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El crimen de Daniel Sancho y la pertenencia: el sorprendente trato al descuartizador de Tailandia

El descuartizador de Edwin Arrieta, según la sentencia, ha recibido un trato mediático que difiere de casos previos.

El crimen de Daniel Sancho y la pertenencia: el sorprendente trato al descuartizador de Tailandia

La psicología describe el sentimiento de pertenencia grupal como la experiencia de ser parte de un grupo o comunidad en la que se comparten características, intereses, valores o metas comunes.

Daniel Sancho cumplía con todos los criterios de un grupo. Bien vestido, con un Instagram repleto de viajes, con un estereotipo (repetimos, estereotipo) más próximo a un seguidor de Taburete que de Ska-P, en alguna tertulia han lamentado de él que se "haya destrozado la vida" cuando lo tenía todo para ser feliz.

Ciertamente, tenían razón. Mientras que Daniel Sancho partió con las cartas de pertenecer a una saga de artistas y se le reconoce como el hijo de Rodolfo Sancho, habituado a un alto tren de vida; el cirujano Edwin Arrieta necesitó estudiar una carrera y labrar un duro trayecto profesional para salir de su Lorica natal, en Colombia, de una familia humilde.

Quién sabe si esto, o la edad, o lo que sea, tiene alguna vinculación con que en tantas tertulias muchos hayan tenido que realizar el esfuerzo en recordar quién es la víctima y quién el verdugo. De quién no se ha podido recuperar el cadáver en su totalidad y quién ha estado siendo juzgado por ello. De lo duro que es cumplir con una cadena perpetua y de que ojalá pueda salir antes o ser extraditado, pero no de lo que implica que te arrebaten la vida a los 45 años.

Quizá si Daniel Sancho y Edwin Arrieta tuviese otros orígenes y otras circunstancias en la vida, no estaríamos hablando de Daniel Sancho y de todas las implicaciones para él, sino simplemente del 'descuartizador de Tailandia', de cómo se puede reparar correctamente a la víctima, de qué implica que después de lo ocurrido ni siquiera haya pedido perdón a su entorno, de la importancia de la actuación de la familia de Arrieta en que se esclareciera el caso, centrando el debate en si realmente se ha hecho justicia y otorgando todo el tiempo a la víctima y no al verdugo. Por muy mediático que sea su entorno.

"¿Cómo crees que va a terminar el caso Sancho?", le cuestionaron en una entrevista reciente a Ana Rosa Quintana. Su respuesta: "No creo que vaya a haber pena de muerte ni cadena perpetua, y espero que no sea así. Lo que pasa es que, aunque haya una condena, no lo sé, de diez, ocho, seis años... Eso en una cárcel de Tailandia, por mucho que uno aguante, es terrible. Te destroza la vida. Es un drama impresionante. No puedo ni pensar cómo deben estar sus padres".

España ha tenido multitud de casos mediáticos de características similares. Jorge Ignacio P.J. fue el descuartizador confeso de Marta Calvo y el tratamiento informativo, afortunadamente, nunca se centró en cómo se iba a encontrar su entorno por lo ocurrido o qué supondría para su salud mental ingresar en prisión (por mucho que disten las condiciones de los penales). Todo se centró en la víctima, en empatizar con su entorno y en qué implicaciones tuvo para ella.

Por el contrario, en pocos medios se ha tratado al condenado en Tailandia como el 'descuartizador de Edwin Arrieta', pero lo cierto es que la sentencia es contundente: le arrebató con premeditación la vida, desmembró durante tres horas y después lanzó sus restos en diversos puntos. Sin la intervención de su familia por localizar el paradero, quizás el caso hubiese circulado por otros derroteros.

Las referencias al 'efecto halo'

Al inicio del caso se mencionó el 'efecto halo' en el caso de Daniel Sancho. Un sesgo cognitivo que lleva a atribuir características favorables a una persona, sin justificación aparente, basándose en una mera buena impresión.

El caso de Daniel Sancho se ha puesto de manifiesto como el máximo ejemplo de esta realidad. En una sociedad que habla despectivamente de 'menas' en relación a niños que llegan solos a España mientras se preocupa por el futuro de un hombre que ha asesinado premeditadamente y descuartizado a un hombre. Pero, lejos de opiniones, los datos muestran cómo este tipo de situaciones se extienden habitualmente y siempre del mismo modo.

Un claro ejemplo se encuentra en un estudio elaborado por The Sentencing Project en Estados Unidos ya demostró cómo las personas negras tienen seis veces más de posibilidades de ser encarcelado que uno blanco, 2,5 más que uno latino. Por cada 100.000 hombres de cualquier raza en 2012, 463 eran reos blancos, 2.841 negros y 1.158 latinos. Ya no hablemos de cuando se diferencia entre un hombre con "problemas mentales" de un "yihadista lobo solitario" cuando se producen actos violentos de características similares.

¿Somos realmente objetivos o los sesgos -como se quieran valorar- se imponen? ¿En qué otros ámbitos de la sociedad y de nuestra manera de percibir el mundo puede influir? Quizá el caso puede dar pie a una profunda reflexión.

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