucesor que, en este caso sí ha sido 'elegido' por cuestiones dinásticas y algunos barómetros como el CIS han dejado de preguntar sobre el apoyo a este modelo. ¿Llega el momento de hacer un referéndum sobre el modelo de Jefatura del Estado? ¿Esta reforma permitiría crear también una imagen de España mucho más aglutinadora para el país que tenemos en la actualidad?
Lo cierto es que nuestro país todavía tiene retos muy importantes como pendientes. Sobre todo, en cuanto al modelo territorial, con un estado de las autonomías único en el mundo, con el que algunos territorios como Catalunya o País Vasco no se sienten especialmente cómodos y que, además, no delimita competencias, lo que carga a la Administración con duplicidades y trabas burocráticas. ¿Un modelo federal? Quizás sea el más parecido a la España de 2020.