Los científicos Richard Stephens, John Atkins y Andrew Kingston se reunieron en 2009 con el objetivo de demostrar algo que todos sospechábamos: que soltar palabrotas cuando nos hacemos daño hace que el dolor se vaya más rápido y nos hace sentirnos bastante mejor.
Todos nos hemos encontrado de noche en el salón, y por la pereza de no encender la luz hemos ido a oscuras pensando que nos lo conocíamos como la palma de la mano. Pero, de repente, un mueble que no debería estar ahí se engancha con el dedo meñique de tu pie, causándote un dolor sorprendente teniendo en cuenta de que viene de un punto tan pequeño. Y te aguantas todos los insultos que te gustaría gritar a los cuatro vientos, pero no puedes porque tu familia está durmiendo. Pero si esta situación se da durante el día, no dudas en maldecir a todos los muebles del mundo. Y te sientes mejor.
Pues bien, Stephens y su equipo demostraron que hay una explicación científica para esto. En un experimento en la Universidad de Keeley (Inglaterra) hicieron que los voluntarios sumergieran sus manos en agua helada, y cuando llegara el dolor pronunciaran todas las palabras malsonantes que les vinieran a la cabeza. Después, les hicieron lo mismo pero pronunciando palabras neutrales. Descubrieron que, cuando decían palabrotas, aumentaba su resistencia al dolor y su ritmo cardiaco, mientras que esto no pasaba al decir palabras neutrales. Además, averiguaron que en las personas que no solían decir palabrotas el efecto era mayor.
Los científicos llegaron a la conclusión de que cuando se insulta se entra en un modo de lucha, que disminuye la percepción del dolor. Así que ya sabes, en vez de tomarte un ibuprofeno si te duele algo, suelta unas cuantas palabrotas.