Las latas de refresco, fabricadas en aluminio, son uno de los artilugios más utilizados en la actualidad. El rápido ritmo de vida nos impide en muchas ocasiones detenernos a tomar una bebida en vaso de cristal pero, a la vez, nos enfrentamos a un problema: colocar los labios sobre ese artefacto resulta, cuanto menos, poco higiénico.
Bajo esta premisa, las anillas que incorporan las latas de refresco añaden una función desconocida para la gran mayoría de los usuarios, pero que garantiza con mejor fiabilidad la higiene de los usuarios.
Porque la anilla no se limita simplemente a facilitar la apertura de la lata y, con ello, facilitar su buen estado de conservación y evitar que podamos sufrir algún corte con los bordes del aluminio.
De hecho, a diferencia de otros sistemas, la anilla se queda siempre pegada a la lata. El problema es que no la colocamos como deberíamos: para que cumpla su función principal y permita garantizar su higiene.
Esta es la función desconocida
La función desconocida de las anillas y el hecho de que se queden pegadas a la lata es básica: garantizar la higiene y facilitar el consumo de su bebida. Pero el problema es que no las accinamos: hay que girarlas sobre sí mismas, hasta que desciendan hasta el nivel del aluminio de la tapa y el agujero se pose sobre la apertura en la que se da acceso al líquido.
Con este gesto, conseguiremos que la anilla se transforme en todo un soporte donde podemos colocar una caña o pajita mediante la que podemos consumir el líquido sin tener que situar el aluminio sobre nuestros labios.
Con ello, evitamos exponernos al contacto de una superficie sobre la que pueden encontrarse todo tipo de bacterias, como la E.coli; así como el bisfenol A, una sustancia que afecta al sistema hormonal y endocrino y que se utiliza para evitar que los líquidos puedan dañar el metal en el que se almacena la bebida.