Oír hablar de guerra cultural podría sonar casi marciano para gran parte de la población hasta la llegada de Donald Trump al poder. Bien es cierto que algunos movimientos del ramo ya habían conseguido hueco desde mucho antes, como Alternativa por Alemania (AfD), auspiciados por la crisis económica en el Viejo Continente y la sensación de que las costuras de la Unión Europea no eran tan sólidas como se presuponía.
Pero la llegada de Donald Trump ha supuesto todo un revulsivo, ha impuesto un tipo de discurso, forma de hacer política, 'carisma' y dialéctica que se ha extendido a lo largo de los últimos años en países tan diversos como la Filipinas de Duterte, el Brasil de Bolsonaro o la Italia de Salvini.
En España, donde los movimientos de ultraderecha no raspaban ningún escaño hasta 2018, se implementó una estrategia igualmente agresiva. No hay que olvidar que es la cuarta economía del continente y que el peso de nuestro país es estratégico. VOX ha copiado en repetidas ocasiones las estrategias obreristas y polarizadoras del presidente estadounidense, creando un ambiente de dialéctica prebélica con bandos que, en teoría, le permiten aglutinar un mayor número de votos porque se erige frente a todos los enemigos que se crea 'ad hoc'.
Ahora con Donald Trump fuera de juego (algunos piensan que no abandonará tan fácilmente la política), esta entente nacionalista populista ultraconservadora necesita construir nuevos referentes para resituarse, encontrar nuevas estrategias y encontrar qué ha podido fallar en la vía por la que optó Donald Trump.
Es evidente que el todavía presidente de los Estados Unidos creía que iba a repetir por goleada (había preparado una fiesta de alto presupuesto en la Casa Blanca para celebrar su victoria) y el resultado de las elecciones evidencia que su desconexión con las clases populares que sedujo en 2016 es más que evidente.
Repliegue en Europa
El movimiento ahora se encuentra dañado, de ello no hay duda. Junto con la derrota de Donald Trump, hay que añadir que Matteo Salvini también lleva un año desalojado del poder y que el Gobierno actual de centro-izquierda está desmontando todo su legado migratorio con éxito. En un país, que, por cierto, está siendo modelo en el control de la segunda ola, uno de los mantras con los que se quiere introducir el miedo en la cuestión migratoria.
Todo apunta a un repliegue en estos momentos, una vuelta al cuartel para rediseñar una estrategia con la que recuperar terreno en un claro escenario de retroceso a nivel internacional.
El movimiento cuenta con los gobiernos de Hungría y Polonia como laboratorio de ideas, donde persiguen diariamente a personas LGTBI y están minando el estado de derecho, algo que ha servido para que la UE haya amenazado en repetidas ocasiones con imponer sanciones a dos socios de pleno derecho.
En esta nueva ola tienen mucho que decir dos dirigentes españoles de VOX, Kiko Méndez Monasterio y Gabriel Ariza, que colaboran con Marion Maréchal en su filial del Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas (ISSEP) en Madrid. Marion está intentando crear un paraguas que aglutine a todas las siglas del ramo (ahora dispersas en varios grupos en el Europarlamento) y consensuar un mismo discurso y programa electoral para aunar fuerzas. Podría erigirse como la futura líder de estos movimientos en Europa.
Este laboratorio de ideas que ella dirige, el ISSEP, con sede original en Lyon, también sirve como escenario para captar cuadros con talento que puedan servir como futuros dirigentes de un movimiento en el Viejo Continente.
Esto es lo que ahora se espera tras la derrota de Trump y la caída en la oposición de Salvini: una regeneración para esperar a tiempos mejores para sus intereses. Vendrá una crisis económica mucho peor de la que ahora está tenemos. Otros movimientos del ramo a lo largo de la historia, cabe recordar, tuvieron una trayectoria similar, aunque con un final mucho más dramático.