La Knéset, el Parlamento de Israel, ha aprobado una ley que define al país como "Estado nación judío". La norma expulsa a la población de otras etnias o creencias, como la comunidad árabe, que constituye el 20% de sus habitantes. Y elimina cualquier resto de laicismo en el país.
La controvertida decisión llega tras el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío. El presidente Donald Trump se decantó por una de las partes que reivindica un lugar 'sagrado' también para cristianos y musulmanes; una opción que no habían planteado ninguno de sus antecesores y que solo ha servido para agravar las tensiones que vive el avispero que representa la región.
"Anuncio con conmoción y pena la muerte de la democracia", afirma Ahmed Tibi, un legislador árabe. A él, también se suman otras corrientes judías, que consideran que la norma del Gobierno excluye a todos los palestinos que mantuvieron su residencia tras la creación de Israel en 1948.
El presidente, Benjamin Netanyahu, perteneciente a una de las corrientes más duras de su sector ideológico, celebró la medida: "Este es un momento decisivo en los anales del sionismo y la historia del Estado de Israel". La norma se aprobó con 62 votos a favor y 55 en contra.
Continua la extensión dentro del territorio palestino
La declaración del Parlamento no es meramente simbólica. También se acompaña de algunas medidas que pueden derivar en serias disputas. Una de ellas: declarar únicamente el hebreo como lengua oficial. "El árabe tendrá una categoría especial", reconoce la norma; que recoge en la ley lo que ya sucedía de facto: que el árabe se restingía a un segundo plano.
Por otra parte, la nueva ley no esconde la intención de continuar anexionando territorio que actualmente pertenece a Palestina. Se trata de un plan que ya se había ejecutado en los últimos años, con la construcción de nuevos desarrollos urbanísticos en zonas que no pertenecían oficialmente a Israel: "Todo judío tendrá el derecho de migrar a Israel y obtener la ciudadanía de acuerdo a las disposiciones de la ley, el Estado actuará para reunir a los judíos en el exilio y promoverá los asentamientos judíos en su territorio y asignará recursos con este propósito".
Este, sin duda, es uno de los puntos más polémicos. Las protestas realizadas cuando Trump reconoció a Jerusalén como capital dejaron más de 50 palestinos muertos y 2.000 heridos en Gaza. Es uno de los focos calientes, puesto que las tesis más rigoristas del Islam se extienden en el territorio y auge del yihadismo puede tener consecuencias devastadoras: nadie quiere un nuevo campo de entrenamientos como el vivido en Siria, Irak o Afganistán.
Las potencias del Golfo
Las monarquías del Golfo Pérsico fueron tradicionales aliados de Palestina. Entre ellos, Arabia Saudí, con una monarquía sobre la que se sienta la sombra de financiar ciertos grupos salafistas (su país se rige por la visión wahabita, la más radical de la religión).
Arabia Saudí, regada en el dinero del petróleo, mantiene un conflicto interno entre el rey Salmán, que apoya a Palestina y el príncipe heredero, Mohammed; que aboga por apoyar a Israel con el fin de obtener soporte a su guerra fría con Irán. Con ello, la tensión en la monarquía de Riad se recrudece. ¿Cómo afectaría a sus políticas? Por el momento, el Rey Salmán mantiene el poder...
Pero no es el único territorio. Yemen, con una guerra civil sin cuartel, feudo de Al Qaeda o los territorios que aún controla el Daesh en Siria e Irak; pueden vivir un efecto rebote. ¿Y si estos grupos apuestan por la revancha? ¿Volveríamos a vivir una nueva oleada de atentados?
La incertidumbre en una región inestable se recrudece tras las últimas políticas del Ejecutivo de Washington. Y las consecuencias, en un contexto imprevisible, podrían ser devastadoras.